Se enciende el cielo pero sospecho que su color es mentira, es como un invento de Valle-Inclán; tras las nubes y el azul está el frío dispuesto a corroer los huesos.
- Enséñame el sol, aunque me mientas- Pienso mientras recorro estas calles que me llevan a Casa Encantada. Si es que el sol no es también un sueño delante de mis ojos.
Estos cielos vienen conmigo allá donde voy, sobre estas calles goteadas de gentes que van y vienen. Calles que a veces no llevan a ningún lado, bueno sí..., a los recuerdos, esos que en ocasiones no encuentro, se los ha llevado él y se ha dormido con ellos.
- No busco comprensión en la queja y en la pena, más bien soy una exaltada vitalista que proclama la necesidad de la risa - Y se levantó dejando atrás a aquellas mujeres y su padecimiento existencial.
Su piel no tenía el color del arroz, ni cubría los brazos en señal de recato porque ella, a diferencia de las demás, no estaba sujeta a la temporalidad. No le gustaba compartir sus vicisitudes personales con aquellas cotorras que jamás captarían la emoción velada que se esconde en una sonrisa, así que se refugió en el humeante café que la induciría a uno de sus diarios análisis introspectivos.
- En su belleza solo cabe oportunidad - Se escuchó en el salón- Pero ella sonrió y se sumergió en el delicioso placer de saberse verso libre..., y anónimo.
Todavía el sol acaricia los corazones esta tarde. Luz entre nubes cargadas de invierno, de vaho, de hielo... Pero no será el frío quien hoy anestesie mi ánimo, es Ra quien preside.
Errantes mis ojos, tras el viento buscan un final y un comienzo entre la espuma; son nubes prendidas con alfileres a la bóveda azul, extensa... Fin de los días eternos, comienzan las noches de mármol en los que el amor es imagen y palabra. Abrir la puerta al reflejo convexo de los sentimientos.., porque Amor, es eso.
Y el cielo puso corona de nieve sobre su carne dormida. Invierno modelado en la sombra donde no hay caracolas, ni mar, ni espumas... Sólo copa de plata en sus brazos de siglos.
Me ha dicho que recuerda el estío, pero en realidad es un sueño.
Esta noche no es la que era, antes tenía voces de niños, alegrías veraniegas, madreselvas, estrellas en las dobleces del cielo... No, no es en invierno esta noche como era aquella.
Tampoco es un lugar, porque las noches van y vienen a través del tiempo que pasa pero no muere. Así que no podré ir, ni vendrás tú.
Sin embargo, acudirá el verano a nuestras vidas y las olas del mar traerán en su arrugada cresta mil risas; más no la tuya.
Ahora está oscuro y es invierno. El invierno no es estación para locos, amado mío... Diría la bella que baila en torno al piano.
Amado mío, love me forever. And let forever begin tonight.
No reconozco estas cosas que digo, porque la noche está llorando a escarcha viva.
Vaya tarde que llevamos...Otro relámpago, Esther se tapa los oídos, Marta corre como alma que lleva el diablo y el nuevo gatito que hemos adoptado, se esconde bajo el sofá.
- Tita, ¿nos llevas a la Casa Encantada? Nos encanta ver llover allí.- Apunta Esther que es una aventurera de cuidado...
-Mmmm ¿con estos truenos?-
- ¡Siiiiiiiii, siiiiiiiii tita Pitusa por fa, por faaaaaa! Prometemos no bajarnos del coche.- Marta zalamera me hace ojitos.
-De acuerdo, pero el gato se queda.Y si vamos, es para bajar y entrar.
-¡El gato viene! -Replica la abogadilla de Esther-
- ¡Pero mona! ¿Cómo vamos a llevarnos al gatillo? ¡Si está como un rebaño de cabras, sólo hará dar la lata!
Ojitos, esta vez de Esther.
-Vaaaaaaaaaale, es que hacéis conmigo lo que queréis. Tita pitusa, tita pitusa... ¡Más bien tita de trapo!
Risas de las niñas y ojos curiosones de gatito recién adoptado.
- ¡Venga Narizotas, que nos vamos de aventuras con la tita!- Dijo Esther exultante de felicidad por poder compartir un viaje con el nuevo minino.
Montamos en el coche y ponemos rumbo a Casa Encantada. El gato, hace gala de una sinvergonzonería insólita y se lo pasa de miedo con las niñas en el asiento de atrás. No tiene miedo y salta de Marta a Esther jugando con todo lo que pilla. Va fuera del transportin...Ejem.
Un trueno... La lluvia cae trayendo un intenso olor a tierra mojada que nos rodea y hace que inflemos los pulmones entornando los ojos de manera instintiva.
- Tita pitusa que bien huele a tierra mojada- Dice Marta.
- Sí monas, es un olor maravilloso, nos conecta con lo primigenio y nuestro ser se estremece. Eso nos recuerda que todo lo que nos rodea está hecho de la misma sustancia que nosotros, por eso nuestro cuerpo reacciona así.
-Pero tita, eso no puede ser porque mira las piedras...
-Esther, al final en nuestro último componente, el más pequeñito, pequeñito, todos somos lo mismo..., seres vibratorios en un entorno vibratorio. No lo he explicado bien, pero creo que lo entiendes.
-Uy, que bonito es eso, cuánto sabes tita pitusa...
-Mmmmm, eso suena a pitorreito sobrinero....
