La
nieve ha remitido al fin y las primeras flores multicolores asoman salpicando
aquí y allá el verde
manto. La primavera ha llegado al corazón de Villa Rosita y doña Sinforosa se
siente feliz. Hoy, se ha levantado de muy buen humor, ha cogido su mantel, su
pequeña sillita de eneas y ese bolso gigante fabricado con trozos de tela donde
guarda todas sus muñecas de trapo. Va a dirigirse al mercado para venderlas y
cerrar una ansiada compra que trae en mente desde hace meses. A Carmelo y Pepe
les encantará la sorpresa que su amita va a darles en tan sólo unas horas.
La dama se dirige a su armario.
La dama se dirige a su armario.
-Ummmm,
veamos..., creo que me pondré esta falda beige y la camisa de flores rosas. Sí,
es apropiado para un día tan especial.
La
falda, como es natural en una dama de su clase, le cubre hasta los tobillos. Elaborada
en algodón y bordada en los bajos en tonos crudos, tiene bolsillos donde guarda
caramelos que ella misma elabora con azúcar y esencias naturales. La camisa es
de seda estampada con unos pequeñísimos ramilletes de flores color rosa palo. Para
terminar el conjunto se coloca una pamela de rafia natural, a la que ha cosido
unas flores secas. Cuando bajó,
el gato y el jilguero dormían plácidamente acurrucados en sus respectivas
camitas, así que doña Sinforosa se dirigió a la cocina para desayunar algo
ligero y salir cuanto antes. No había contado con el fino oído de Carmelo.
-
¡Buenos días doña Sinforosa!, ¿sale ya para el mercado? - Preguntó el gato
estirándose sobre las manos y alargando su fibroso cuerpo como si fuese de goma-
-
Buenos días, querido. Así es, he de vender las últimas muñequitas porque con
este invierno tan crudo que hemos tenido...Nuestra despensa está bajo mínimos.
-
Bueno, no se preocupe, pronto volverá a estar llena. He pensado que Pepe y yo
podemos trabajar en el huerto esta mañana, hay que arrancar algunas hierbas y
cavar las fresas que ya están saliendo.
Doña
Sinforosa cogió al minino cariñosamente entre sus brazos acercando la cara de
Carmelo a la suya.
-
Mi querido, querido amigo, no es necesario que trabajéis porque vuestra
compañía me basta para ser feliz, las despensas de mi corazón están repletas.
-Rrrrrrrrrr. El gato comenzó a ronronear cerrando sus
ojitos y acariciando la barbilla de la dama. - Lo hacemos felices doñi, somos
una familia así que todos ayudamos en lo que podemos.
Doña Sinforosa depositó a Carmelo en el suelo regalándole varias caricias extras en su suave cabeza.
Doña Sinforosa depositó a Carmelo en el suelo regalándole varias caricias extras en su suave cabeza.
-
Te prepararé un tazón de leche con miel y unas galletas. Despierta por favor a
Pepe y así desayunamos todos juntos- Rozó la nariz del minino con su dedo
índice- ¿De acuerdo?
-
¡De acuerdo doñi!
En
un segundo Pepe el jilguero entraba en la cocina que voló hasta el hombro de la
dama para acercar su cabecita a modo de caricia.
-
¡Buenos días mi pequeño cantor! - Exclamó doña Sinforosa acariciando a Pepe-
-
¡Buenos días doñi!
Mientras
servía la mesa, el jilguero cantaba una linda melodía. Pronto hubo sobre el
mantel leche calentita, galletas, algo de alpiste, miguitas de pan y tarta de
frambuesa porque a Carmelo le encantaba. Desayunaron felices, después, el gato
y el jilguero salieron a despedir a su amiga, pero ante la mirada extrañada de
los animales, doña Sinforosa volvió sobre sus pasos.
-
Chicos, ¿queréis acompañarme al pueblo?
