jueves, 7 de abril de 2016

LA DUDA.

Cuando tomar distancia es el único camino a la serenidad, mejor es tomar la pluma. Son las letras el puente entre el amor y el olvido, o más bien entre el olvido y el recuerdo. Dicen. No, no lo dicen, lo he dicho yo.
Letras construyen imágenes, sonidos, viajes de ida y vuelta en el tren de los sentimientos. Hasta que un día, una tarde, unas horas..., decides no volver y te quedas varada en la orilla de la duda. Más la duda es mejor que el regreso. 
Adiós le dije, me dijo, no me acuerdo si lo dijimos. Adiós. Después, todos los holas que envió quedaron sin respuesta, flotando en el aire a la espera de que mi corazón los recogiera. 
Y así, el silencio se hizo transeúnte en el camino que antes ocuparon las palabras. He tomado la pluma hoy, pero no sé en qué punto del camino estoy. 
¡Hola!

Esta obra está protegida por las leyes de copyright y tratados internacionales. Número Registro Propiedad Intelectual:  1803146136805

lunes, 4 de abril de 2016

EL MAQUINISTA DE CASA ENCANTADA.


En septiembre de 2013 escribía:
Algunos dicen que el verano toca a su fin, no lo creo, el sol no riñe con Andalucía así  como así. Aún no.
Casa Encantada ha estado solitaria durante todo este 2013, demasiadas emociones burbujeando en mi alma como para sentarme frente a la reina.
Ahora, los sentimientos se relajan y el deseo por contar cosas, por vivir aventuras, se despierta en mi corazón.
Hay nubes de tormenta en torno a la casa, calva de toda techumbre y solitaria en mitad de las escorias de minas. Sólo unos cuantos eucaliptos la escoltan, agotados ya sus días de guardianes de la sombra. Antes, cuando las gentes transitaban estos lugares en busca de sus pueblos, de sus trabajos, de sus horas en esta morada, los eucaliptos ofrecían presumidos sus brazos a todos cuantos querían reposar bajo ellos. Era su sombra un tesoro en la canícula y ellos, sabedores de su don, competían entre sí por la enramada más delicada. De este modo, entrelazaban sus hojas hasta formar cúpulas de filigrana; ayudados por el hombre, crecieron altivos y brillantes. 
Hoy su esplendor no decae, pero sus ramas crecen en desorden. Estos árboles saben cosas que a pocos cuentan, diría que a casi nadie pues pocos son ya los que prestan oídos a estos seres. 
En mitad del cielo entoldado, un haz de luz rompe las nubes y suavemente proyecta su luminaria sobre la casa. Así, tocada de luces, parece salida de una ensoñación.
Un trueno, dos... Y mis sobrinas no están aquí, con lo que gustan de salir cuando Thor golpea con su martillo. ¡Insensatas, locas!, dirían muchos, pero nuestras aventuras no tendrían lugar si estos días no los atravesáramos como sólo nosotras sabemos.
Oigo el pitido de un tren. No puede ser....Hace mucho tiempo que trenes de ese tipo no transitan por aquí. Giro la cabeza a derecha e izquierda, a lo lejos, una nube grisácea se dibuja en el aire, es alargada y esconde bajo ella algo metálico, negro y brillante. No puede ser, no...
Doy media vuelta y corro a meterme en el coche pero ya es demasiado tarde. Aparcado junto a las vías, queda empequeñecido por una locomotora de vapor a la que siguen numerosos vagones. Me froto los ojos hasta enrojecerlos. Un fuerte pitido termina con mis elucubraciones, sí, ahí está, no es producto de un sueño ni de mi activa imaginación. Es una de las máquinas que en su día transportó tantas y tantas veces a nuestros abuelos y que ahora está frente a mí, lanzando fumarolas al viento, silbando altanera frente a los campos que un día le pertenecieron. 
Un señor con camisa de cuello tirilla y gorra de plato me invita a subir. Tiene un bigote enorme, rizadas las puntas hacia arriba le dan un toque decimonónico. 