- Jajajajaja, anda tita, pon musiquita que vamos a enseñar a bailar a Narizotas ¡Que sea de la nuestra!
Enfilamos la curva a la derecha adentrándonos bajo el puente de la vieja vía de tren.
El rostro de las niñas se relaja, el gatito se hace una rosca en las piernas de Esther que no cesa en sus caricias. Silencio, la música se desliza, la lluvia cae, los relámpagos iluminan el habitáculo y llena de luz las caras de mis sobrinas. Éste momento lo guardaré para siempre.
Llegamos hasta el silo y aparco, la lluvia arrecia y las peques no hacen ni por moverse. La casa aparece entre nubes, desolada, llena de sombras y más sola que nunca.
- Monas, poneos los chubasqueros, desembarcamos.
- Tita, ¿puedo entrarme a Narizotas aquí entre el chubasquero y mi camiseta?
- Esther, puedes hacer lo que quieras, tus padres no van a enterarse....
Feliz, abre la cremallera del ligero plástico salpicado de florecitas e introduce al gato, lo sujeta con sus manos y el animal, encantado con su aventura, asoma la cabeza y las manitas expectante.
La tierra permanece dura, aún no ha llovido lo suficiente como para que aparezcan charcos, el viento viene fresco y la tarde oscurece. Caminamos escuchando el ronroneo incesante de Narizotas y el golpeteo de la lluvia sobre los chubasqueros. Esther se detiene.
- Tita..., ¿has visto eso?
- El qué Esther... No seas bicho, no me asustes...
- Eso, allí junto al banco de baldosas amarillas. En la ventana del segundo piso se mueve algo. - Dice apuntando con el dedo índice de su mano izquierda.
Me asusto, Marta retrocede y Esther dirige sus pasos hasta la sombra que parece cobrar vida. De repente, se detiene y se gira hacia nosotras.
-¡Sois unas cagonas! ¡Las dos!
Marta y yo nos miramos. - ¡Tita que no se diga! Y la seguimos con más miedo que vergüenza. Un trueno. Las dos gritamos al unísono, Esther se monda... La sombra se mueve, pienso que puede ser la de un eucalipto o la de la palmera que se mece al otro lado. Me relajo pero Marta aprieta mi mano y susurra:
- Tita vámonos...
De repente, Esther se pierde entre las ruinas, un haz de luz iridiscente nos envuelve y explota en un millón de puntos luminosos. La Casa se transforma...
- ¡Tita, Marta, corred, tenéis que ver esto!
Entramos empujadas por una creciente curiosidad, las paredes descarnadas habían desaparecido, en su lugar, un tupido bosque cuajado de flores, el sol en lo alto y de fondo algo más que un rumor de agua comenzó a invadir nuestros oídos, una melodía excepcional acariciaba los sentidos de manera mágica. Nadie hablaba, no hacía falta. Esther nos hizo un gesto para que guardáramos silencio, descorrió la cortina de arbustos y ante nuestros ojos apareció un hermoso y cristalino lago, en él, unas bellas mujeres de largos cabellos color verde bailaban y cantaban sobre las aguas, iban vestidas con ropas azules que refulgían al sol y adornaban sus cabezas con flores y nenúfares. De sus sensuales labios se desprendía la dulce melodía que embriagaba los sentidos, sin embargo, nos pareció que los labios no se movían. De repente, las miradas de aquellas extrañas jóvenes se volvieron hacia nosotras y un halo de magnetismo y sensualidad se extendió por el lugar, temí que al descubrirnos, las bellas criaturas se marcharan.
- ¿Quienes son tita? Susurró Marta.
- Son Náyades, hadas de agua dulce, habitan en ríos, aguas y fuentes. No es fácil verlas.
- Dios mío....-Dijo Esther- son muy hermosas. El gatito acaricia su barbilla y la niña le sonríe sin apartar los ojos de las hadas.
-Sí, lo son, -afirmé- Son seres legendarios amantes de la música. La corriente de los ríos, las cascadas y en definitiva todo el mundo acuático tiene su ritmo.
De repente las hadas se diluyeron en el agua y la música se apagó. Me quedé analizando un rato el momento que acababa de vivir, pensé que merecía la pena rescatar la fantasía. De nuevo, el ronroneo del gato nos devuelve a la realidad. Las paredes vuelven a estar descarnadas y la lluvia retoma su son.
-¿Crees que debemos contar esto, tita?- Pregunta Esther con la cara y las manos cubiertas del polvillo dorado que dejan las hadas al pasar.
- No tesoro, creo que no. Guardaremos este secreto para siempre y lo compartiremos cada vez que sintamos la necesidad de reunirnos para hablar de cosas bonitas. ¿Qué os parece?
Las niñas asintieron, el gatito maulló divertido.
De vuelta a casa, el reloj marcaba las siete y media de la tarde, los relámpagos rasgaban el cielo plomizo dibujando miles de caminos brillantes y temblorosos. El relámpago se apaga y el sonido nos invade. Apretamos el paso y la lluvia nos acompaña. Tac, tac, tac, las gotas golpean el plástico de nuestros chubasqueros, el gatito se resguarda en el cuerpecito de Esther. Al fin llegamos, dentro del coche nos quedamos en silencio, saboreando nuestra última aventura.
- Tita pitusa, pon música. Que llegue al corazón de la fantasía y esté cantada por Elfos.
