El invierno ha descendido ya sobre los campos y las hojas secas se mezclan con las primeras nieves. Alfombra multicolor que nuestra amiga Rufina pisa feliz en esta mañana de lunes.
Rufina es una liebre, tiene las orejas más bonitas del mundo y cuando corre se ven dos lunares blancos prendidos de ellas, como si fueran bolitas de algodón saltando entre la hierba.
Hoy está especialmente feliz, pues ha recibido carta de su tía Jesusa en la que le anuncia su llegada para las Navidades ¡Es fantástico pasar la Navidad en familia! Le acompañará el tío Ramón y por supuesto los primos, Pepino y Flor.
Muy temprano, Rufina ha preparado la casa, porque nuestra liebre es muy peculiar y se hizo construir un hogar debajo de la encina más hermosa de la comarca. Don Matías, el topo, le ayudó y le ha quedado una vivienda espaciosa y ventilada que casi siempre está llena de amigos.
Ahora se dirige a ver a Ernestina, una coneja con la que asistió al colegio y con la que guarda buena amistad desde entonces. Es la joven que más sabe de moda en el bosque, y necesita su opinión experta para el vestido que lucirá en Navidad.
Rufina va distraída acompañada por el canto de los pájaros y el ir y venir de los vecinos del bosque. De camino al arroyo recoge unas bayas, a Ernestina siempre le gusta tomarlas con miel y algo de té. Seguro que éstas le van a encantar.
Ya en casa de su amiga, le expone el motivo de la visita.
- ¡Rufina, qué sorpresa! – Exclama Ernestina abrazando a la liebre- ¿Qué te trae por el arroyo?
- Querida, he recibido carta de mis tíos, vendrán a pasar las Navidades a casa y no tengo nada decente que ponerme. Necesito tu consejo.
- ¿Tus tíos? ¿Doña Jesusa y el señor Ramón? – Pregunta Ernestina-
- Sí, ya sabes que son muy educados y no quisiera desentonar.
- Pues entonces lo mejor es que hablemos con doña Petra, la araña que vive en la chumbera del camino, es una tejedora excelente y como cada estación viaja a la ciudad, siempre está a la última en cuestión de moda.
- ¡De acuerdo! Me parece una idea estupenda, pero antes… ¿Qué te parece si tomamos un té con estas bayas que te he traído? – Propone la liebre-
La mañana pasó entre risas y buena compañía. Doña Petra, como era de esperar, le propuso un vestido muy elegante para la cena especial y para el día a día, algunos más confortables a juego con toquita y gorro. Todo estaba listo para recibir a la familia y pasar unos días rodeada por el amor incondicional de los suyos.
De vuelta a casa, don Matías le da las buenas tardes y le entrega un misterioso paquete. Al no estar en la encina, el cartero decidió dejarlo en casa del topo.
- Gracias don Matías, usted siempre tan servicial – Dice Rufina-
- ¡Oh, no hay de qué querida amiga! – Espero que sea una bonita sorpresa-
Nerviosa cierra la puerta y se dispone a desenvolver el bulto rectangular. Aparece una caja sencilla, de madera de roble con unas letras que forman su nombre. Dentro, una tarjeta pequeña doblada en cuatro veces. Cuando la abre, el misterio se hace aún más grande:
“Ahora que has abierto tu regalo, dobla esta carta y vuelve a abrirla el día de Navidad”
Rufina se quedó pensando en el extraño mensaje pero obedeció. Guardó de nuevo el papel en la caja y la depositó sobre el mueble de la entrada. No sabía quién la enviaba ni por qué, pero merecía la pena descubrirlo.
Los días fueron pasando y justo una semana antes de Navidad, llegaron los padres y los hermanos de nuestra amiga: doña Casilda y don Severo, junto a los pequeños Roque y Begoña. Fue maravilloso abrir la puerta y encontrarse con la familia, ¡oh ya lo creo!
- Rufina, cariño, ¿qué te parece si salimos al bosque a recoger frutos y después adornamos la casa? – Propuso doña Casilda a su hija mayor.
