La luz ha cambiado, al cielo se ha cosido un sol abandonado y un aire que exige agua. No hay palabras, la curva de los labios es solo para la sonrisa. Un año más, un otoño más, las hojas se vestirán de rojo y en un salto mortal abandonarán su cobijo en un instante. Como los mártires, caerán rodeadas de gracia, acogidas por los pliegues de una tierra que ignora a los Hombres.
El viento golpea las besanas, los pozos hambrientos que pronto abrirán sus bocas a la lluvia, aparecen resecos a mi vista. Alguien inventó cadenas para el agua, pero la tierra no entiende de fronteras. La tierra, el agua, el viento... todos hacen su propia guerra mudable y volátil donde habita el destierro de los días largos. Indefensión de la luz que en esta época, siempre está de paso.
El universo entero se marchita cuando llega el otoño. Sus puertas son de paja y silencio, de calles vencidas y noches sin prisas. El otoño es un traficante de pequeñas muertes porque todos sabemos de qué estamos siendo despojados y yo, flor de estío, más que nadie.
Pepa Gómez G. 2024
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