Inscrito en el Registro de la Propiedad Intelectual, obra 1008227110976 . Prohibida su copia o reproducción, todos los derechos reservados.
En Casa Encantada existió un jardinero, supongamos que
el nuestro atiende al nombre de Ramón y soñemos.
La silueta de un hombre no muy joven se dibuja entre las
brumas de la mañana, es Ramón, el jardinero de la Casa Encantada que, como cada
despertar, comienza muy temprano su frenética actividad propia de las oficinas.
Ramón no es muy alto, en sus manos se pueden leer años de
trabajo en el campo y en sus ojos cargados de historia, toda una vida llena de
sueños que no siempre se cumplieron.
Feliz se dirige al cobertizo donde guarda sus herramientas
de trabajo: un rastrillo, unas tijeras de podar, una pala, una azada y una
espuerta es todo cuanto posee para crear los más bellos pensamientos que jamás
se vieron en Peñarroya-Pueblonuevo. Y digo crear, porque estas flores sólo
pueden cultivarse si antes se sueñan; él las crea en su pensamiento cada noche,
las riega con su cariño y en primavera florecen hermosas, grandes, bellísimas y
coloridas.
- ¡Buenos días Ramón!
- ¡Buenos días don Leonardo!
Don Leonardo entra en las oficinas, el papeleo de las minas
es a menudo interminable, pero Ramón no entiende de eso ni falta que le hace.
- Bueno preciosas, hoy os toca a vosotras, voy a podaros
para que luzcáis bien bonitas en primavera. Parece que ya no va a helar así que
venga, voy a quitaros ese traje viejo que lleváis para que podáis sacar
vuestras nuevas hojas. Además, seguro que alguien os quiere para adornar a la
Virgen, con que ya estamos tardando.
Ramón coge las tijeras y comienza la poda de las rosas con
sumo cuidado, como la madre que por primera vez corta las uñitas de su bebé.
Ramón canturrea "mi niña Lola" mientras hace su trabajo.
- Ay que ver lo que me gusta a mí "el Pepe Pinto",
en cuanto pueda ahorrar unos duros me voy a verlo cantar.
El sol de febrero despunta arriba, bien alto, Ramón entorna
los ojos y frunce el ceño mientras caracolea un bonito quejido en su garganta.
Los oficinistas dejan el lápiz y el secante y se dirigen a las ventanas
sigilosamente.
-¡Ramón está cantado! Susurra Julio a los compañeros que con
sumo cuidado se desplazan para oírle, saben que si los ve, el jilguero cerrará
su pico.
Martín le jalea en silencio imitando cada palabra que sale
de la garganta de Ramón, que entusiasmado no se ha percatado del improvisado
público que lo admira.
El jardinero termina la canción y deja la tijera por unos
momentos, ay..., qué día tan hermoso con
este sol y la hierba apuntando fresca y verde. Así se olvidan las penas de una
España que se tiñó de rojo líquido por el odio y la ignorancia de políticos
manipuladores y envenenadores de pueblos. Ya pasó... Ojalá que nadie remueva estas
cosas, ojalá.... Piensa Ramón mientras cambia las tijeras por la azada.
- Ramón, este año ha llovido bastante y el jardín va estar
precioso, ya lo verá.
- Pues eso pienso yo don Leonardo, que con el agua que ha
caído, la primavera va a ser mu buena y los animales se van a criar solos.
- ¡Tenga buen día y cuídese esa tos, hombre!
- Esto es un resfriaillo de ná. ¡Con Dios, don Leonardo!
Ramón se dirige a un arriate donde han nacido los jacintos y
dentro de nada comenzarán a florecer. Allí hunde sus manos en la tierra húmeda
y aparta las malas hierbas, piensa en como los hombres a veces se tuercen en su
camino y acaban transformándose en "cizaña", como se le llama aquí a
las hierbas dañinas. Su filosofía sencilla es a veces un libro de vida: "caminar
sin hacer daño a los demás". Arranca otra hierba y silva una melodía.
- Cachis la mar..., cómo está esto de yerbajos y eso que los
arranco casi a diario. Si es que no pue ser, las malas hierbas crecen hasta en
las mejores familias.
Ramón sigue rumiando su letanía de quejas sobre la
"cizaña" mientras acaba con ellas a buen ritmo. La mañana se va
consumiendo y el estómago del jardinero reclama su sustento, en una talega de
listas de lo más primorosa, aguarda el trozo de pan con morcilla que saciará el
hambre creciente de nuestro amigo. Había adquirido su manjar el día de antes en La Parrilla, aprovechando que era domingo fue a tomarse unos vinos "an ca
Hilario el del comercio" y compró unas morcillas que venían avaladas por
muy buena fama.
Qué buen rato había echado allí en el salón del
bar-comercio, siempre había alguien dispuesto a contar un chascarrillo
divertido. Los hijos de Hilario eran más malos que un rajón, especialmente el
chico, del que contaban ponía guindillas en la estufa... Demonio de nene.
Ramón acabó su tentempié y se incorporó a la tarea, echó un
vistazo al camino plagado de transeúntes que iban y venían al comercio y al bar
de al lado: "los Melgarejos"
-¡Ramooooon, que te se van a caer y te van a partí un pié hombreeeee! ¡Er tío que bien viveee!
