Trae el viento el sonido del cencerro, las hojas de los árboles que se mecen con
ternura en esta mañana de junio incendiada de sol. Es el viento una mano dulce
que en las noches de verano, trae el canto del grillo al oído del que sabe estar
en el campo y sonreír al calor al filo de la besana.
Infinita la tierra que me rodea, como el deseo de los
arroyos que sueñan ya con futuros caudales mientras miman el agua que duerme en
sus lechos. Campos de Ceres pintados de oro, flores impuestas en un lugar donde
antes sólo hubo un paisaje desolado.
Huertos, tierra removida, luna, cielos azules en esta región de amor.
Silba el viento, trae la voz de las madres, flores en la
arena que besan la frente del que sale a faenar la tierra. Mulas recias, redondas
sus nalgas pisan la era, tiran del trillo que unas manos jóvenes guían. Estampas de otros tiempos que decoran
los siglos de este lugar, un lugar que ama su pasado y espera a ciegas su
futuro.
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