Desde esta ventana oigo el incesante sonido de la lluvia y el viento. Veo a nuestra casa sola y desnuda bajo la lluvia que la horada y erosiona cada vez más; el tejado es ya casi inexistente por la parte trasera y la chimenea aparece desprotegida, erigida hacia el cielo, susurrando a las nubes un lugar en el infinito.
Las gentes pasan guarecidas en sus abrigos espesos, bajo paraguas multicolores que disimulan la monocromía del sábado lluvioso y gris. Los cristales se empañan, el frío ha comenzado en un lugar donde debería estar prohibido tiritar. Es el sur, ese sur colorido de calle y compañía risueña bajo el toldo de una terraza y a la luz del dorado vino cordobés.
Hace frío, la carretera que va a la casa está desolada, sombría, inhóspita...los mastines que habitualmente vienen a buscar sus caricias hoy no están. Aún es pronto para nosotros, no es el momento del frío, aún no. Sin embargo, los días pasarán envueltos en tules grises y vientos helados y las gentes nos acostumbraremos a la nueva estación que invita a los recuerdos al calor de la leña en un cortijo en mitad de la dehesa. Es entonces cuando el calor del alma sale y entibia el entorno, es entonces cuando nuestro cuerpo se prepara para recibir las heladas y los ojos del corazón transforman los cristales de hielo en catedrales góticas.
No me gusta el invierno pero al final mi alma acaba aceptándolo, envolviéndolo en su seno y soñando nuevas aventuras con las niñas, los amigos, con vosotros...
La casa me mira con ojos de soledad pero me susurra palabras de esperanza.
-"Yo fui la que fui, ahora vosotros me otorgáis una vida que no esperaba"
Y su ruina parece sonreírme desde el manto de lluvia enfurecida.
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