Ramón se ríe con las ocurrencias de su amigo "er
pirata", que siempre anda metiéndose con él porque dice que vive como un
marqués. El pirata es minero del pozo Langreo, en La Parrilla, un accidente
lo dejó tuerto de un ojo y el mote le cayó por derecho propio. Le gusta el
aguardiente y el cante y de vez en cuando, Ramón le corta unas rosas para
"la Agustina" porque el pirata se emociona con la bebida y le llega
borracho más de una vez, cuando la mujer se harta lo echa de casa, aunque
siempre acaba perdonándolo porque a pesar "del vicio" no es mal
hombre.
El día transcurre en paz, la gente va y viene con carros,
mulas y algún coche. Los trenes no paran en su incesante ir y venir, humo de
máquinas que se mezcla con el sonido característico de las ruedas sobre las
vías. Mujeres que cargan cántaros de agua a la cabeza y pesados fardos, son las
"cosarias", que llevan mercancías diversas a quien no quiere
desplazarse a por ellas. A Ramón le dan pena, algunas son mayores y sus piernas
ya no están para esos trotes, pero así es la vida, hay que trabajar para llevar
el pan a casa. Los guardias andan atentos para que nadie cruce las vías pero
siempre se les escapa alguien, el mes pasado multaron a las mulas de Manolito,
el hermano de Hilario. Puf, con el genio que tiene...
El jardinero vuelve a mirar las rosas, han quedado
perfectas, el ingeniero asturiano le ha pedido que vaya a su casa porque no hay
nadie como él para podarlas. Tiene unas manos mágicas para estas flores,
pareciese que con sus caricias cobren vida los rosales. A Ramón no le importa,
total le pilla cerca y es mejor no contrariar a los jefes. A veces sueña que le
toca la lotería y se compra una casa como la del ingeniero, una bien grande con
un jardín hermoso lleno de flores bien cuidadas. Después se iría a ver el mar
que aún no conocía porque la mili le había tocado en Sevilla, allí había oído
a los compañeros contar que el mar crece y se encoge dependiendo de si era mañana o noche, y que eso se llamaba mareas.
Ramón apartó sus sueños, a fin de cuentas no eran más que
eso. Fue al cobertizo a dejar los aperos, allí se encontró con uno de los
oficinistas que le dijo que lo requerían en la segunda planta para arreglar un
desconchón que se había hecho por la caída de una estantería.
-¡Qué vida ésta, no le dejan parar a uno! Menos mal que lo
mismo valgo pa un roto que pa un descosío. Lo malo es que tenía que pasarme por
la casa el ingeniero..., bueno, si eso voy esta tarde.
Y Ramón se pierde por las escaleras de la Casa Encantada con
sus pantalones raídos, sus manos surcadas de trabajo y una espuerta llena de
herramientas destinadas a solucionar el desperfecto de la pared. Sube cargando
sus sueños sobre unos hombros cansados, su nuca cubierta de canas se balancea a
cada peldaño mientras los oficinistas lo animan a echarse una copla. El
jardinero sonríe porque a pesar de todo, sabe que le escuchan a escondidas, es su pequeño
momento de lujo en un mundo que se olvidó de él el día que rifaron la fortuna.
- Bah, qué más da. Yo soy feliz con mis rosas y mis cantes,
que no es más rico el que más tiene sino el que menos necesita.
Y su pensamiento queda flotando en el aire, rebotando en las
paredes de una casa que hoy ya no ofrece nada de lo que tuvo. Ramón vive entre
las hierbas, ahí sigue cuidando las plantas, cantando por Pepe Pinto,
filosofando con su sabiduría de hombre bueno. Sí, tenemos jardinero en Casa
Encantada, para él este vídeo cargado de belleza y música.
Sábado lluvioso, sábado de brumas y sueños, las niñas están inquietas y el gato ronronea abandonado a las caricias de Esther. De repente, la pregunta mágica.
- Tita Pitusa ¿Nos vamos de aventuras? Esther se frota la nariz y me sonríe.
- Pues....
- ¡Sí tita, sí por favor, venga que voy a por el transportin y metemos a Narizotas! -Apuntó Marta levantándose como un saltamontes-
- De acuerdo, preparadlo todo y poned al minino en su sitio, hoy saldremos a carretera así que no podréis sacarlo. ¿Me habéis oido? Les digo apuntándoles con el dedo.
Las niñas corren a por el transportin y se colocan sus chubasqueros y sus botas de agua mientras yo preparo una merienda a base de chocolate con almendras, galletas y zumos.
- ¿Listas? - Les pregunto cargando al hombro la mochila con lo que ellas llaman "pan del camino"-
- ¡Listas, tita! - Sonrisas XXL
Esther ha metido a Narizotas en el transportin que sigue ronroneando a sabiendas de que le espera una tarde divertidísima bajo la lluvia y en compañía de sus mejores amigas, Marta sonríe a la espera de que le de el móvil, ella siempre es la guardiana del mágico aparato.
Antes de irnos pasamos a
recoger a un nuevo amiguito, es Iván, tiene once años y es un niño alegre y
cariñoso que vive su infancia igual que mis sobrinas, disfrutando del
maravilloso tesoro que otros a su edad, ya han perdido.