- ¿Va usted al Terrible? - Me pregunta con voz hueca y extrañamente familiar-
- Pues..., verá, no sabría decirle -Casi no me salen las palabras- Estaba aquí en ....
- Pues perdone que le diga, señorita, no debería estar usted aquí sola y con esta tormenta- Me interrumpe- Ande, suba que le llevo hasta la estación del Terrible, no queda mucho.

Asustada acepto la invitación, con su ayuda recorro varios vagones hasta llegar a uno donde una veintena de personas charla y ríe de manera animada. Todos me miran asombrados y el silencio cae a plomo.

- Mira qué extraños pantalones... - Murmura una señora de edad incierta al ver mis tejanos-
- ¿Y esos zapatos? - Dice otra refiriéndose a mis deportivas.

Otra de las señoras llama a su hijo y lo toma en brazos, temerosa de que la forastera pueda resultar un peligro. Los hombres fuman y hablan de flamenco y de tajos, de vino, de fútbol... No reparan en mí hasta que alguien me señala con el dedo.

- Vamos, vamos, dice el maquinista, dejen que la señorita tome asiento. Sean caballeros señores, esta chica anda perdida.

De repente las palabras vuelven a invadir el viento, los hombres se levantan y las mujeres quieren darme de comer todo tipo de viandas.

- Niña ¿Tú de quien eres? - Me pregunta una señora que cubre su cabeza con una pañoleta negra-
- Pués verá... No sé si por aquí conocerán a mi familia -Dudo si decir la verdad y observar la reacción de los parroquianos-
- Habla hija, si no nos dices quien eres, difícilmente podemos ayudarte -Me dice un amable anciano desdentado-
- Igual conocieron a mi abuelo -Me atrevo por fin a hablar- Se llamaba Hilario, sus padres eran Juan y Antonia, tenía un comercio en La Parrilla, un pueblo que había aquí al lado... -Justo iba a señalar con el dedo, unas risas detienen mi relato-
- Pero chiquilla...- Me dice el maquinista- Yo soy Juan, Hilario es uno de mis nenes, te aseguro que no tiene edad para andar teniendo comercios, es demasiado pequeño. Y no sé por qué dices que había un pueblo que se llamaba La Parrilla, justo acabamos de pasar por allí. Niña ¿Seguro que estás bien? ¿Quién te ha contado esa historia?

Los ojos de Juan eran verdes, familiares...Y reconocí a mi bisabuelo. Tuve pánico y quise bajar pero no me lo permitieron.

- Lo mejor será que te llevemos al Terrible, alguien habrá allí que pueda ayudarte- Añadió el maquinista-

El tren se puso en marcha con su lento traqueteo, decidí vivir mi sueño y relajarme. Observé por las ventanas un paisaje bien distinto, un pueblo dinámico y entregado a la industria. 
A la llegada a la estación quise despedirme del maquinista.

- Juan usted nunca ha llevado un tren con pasajeros, estoy en lo cierto, ¿no es así? - Le pregunto a quemarropa-
- Jamás, hoy es el primero y también el último día que lo haré. - Me dijo sonriente-
- ¿Por qué? - Pregunté intrigada.
- Porque tenía que recoger a una viajera muy especial para un recorrido mágico. - Me sonrió y me dijo que tenía que bajar, que aún no podía subir a ese tren- Comprendí.

Antes de que partiera volví a subir un escalón de la locomotora.

- Papá Juan, ¿están todos bien? 
- Claro... Todos, incluso los que llegaron hace poco. Les hablaré de ti cuando vuelva.
- ¿Por qué tú? Pregunté con el corazón bulliendo.
- Haces demasiadas preguntas al cielo, alguien tenía que venir. Escucha - me dijo poniendo sus manos en mis hombros- Debes seguir adelante, tienes todo un mundo por descubrir ahí afuera, nuevas experiencias, nuevos retos.... No te pares a medio camino, no estás sola, muchos caminan a tu lado y te escuchan cuando piensas que el silencio es todo lo que hay. Continúa, tienes mucho que aportar a tu vida, tienes tanto que contar.... Prométeme que harás realidad tus sueños.
- Te lo prometo ¿Les darás besos a todos? Pregunté emocionada.
- ¿Y tú? -Me contestó-
- Claro -Le dije sonriendo- Vas a tener otros dos tataranietos, los primeros besos serán por ti.