Así lo hicieron. Mientras, don Severo y el pequeño Roque se afanaban en cortar leña, preparar literas y disponer todo para la llegada del resto de familiares. Rufina y su madre aprovecharon para visitar a los viejos amigos y adquirir algunos regalos. A su llegada a casa, les esperaba una grata sorpresa y es que los chicos habían preparado una estupenda mesa con té y dulces para merendar.
- ¡Papá, qué rico estaba todo! – Dijo Rufina regalando un beso extra grande a su padre-
- ¡Eh Rufi! ¿Y yo qué? – Preguntó burlón Roque.
El primer día junto a ellos había pasado volando y cuando nuestra querida liebre se fue a la cama, estaba tan cansada que solo tardó un segundo en dormirse.
Al fin amaneció el 23 de Diciembre y los tíos de Rufina llegaron a casa; estaban contentísimos con su visita pues no se veían desde hacía dos años. Se instalaron y luego se fueron a dar un paseo por el entorno. Ya no nevaba, así que había zonas en el bosque donde la hierba aparecía brillante y apetecible.
Los lebratos rápido hicieron buenas migas, de modo que esa tarde mientras en el salón se reía y se conversaba, en la habitación de juegos que don Severo había preparado para los pequeños, se tramaba una aventura. Pepino, Flor, Begoña y Roque tenían planes para el día siguiente.
- Chicos, ¿habéis visto la casona que hay al otro lado de la cerca? – Preguntó Pepino-
- Sí –Contestó Begoña- Pero mi hermana dice que no debemos ir porque hay muchos peligros allí.
- ¡Oh Begoña, no seas aguafiestas! – Exclamó Roque- ¡Ya sabes que para los mayores todo es peligroso!
- Entonces, ¿vamos mañana? –Preguntó de nuevo Pepino-
- No sé chicos…, los papás y los tíos se enfadarán si se enteran – Se oyó la voz sensata de Flor-
- ¡Ohhhhhhhhhh, Flor! ¡Las chicas sois unas aburridas! – Exclamó Roque poniéndose en pie-
- ¿Ah sí? –Contestó Flor- ¡Pues mañana seremos las primeras en entrar en la casona!
Y tramando su aventura, les sorprendió la noche y con ella…, el sueño.
El día de Nochebuena apareció nevando, así que la chimenea ardía desde muy temprano en el salón. Rufina, ajena a lo que sus hermanos y primos tramaban, fue a llamarlos para que bajaran a desayunar.
- ¡Venga lebroncillos! ¡Hoy es Nochebuena! ¿Queréis que los Reyes Magos piensen que sois unos perezosos? ¡Que sepáis que sus pajes ya están dando vueltas para ver qué tal os portáis!
Tocó a la puerta de la habitación de Flor y Begoña, pero no contestó nadie así que pensó que estaban dormidas y como eran días de vacaciones, decidió dejarlas un ratito más.
- Oye Rufina, ¿los chicos no bajan? – Preguntó doña Jesusa al cabo de media hora-
- Pues tía, creo que entraré y los despertaré, van a dar las diez de la mañana.
La sorpresa al abrir las habitaciones fue mayúscula, ni rastro de sus hermanos y primos. Rufina fue a los armarios y vio que se habían llevado sus mochilas y los abrigos. Aquí pasaba algo raro.
Preocupadísima bajó las escaleras a todo correr.
- ¡Papá, mamá, tíos! ¡Los chicos no están en sus habitaciones!
- ¿Cómo que no están? – Preguntó doña Casilda quitándose el delantal- Rufina, no es posible, tu padre y yo nos levantamos al alba, los habríamos visto salir.
- Mamá, no están. – Repitió nuestra amiga-
Ajenos a la preocupación de la familia, los pequeños hacía buen rato que habían llegado al borde de la cerca que separaba el bosque del territorio de los hombres.
- Tengo hambre, chicos – Se quejó Flor- Podíamos comer un poco, estoy agotada de la caminata.
- Suerte que tuve la precaución de hacer buen acopio de provisiones en la despensa de la prima – Contestó Pepino-
Nuestros amiguitos dieron buena cuenta de las viandas y tras trazar un plan para entrar en la casa, se lanzaron al ataque.
Dentro de la casona habitaba un joven huraño que vivía apartado del pueblo. No le gustaba la Navidad y mucho menos los niños así que en aquel lugar, había conseguido la paz que decía desear. Tenía un perro con muy malas pulgas al que el resto de perros de la comarca no querían tener como amigo, así que eran tal para cual.