- ¡Papá, mamá que me voy de
aventuraaaas! - Iván sale corriendo como un loco en busca de su chubasquero
cuando le proponemos el plan para la tarde. Su cara refleja una felicidad sólo
comparable a la noche de Reyes-
- Pero... ¿Vais de aventura
lloviendo? No, no, no, mejor otro día Iván, hace frío y esta lluvia os calará
hasta los huesos.- Dice la mamá del niño un tanto preocupada-
- Venga mujer, deja que se
vaya, ¿qué iba a hacer solo aquí toda la tarde con nosotros? Seguro que con
María José y sus sobrinas se lo pasa de miedo -Replicó el padre intercediendo a
favor del sábado aventurero-
-¡ Sí, sí por favor mamiiiii!
-Suplica el niño con cara de penita profunda-
Al final la mamá de Iván
despliega una sonrisa y todos respiramos, eso significa que tenemos nuevo
compañero desde hoy.
- Entonces ¡Eeeeeen marcha! -Les
digo a los tres aventureros que corren a entrarse en el coche. La primera
sorpresa para Iván se llama Narizotas-
- Iván, tienes que conocer
nuestros secretos si quieres ser un aventurero pituso en toda regla- Dice Marta
mientras pone al gato en brazos del niño-
- De acuerdo, contadme.
-Verás, -prosigue Esther-
Cuando lleguemos al bosque lo primero que tienes que hacer es saludar a los
Elfos ¿Hablas élfico?
- Pues..., no, no tengo ni
idea.
- No te preocupes, nosotras
te enseñaremos todo lo que necesitas saber. Mira, cuando lleguemos tú sólo di¡Aiya mellon Eldas!Que significa: ¡Hola amigos Elfos! No
olvides pronunciar la elle como dos eles.
Les miro por el retrovisor
mientras les pido que vuelvan a meter a Narizotas en el transportín, salimos a
carretera. Todos sentaditos y con sus cinturones siguen riendo y charlando,
pronunciando palabras élficas que sólo ellos conocen y haciendo gala de una
camaredería como no esperaba menos de los tres tesoros que llevo en el asiento
de atrás.
- ¡Tita pitusa, música de
aventuras please! -Habla Marta mientras de fondo se oye la risa de Iván y de
Esther-
En unos segundos se hace un
silencio esperado, los niños se dejan llevar por la melodía y observo a retazos
sus ojos alucinados. Sus mentes viajan lejos del habitáculo del coche, están en
bosques llenos de hadas, animales que van y vienen, un joven caballero, una
reina, un castillo...Sueños infantiles en una tarde fría de invierno.
- Tita, ¿cómo se llama esta
canción? - Pregunta Esther.
- La música de los dioses.
Y el silencio se reinicia
tras un suspiro de Esther, la paz inunda mi reino, un reino donde las hadas
tienen un nombre conocido y familiar.
La tarde se vuelve oscura, el
cielo plúmbeo amenaza con desplomarse sobre nosotros, se cierra a derecha e
izquierda extendiéndose entre los árboles y las pocas casas diseminadas en el
monte. Tomamos el camino que nos lleva hasta la finca de Las Picazas y la
lluvia da paso a un viento enfurecido que hace a los árboles inclinarse ante su
majestad airada. El cielo sigue oscureciéndose y difuminándose en distintas
tonalidades de gris, el personal del asiento trasero observa por las ventanas
el espectáculo invernal. Comienzo a preocuparme, subo la calefacción porque el
frío se hace pertinaz pero a la pregunta de si volvemos a casa, el no, fue
rotundo y contundente.
De repente, algo blanco se
posa en el parabrisas, sale despedido y se queda suspendido en el aire, inicia
una danza al son del viento antes de caer al suelo y después desaparece. Otro
más, otro... Está nevando.
- ¡Está nevando titaaaa!
Los niños pegan sus caras a
los cristales embobados con la magia de la nieve, los copos son cada vez más
grandes y numerosos pero ellos no quieren volver, desean bajarse para disfrutar
del maravilloso espectáculo.
Llegamos y a penas paro el
motor el gato ya está fuera, en unos segundos todos estamos de pie,
colocándonos los guantes y cerrando bien la capucha de los chubasqueros para
evitar que se cuele el frío. Ajusto las bufandas una a una, sólo veo naricillas
rojas y ojos alucinados, afilados a causa de una sonrisa que permanece
escondida bajos las ropas de abrigo. Miro que las botas de agua queden fuera de
los pantalones y doy comienzo a la marcha. El gato va delante, saltando y
retorciéndose en complicadas piruetas aéreas en busca del copo esponjoso que se
le escapa entre sus manitas. Tiene el pelo salpicado de bolitas de nieve pero
no quiere que Esther lo coja, prefiere ir andando. Bueno..., andando es un
decir.
Bajamos una vereda inclinada
y llegamos a un arroyo flanqueado por espeso monte bajo que nos dificulta el
paso, Iván no duda en apartar el frondoso ramaje y abrir camino, ahora sólo
queda pasar al otro lado.
- Está bien, yo iré delante -
Digo examinando concienzudamente nuestras posibilidades. Entre la broza y el
arroyo queda un angosto espacio resbaladizo que nos permite avanzar unos tres
metros hasta el lugar donde se estrecha el cauce. Unas pizarras a uno y otro
lado hacen de improvisado pasadizo, sin embargo, el espacio entre ellas es de
casi un metro y hay que saltar.
