Ya pasó, el invierno duerme entre los lastimosos meses, dolientes de fríos, mustios de ánimos. Ahora, los árboles lucen sus valiosas prendas hasta donde la vista alcanza y la luz deslumbrante reviste de lujo el cielo. Días largos, calma en el pensamiento y esplendor donde antes solo había herrumbre.
Esta tierra fecunda ha triunfado y ahora, el viento enajena el alma que ensanchada corre a buscar sonrisas. ¡Oh.., cuánta plenitud, cuánta grandeza! Y es que el sol nunca miente, sus rayos hacen vibrar los días bajo el vuelo de los abanicos y la infancia rebosante de afán, se muestra orgullosa a quienes deseen recordar quienes eran.
Verano apacible, historias de abuelas cariñosas que traen virtud en sus frentes. Besos de nietos lejanos que al arrullo del corazón sencillo se echan a dormir. El cielo se entreabre, las horas pasan... Huracán de esperanza sobre los Hombres.
Y todo vuelve a la vida: el río, los ojos, la tierra y los poetas que exhiben sin pudor sus letras una vez emigraron las horas oscuras. En medio de un cuaderno lustran sus ocurrencias con manchas de horchata a medida que el ritmo se impone en sus historias. A veces, bajo la luna dejan que se agote su sed de escritura e intiman con la fatiga hasta que rendidos caen en manos de Morfeo.
Camisetas, paseos, verano.., y una constelación de ojos enamorados que in extremis se salvan de la tragedia.
Fotografía de mi amigo Manolo Rubio. Saldaña, Palencia.
Bajo licencia SafeCreative.
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