Los cuatro aventureros lograron llegar hasta la ventana que daba al salón, se habían subido unos encima de otros y ahora Roque, que era el más pequeño, les contaba lo que sucedía en el interior de la casa.
- Hay un hombre muy delgado y muy feo que está desayunando algo que humea, debe ser café porque está migando pan. A los pies hay un perro dormido, no parece peligroso.
- ¡Déjame ver a mí, por favor! – Pidió Begoña-
Se disponían a deshacer la torre cuando Pepino, que aguantaba el peso de todos, estornudó e hizo que sus primos se vinieran al suelo. El perro, al oír el estruendo salió corriendo de la casa.
- ¿Qué pasa ahí afuera? – Preguntó el malhumorado joven-
Los lebroncillos intentaron escapar por el lugar que vinieron, pero el can les cerraba el camino.
- Chicos, no perdáis la calma – Acertó a decir Flor muy asustada- Todo saldrá bien.
No terminó sus palabras cuando una oscuridad impenetrable se cerró en torno a las jóvenes liebres.
- Bien amigo, creo que esta noche cenaremos carne – Dijo el joven enjuto levantando la bolsa en la que había atrapado a los incautos exploradores-
Mientras, en la encina de Rufina todo era preocupación. Era ya la una y media del mediodía y ni rastro del personal menudo, así que habían decidido llamar a los amigos y organizarse por patrullas. Don Matías, el topo, encabezaba la que estaba compuesta por sus propios familiares y las ardillas. La coneja Ernestina había hablado con sus hermanos y se pusieron en marcha junto a los patos y la araña doña Petra, nadie mejor que ellos conocían tan bien los arroyos. Y por último, nuestros amigos.
La nieve arreciaba y las voces de los buscadores se perdían llevadas por un viento fuerte y aullador. La búsqueda se hacía cada vez más difícil.
- ¡Flooor, Pepino, Begoña, Roqueee! – Gritaban todos-
Al pasar por el camino que lleva al pueblo, don Sebastián el búho, se sorprendió al ver a su amiga Rufina en un día tan desapacible. Teniendo en cuenta que además, era víspera de Navidad.
- Rufina, querida… ¿Cómo es que salís en un día así? ¿Ocurre algo? Te veo preocupada.
- Oh, don Sebastián, se trata de mis hermanos y mis primos, salieron esta mañana de casa y no han regresado.
- ¿Te refieres a cuatro pequeñas liebres con mochila y abrigo de colegio? – Preguntó el búho bajando sus lentes-
- Sí, ellos mismos. – Contestó don Ramón- ¿Les ha visto?
- ¡Ya lo creo! Pasaron muy temprano por aquí, oí que una de las chicas hablaba de una casa…, y una cerca. No les escuché muy bien porque en ese momento me llamó mi mujer.
- ¡Oh Dios mío! ¡La casa de don Ruperto! – Exclamó espantada Rufina- Ayer les llamó la atención cuando pasamos por la vereda.
- Pues si se dirigían allí…, me temo querida amiga que necesitaréis ayuda para salvarlos de un futuro negro… - Dijo el búho- Iré con vosotros.
Mientras, en casa del joven Ruperto, los lebratos permanecían dentro del saco. Intentaban por todos los medios rasgarlo con uñas y dientes, pero era de una lona tan fuerte que todo empeño era inútil. Para colmo, tenían poco espacio y se les hacía difícil respirar.
- Chicos no teníamos que haber venido…. – Se lamentó Flor entre sollozos-
- ¡Oh no seas llorica, Flor! Hay que trazar un plan para salir de aquí – Expuso Begoña-
En la cocina, un gran caldero hervía con verduras.
- Esto ya está, ahora pondré a esos conejos – Indicó el malvado hombre-
Al oírlo, nuestros amigos se asustaron.
- ¡No somos conejos! – Gritó Pepino-
- ¿Quieres callarte? ¡No estamos en condiciones de tener discusiones de ese tipo ahora!– Zanjó Roque-
En ese instante, Rufina y el resto de amigos llegaban a las puertas de la vivienda. Había que hacer algo rápido. Don Sebastián había observado la escena y si no actuaban, los pobres lebroncillos servirían de cena a ese majadero y su perro. Lo primero era precisamente, distraer al can.