Me quito el cinturón de los
pantalones y lo ato por encima del chubasquero algo más arriba de la cintura,
después, cojo a Narizotas y lo deposito dentro. El gato apoya sus patitas en el
improvisado escalón que forma el cinturón y saca su cara sinvergonzona por el
hueco que le deja la cremallera. Es hora de saltar. Primero arrojo la mochila
que cae sin problemas al otro lado y luego sujetando con una mano al animal,
cojo algo de carrera y me impulso. Caigo al otro lado sin dificultad, dejo a
Narizotas en el suelo y ayudo a pasar a la chiquillería que loca de contenta
ríe y grita ante la hazaña.
Un empinado camino se vislumbra
entre el espeso monte. Caminamos observando como la nieve va depositando en la
cúpula de los árboles una cabellera blanca que chorrea hasta las ramas más pequeñas.
De repente, algo cruza como una exhalación, me detengo pero el gato corre veloz
detrás de la extraña aparición.
- ¡Narizotas ven aquí!
¡Narizotas vuelve! -Los gritos de los niños no sirven de nada y el gatito se
pierde entre la maleza. Preocupada pido que se esperen y me adentro en el
monte; le llamo insistentemente pero no acude, así que decido volver junto a
los niños para esperar un poco, guarecidos bajo el saliente de una roca. Al
cabo de unos minutos interminables vemos un rabito blanco y negro que asoma
entre las hierbas, en la boca trae una criatura que se agita y no deja ver
exactamente su naturaleza, cuando la deposita en el suelo, un grito ahogado se
apodera de nuestras gargantas.
-¡Un, un, un duendee! -Gritó
Iván agachándose para recogerlo.
Un pequeño ser vestido con
una túnica de hojas y musgo se debatía por soltarse de las manos de Iván,
finalmente y ante la imposibilidad de escapar, se rindió. Tenía la carita muy
negra y los ojos verdes. Estaba asustado.
- ¿Cómo te llamas? -Le
preguntó Marta- No queremos hacerte daño, sólo hablar contigo.
El duende se frotó los ojos y
con voz aflautada dijo:
- Soy un Trenti, un duende y
vivo aquí, en el bosque. Iba a gastaros una broma cuando apareció el, el.... Bueno,
tengo que irme que tengo prisa.
- ¡Espera! Le dijo Iván, ¿Qué
es lo que has visto para que corrieses de esa forma? ¿El gato?
- No, el gato no, el gato
tonto ese apareció después - Los niños se miraron ¡Había llamado tonto a
Narizotas! - Es que....- prosiguió la criatura- por aquí hay Rementeadores, son
peligrosos y corría a la cueva del viejo Pirú para refugiarme.
- ¿El viejo Pirú?- Pero...,
no conozco a nadie por aquí que viva en una cueva, los ermitaños desaparecieron
con la Edad Media y....- El duende me interrumpió-
- ¿Y esta listilla quien es?
- Preguntó el Trenti señalándome-
- Ohmms es la tita pitusa, no
te preocupes ya te acostumbrarás a ella- Dijo Esther mientras yo la miraba sin
salir de mi asombro-
La nieve comenzó a caer en
abundancia, el camino había desaparecido bajo un manto blanco que recordaba las
estampas navideñas de la infancia. Me asusté porque esta vez habíamos llegado
demasiado lejos.
- Ummmm, va a ser complicado
que salgáis ahora de aquí. ¿Por qué no me acompañáis hasta la cueva? Pirú
estará encantado de recibiros y estaremos calentitos y a salvo.- Propuso el
Trenti-
Nos miramos, y tras la
insistencia de la gente menuda, tuve que ceder. Dimos un largo rodeo, bordeamos
roquedos que no recordaba haber visto antes, Esther llevaba a Narizotas en el
chubasquero e Iván portaba al duende que calentito entre las manos enguantadas
del niño, iba feliz silbando una hermosa melodía.
- Deteneos, es aquí. - Dijo
el Trenti estirando los brazos.
Una cueva de piedra casi
dorada apareció al apartar algunas espesas ramas cubiertas de nieve, la puerta
era de madera y el tirador un trozo de raíz. Llamé y apareció un anciano de
barba larguísima y grisácea, vestía una túnica blanca salpicada de hojitas
verdes muy pequeñas, en su mano, un largo báculo que utilizaba a modo de
bastón.
- ¡Pasad queridos amigos,
pasad, os estaba esperando!- Dijo el anciano desplegando una enorme sonrisa-
- Chicos, dad las buenas
tardes- Les susurré a los niños-
- Buenas tardes, señor-
Dijeron al unísono-
- ¿Cómo sabía que vendríamos?
No entiendo yo... - Le pregunté a Pirú-
- Querida amiga, yo lo sé
todo de los que entráis en mi bosque. Acompañadme. - Dijo ceremoniosamente-
Esther dejó a Narizotas en el
suelo que se lo estaba pasando bomba con el Trenti y un pequeño Trastolillo que
se había unido al juego. Nosotros pasamos a una estancia preciosa, ocupada por
sillas talladas con figuras florales y lo que parecía una mesa central con
forma de rosa donde en el medio, ardía una fogata caldeando extraordinariamente
el lugar. Iván se quedó atónito ante aquella fantástica mesa-chimenea.