Sonrió orgulloso y me dio un beso en la mejilla antes de perderse en el interior de su tren. Me disponía a bajar cuando escuché de nuevo su voz.

- Entre los besos que tengo que dar, no entrará en el reparto ese gato golfo que da conversación a todos ¿verdad? Hablaba de Tomás...., mi querido minino. Le puse ojitos de súplica.
- Vaaaale, pero que sepas que allí es como aquí, un golfo y un parlanchín- Me dijo guiñándome un ojo- No faltes a tu promesa, te estaré vigilando de cerca, viajera.... -Repitió de nuevo-

Le despedí agitando la mano mientras él caminaba hacia el interior de la máquina, tarareando magistralmente una de esas arias que tanto le gustaban y que aprendió del gran Carusso. Cada vez lo escuchaba más y más lejos... Al bajar en la estación, el tren desapareció en la nada y una lágrima serpenteó por mi mejilla hasta caer al suelo. 

- Adiós papá Juan -Murmuré-  No faltaré a mi palabra.

Sé que es verdad porque tuve que desandar el camino de la estación al silo. Allí, el coche aguardaba mi regreso envuelto en el aire acuoso que dejaba tras de sí la tormenta.




EL VALOR DE LOS SILENCIOS.

ALMERÍA TIENE el paisaje que imaginaba de pequeña cuando leía la Biblia. Llegué allí buscando una tranquilidad que no encontré y volví con un viaje al pasado.
Con los planes descabalados recalé en un chiringuito de playa al que no me apetecía ir, pero que acepté visitar para no contrariar a dos señoras que esa mañana me acompañaron en el desayuno. En realidad, las acababa de conocer, pero hay personas que no comprenden o no aceptan que otras busquemos aislamiento. Era mi día, pero se quedó sin el posesivo.
La caña de cerveza estaba fría, tanto que la sensación al probarla fue como si me golpearan el pecho, ya maltrecho por el constipado. Aislada de la conversación de dietas y vestidos que tanto me hastían, apuré mi bebida y decidí salir mientras ellas mantenían sus vasos intactos. Excusa perfecta, las esperaría fuera haciendo unas fotos. Entonces, me encaminé hacia esas palmeras solitarias en mitad de la arena. El viento furibundo traía gotas de agua de un mar plomizo, fiel reflejo del techo al que miraba y de repente..., me sentí como las naves de Felipe II. 
Miré el mar tintado de gris, víctima de un sol que se escondía entre las nubes. Seguí a las gaviotas, que parecían bordadas al paño rizado y oscuro del agua, y escuché el sonido dulce de las olas llegando y marchándose sin cesar. Aquel momento lejos del tedioso sonido del móvil y del bullicio de un chiringuito sumido en la sombra, me proporcionó serenidad. Pero nada en nuestra sociedad es tan efímero como el silencio. 
Me gusta el mar en invierno, cuando la vista puede perderse en el horizonte sin chocar con nada ni con nadie, cuando la única voz es la suya y el viento te hace llorar sin ganas.
Pero el día no era mío y había que volver, no sabía en ese momento, que la noche me traería años y los años, recuerdos. 
Y volví al ruido de compañías no buscadas para finalmente abandonarme al perecedero sosiego de mi habitación, donde cerré los ojos y pensé en una sociedad que no acepta el silencio. Decidí dejar sin sonido el teléfono, pues nadie respetó mi deseo de tranquilidad. Me sentí víctima de un tiempo con mucha tecnología y poca cultura, víctima de los que no desean soledad y por ello..., invaden la de los demás. 
Al menos, la noche aguardaba tras las horas cargada de emociones. Otra vez será, mar.








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