- Nosotros nos encargamos – Planteó Ernestina, la coneja-
Se subió a la ventana y comenzó a golpear con sus manos, el perro al verla salió a toda mecha por la puerta.
- ¡Chicos, corred! – Gritó Ernestina a sus hermanos-
Don Severo estaba muy preocupado, aquello no saldría bien….
- Escucha cariño – Dijo la mamá de Rufina – Vamos a sacar a nuestros hijos y sobrinos de ahí, así que no te pongas triste.
En ese momento a doña Petra se le ocurrió un plan. No había mortal que resistiera la cercanía de una buena araña y ella, era la más hermosa de la comarca. Se iba a enterar ese don Ruperto de lo que era un buen susto. Antes, preparó una cuerda bien larga con su resistente hilo.
La araña se introdujo por la puerta que el perro al salir había dejado abierta, lentamente subió hasta la mesa de la cocina y se plantó detrás de don Ruperto, éste, fue a girarse para coger una botella de aceite justo cuando se encontró con doña Petra en posición feroz. Fue tal el susto que se llevó que trastabilló y cayó al suelo, momento que aprovecharon todos para entrar y reducirlo con la extraordinaria cuerda que doña Petra había tejido. El joven, al ver a los animales se desmayó, hecho que facilitó con creces la tarea.
Imagen extraída de la web
- ¡Estamos aquí! – Gritaron los cautivos al escuchar las voces familiares-
Rufina deshizo el lazo que cerraba el saco y los pequeños salieron uno tras a otro, corriendo directamente a los brazos de sus madres.
- Bien, ahora no hay tiempo para regañinas, hay que salir de aquí pero ya tendré una charla con vosotros, amiguitos. – Dijo Rufina cogiendo de la oreja a su hermano Roque-
- ¡Ay, ay ,ayyy, mamááááá! – Se quejó el pequeño.
A todo correr, se alejaron de la casa. En el camino se encontraron con Ernestina y sus hermanos, que habían conseguido burlar al perro y volvían por si necesitaban ayuda. Gracias a Dios, todo estaba ya resuelto. Los amigos no quisieron dejar solos a la familia, así que les acompañaron hasta la encina, sin embargo, a la llegada les esperaba otra desagradable sorpresa. Con las prisas habían dejado la puerta abierta y los ratones se habían comido la cena de Nochebuena.
- Oh Dios mío…, es culpa mía por no haber cerrado el portón, fui la última en salir – Dijo pesarosa doña Jesusa-
- No tía, por favor…, no te acuses. Ha sido mala suerte, nada más. Lo importante es que todos estamos a salvo – Dijo Rufina abrazando a su tía-
- Y digo yo amigos – Propuso don Matías- ¿No es mucho más divertido pasar esta noche juntos en lugar de cada cual en su casa con su familia?
- ¡Claro que sí! – Exclamó don Sebastián- Voy a por mi mujer, traeremos la cena.
Y así, una a una, todas las amistades de Rufina fueron y volvieron con viandas para celebrar la noche de Nochebuena junto a ella y su familia. Nadie echó en falta nada, pues habían traído tanta comida que podrían haber invitado a todos los animales del bosque.
Estaban bailando y riendo cuando el reloj del salón dio las doce de la noche y una pequeña caja de madera se iluminó sobre el mueble de la entrada. Rufina recordó lo que había leído en el papel que se contenía en ella y de nuevo la abrió expectante. Cuando lo hizo, la carta esta vez decía lo siguiente:
“El verdadero Espíritu Navideño no está en los regalos, ni en las cenas, ni en los vestidos de fiesta, ni en los adornos. La verdadera Navidad está en el Amor que se desprende de la familia y los amigos. Feliz Navidad”
Fdo: El Niño Jesús.
PD: Me han dicho SSMM los Reyes Magos de Oriente que todos los habitantes del Guadiato habéis sido muy buenos.
Y así fue como la liebre Rufina y su estupenda familia pasó las mejores Navidades de su vida.
¡Feliz Navidad, amigos!