Pirú se dirigió hacia la mesa
e hizo que todos nos colocásemos alrededor. Abrió uno de los pétalos y sacó
unos brillantes polvos azulados con los que espolvoreó el fuego, al instante,
pudimos ver la carretera por donde habíamos venido, un señor en su coche
saliendo de un cortijo cercano y de repente... Un extraño animal cuya visión
nos aterrorizó, era un híbrido de mantis religiosa y araña. La parte delantera
del animal estaba formada por la cabeza de la mantis, tenía unos largos brazos
erizados de pinchos y unas manos terminadas en pinza. El cuerpo era redondo,
negro y peludo, pero todos nos fijamos en el vientre blanquecino del que
colgaban una veintena de crías amarillentas.
- ¡Dios mío! ¿Qué es eso? -
Grité asustada retirándome de la mesa-
- Es un Rementeador- Dijo
Pirú- Un ser maléfico, una de las criaturas más temibles del Bosque de la
Sombra. Borra de recuerdos bellos vuestra mente y se los entrega al malvado
Mago Negro, después, él permite que los humanos sin memoria sean devorados por
el monstruo. Por estos parajes aún transitan algunos Faunos, seres guardianes
de los bosques, semidioses de campos y selvas, conocedores de los secretos de
la agricultura y los animales. Los Rementeadores temen su presencia porque
tienen el poder de vaciar sus ojos y dejarlos sin su malvado don. Son de los
pocos que se atreven a enfrentarse a un ser de estas características.
- Un momento señor Pirú -
Dijo Marta- ¿Cómo ha llamado a este bosque?
- El Bosque de la Sombra no
es éste, sino el que está al otro lado de los sueños, queridos amigos, en él
habitan los seres sin esperanzas y está gobernado por el Mago Óminor, el Mago
Negro de las sombras. Emplea todo su poder en intentar pasar a este lado pero
sólo podrá hacerlo robando los pensamientos bellos de las criaturas, para ello,
se sirve de los Rementeadores que tienen la facultad de saltar a esta realidad
gracias a las pesadillas de los niños. Si os encontráis con uno no miréis a sus
ojos o estaréis perdidos. El hecho de que esté aquí hoy no es casualidad, os ha
intuido, sabía que vendríais a vuestras aventuras y os busca, os está
buscando...
Iván me miró asustado y me
cogió del brazo pidiéndome que volviésemos a casa. Las niñas no podían apartar
sus ojos del horrible animal que se visualizaba en las llamas.
- Aquí estaréis a salvo hasta
que los Faunos puedan devolverlo al otro lado. Sentaos, os serviré chocolate
caliente, tortitas y dulces para pasar la tarde, después, cuando el peligro
haya pasado, yo mismo os llevaré hasta el coche.
A un movimiento del báculo
una nube rosada nos cubrió, el gato una vez más quiso atraparla entre sus
manitas pero al despejarse, una mesa llena de magdalenas, tortitas, frutas
caramelizadas y dulces de diversa especie rodeaban una fuente que manaba
chocolate calentito. Todos nos miramos asombrados ante la magia de aquella tarde
y acto seguido... Comimos mientras Pirú nos contaba historias de Hadas,
caballeros encantados y Magos que un día fueron los señores del lugar.
Había entrado la noche y me
preocupaba no haber vuelto a casa, Pirú consultó las llamas de nuevo para ver
si el Rementeador había desaparecido, pero no, seguía merodeando los caminos
que habíamos tomado. Me removí inquieta en mi asiento.
- ¿Ocurre algo, tita pitusa?
- Preguntó Pirú.
- Sí Pirú, tengo que llevarme
a los niños, ha caído la noche y sus padres estarán muy preocupados.
- No puedes hacer eso, no
eres consciente del peligro que corréis- Me contestó con la cara visiblemente
alarmada- Si sales ahí afuera, os atrapará, no sabéis nada sobre como
defenderos de ese animal y lo que es peor, si os lleva al lado de Óminor, nadie
podrá rescataros.
Los niños seguían jugando con
los duendes y el gato ajenos a mi preocupación, mi reloj marcaba las siete y
media de la tarde y había oscurecido por completo tras una cortina blanca de
nieve incesante. El Rementeador seguía afuera y sólo se me ocurría una manera
de salir de allí. A la entrada había reparado en una excelente colección de
arcos, las niñas y yo somos buenas tiradoras y el blanco a batir es grande,
podríamos intentarlo. Pirú al oír mi propuesta se puso las manos en la cabeza.
- ¿Pretendes salir ahí fuera
con tres niños y unos arcos para enfrentarte a un Rementeador tú sola? Créeme
muchacha, eres una insensata, no imaginas el peligro que entraña salir a la
nieve con un cazador como ese animal. Vuestras huellas le guiarán hasta
vosotros. Deja que los Faunos se ocupen de él.
-¡Pero los Faunos no aparecen
y yo tengo que llevar a los niños a sus casas! Pirú ¿No lo comprendes?
El anciano suspiró - Está
bien, os proveeré de mis mejores arcos y flechas y además quiero que os llevéis
esto- Depositó en mi mano una campana de cristal con una bellísima flor rosada
en su interior-
- Es la flor de Sandáe, si
estáis en peligro la liberas y las criaturas del bosque acudirán en vuestro
auxilio. Cuando la liberes, cuidado de no pincharte con alguna de sus espinas o
tu alma volará con ella.
Nos despedimos de Pirú y de
los duendes prometiendo volver cuando el tiempo mejorara, acto seguido, nos
adentramos en la oscuridad del bosque. Al andar, las botas se hundían en la
nieve hasta los tobillos, la imagen del entorno no parecía la misma de hacía
unos minutos, es como si algo o alguien le hubiera robado la belleza. Los niños
no habían advertido que a medida que avanzábamos, nuestros pasos iban cerrando
el camino y tanto éste como las huellas, desaparecían sin dejar indicio alguno
de que antes allí hubiese habido una senda. Frente a nosotros, sólo penumbra,
extraños sonidos y árboles cubiertos de nieve.
Seguimos caminando, pero el
paisaje se hacía tortuoso y cambiante, de repente, el silbido de una flecha nos
obligó a mirar hacia el sitio desde donde provenía el sonido. Vimos a Iván
sobre una roca húmeda, arco en mano y disparando a un extraño y enorme ser que
avanzaba hacia él. Veloces, montamos las flechas y comenzamos a disparar, al fin,
aquel monstruo se dejó ver por entero. Allí estaba el temido Rementeador frente
a nosotros, con ocho patas rapidísimas que dotaban al animal de una extraordinaria rapidez. Sus ojos rojos
y brillantes se posaron en Esther que presta le lanzó una flecha privándole de
uno de ellos, enfurecido, aquel ser se abalanzó sobre ella pero Iván se
interpuso en su trayectoria y se enganchó a una de sus pinzas.
- ¡No Iván!- Gritó Esther que
seguía lanzando flechas sin que hicieran merma en aquel enorme monstruo-
El niño trepó por el brazo
con la idea de llegar hasta el ojo que le quedaba intacto y cegar al animal,
pero éste fue más rápido y lo atrapó con la otra pinza. Narizotas arañaba y
mordía una de las patas del Rementeador pero a él no parecía importarle. Impotentes,
presenciábamos como el monstruo acercaba a Iván hasta las crías ¡Iba a
servírselo de merienda! De repente, el brazo que atrapaba al niño comenzó a
elevarse y fue dirigiéndose hacia el ojo que el animal aún conservaba. Marta
tuvo una idea y nos colocamos justo bajo el vientre del monstruo comenzando a
disparar a las crías, mucho más vulnerables que la madre. Cayeron dos, tres,
cinco….El Rementeador emitió un gruñido que nos hizo enloquecer, parecía que
los oídos nos fueran a estallar de un momento a otro. Como esperábamos, soltó a
Iván que cayó desde una altura superior a dos metros, sin embargo no contamos
con un enorme haz de luz enceguecedora que salió del abismal ojo de aquel ser;
la luminiscencia nos envolvió y nos dejó sin sentido. Un sueño tibio y dulzón
se apoderó de todos, incluido Narizotas; no luchamos, por el contrario nos
dejamos invadir por el letargo. Las fuerzas al fin nos habían abandonado no
sólo a causa de la azarosa batalla librada contra un espécimen que escapaba a
todas luces a nuestro entendimiento, también por el duro discurrir entre un
sinuoso paisaje de árboles retorcidos y terreno abrupto surcado por aguas
bravías y cubierto de una nieve que posibilitaba el avance a duras penas.
De repente, tomamos
conciencia y abrimos los ojos, junto a nosotros había un hombre alto y
silencioso, con la tez pálida y los ojos pequeños y hundidos, la barba cerrada
era negra y larga dándole aspecto de desaliño. Al hombro llevaba una zamarra de
musgo seco y los pies protegidos con sandalias recubiertas de piel de lobo. En
la mano derecha portaba una flauta, era el sonido que sumidos en aquel estado
gaseoso habíamos estado escuchando.
- Amigos – Dijo – He de irme,
os dejo en buenas manos. – Sin más, dio media vuelta y se marchó –
Estábamos confusos, nos
incorporamos y pudimos ver que no estábamos en el bosque y que el monstruo
había desaparecido. Nos hallábamos junto al coche cuando de repente aparecieron
unos extraños seres de apariencia mitad humana y mitad animal, pues sus cuartos
traseros se correspondían con los de una cabra.
-¡Son Faunos! Gritó Esther.
Se acercaron y nos hablaron.
- Habéis tenido mucha suerte,
os habéis enfrentado a una de la criaturas más peligrosas y temibles del bosque
pero si estáis con vida, debéis agradecérselo a Narizotas, fue él quien pudo
liberar la flor de Sandáe y de este modo la voz de auxilio llegar hasta
nosotros.
Nos miramos sorprendidos y
agradecimos a aquellos seres su intervención. Preguntamos quién era el señor
que aguardaba a nuestro lado hasta que despertamos, era "el Musgoso"
otro ser mitológico del bosque. Antes de marchar, el que parecía de mayor edad
se dirigió a mí.
- Esperamos volver a veros
pronto por estos bosques, Pirú me ha dado esto para ti. -Depositó en mi mano
una réplica pequeña de la mesa que vimos en su cueva, dentro ardían unas llamas
y pude ver la cara del anciano sonriendo.
- Necesitarás esto también-
Dijo el Fauno dejando en mi mano una bolsita de tela- Cuando vengáis, consultad
antes las llamas y así no correréis peligro.-Añadió-
Nos despedimos de ellos, el
coche avanzaba y los niños agitaban las manos en un adiós que era más un hasta
pronto. Los Faunos se difuminaron en la oscuridad y nosotros llegamos por fin a
nuestro hogar.
Antes de separarnos, Marta
toma la palabra.
- Tita, Iván se incorpora a
las aventuras ¿Verdad?
Todos en casa, a salvo y
felices. Aventura superada.
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