Pepe
y Carmelo se miraron, el gato tenía planes, se había empeñado en arreglar las
fresas del huerto así que animó al jilguero a acompañar a la doñi. De este
modo, quedaba más tranquilo sabiendo que doña Sinforosa no partía sola.
El
gato vio como sus amigos se alejaban andando por el prado. La falda de la dama
acariciaba las hierbas, flotaba sobre las flores secuestrándolas por segundos y
liberándolas a cada paso que daba. El pájaro, feliz canturreaba en el hombro de
su mentora.
-
Me preocupa que lleve tanto peso usted sola, si pudiese ayudarle... - Habló
Pepe al percatarse de los aparatosos trastos que portaba la doñi-
-
No te preocupes querido, estoy acostumbrada a estos menesteres, además, ahora
pasaremos por la granja de los Silva, allí siempre hay alguien que a estas
horas baja al pueblo y seguro que tiene a bien llevarnos.
Abandonaron
el camino y llegaron hasta un gran caserón blanco; el pájaro se quedó asombrado
por la cantidad de animales que pastaban en los alrededores. Bajo un roble, don
José cargaba varios fardos en un carro tirado por una mula, al ver acercarse a
la dama detuvo su trajín y fue raudo a saludarla.
-
¡Doña Sinforosa! ¡Ya la echábamos de menos por la granja! Hace semanas que no
baja al pueblo así que estábamos preocupados. Hoy mismo, sin ir más lejos, iba
a enviar al mozo hasta Villa Rosita para saber de usted.
-
¡Ay don José, ustedes siempre tan amables! Gracias, de salud estoy bien pero
con el tiempo que hemos tenido no me he atrevido a salir de casa, así que he
aprovechado para coser y arreglar algunos muebles que ya necesitaban un poco de
atención.
-
Bueno, bueno amiga mía, eso está muy bien. Voy a bajar al pueblo a llevar la
leche y algunos quesos que me encargó don Hilario, el de los ultramarinos
Ambrojo. Si quiere puedo llevarla, siempre tengo sitio para una dama y sus
muñequitas - Dijo sonriendo-
-
¡Oh, muchas gracias don José!, ya sabe que me viene muy bien poder transportar
todo esto en el carro.
-Faltaría
más, señora mía.
Don
José se percató de la nueva compañía de la dama.
-
Doña Sinforosa, ¿y ese pequeño jilguero? Es realmente bonito.
-
Pues mire, llegó a casa moribundo en mitad de una tormenta, lo recogí y lo
cuidé, ahora alegra con su canto mis días. Es tan simpático que me acompaña
allá donde voy, así que hoy he decidido llevarlo conmigo al mercado.
- Usted y ese amor por los animales...La envidio señora, créame. Tenga cuidado allí abajo porque un animal tan manso puede ser un plato apetitoso para cualquier amigo de lo ajeno. Por no hablar de los gamberros...
- Usted y ese amor por los animales...La envidio señora, créame. Tenga cuidado allí abajo porque un animal tan manso puede ser un plato apetitoso para cualquier amigo de lo ajeno. Por no hablar de los gamberros...
-
Pierda cuidado, no lo perderé de vista -Contestó doña Sinforosa-
Don
José pone su dedo cerca de las patitas de Pepe que raudo se dispone a tomar
posesión del mismo. El hombre sonríe y le otorga unas caricias.
-
Don José, quisiera pasar un minuto a saludar a doña Amparo, hace tanto que no
nos vemos...
-
Faltaría más, pase, pase. Yo me quedo aquí ultimando las cosas.
-
Voy a entrar por la puerta de atrás, como siempre, así veo a sus preciosas ovejas; ya sabe que me
parecen las más hermosas de la comarca.
Doña
Sinforosa dio rodeo a la casa, sabía que en el cercado estaría su amiga Lola y
aprovechó para entregarle un presente.
-
¡Doña Lola! ¡Amiga mía cuánto tiempo!
La
oveja levantó la mirada y vio a su amiga que la saludaba sonriente; rápido
corrió hasta la valla para corresponder al saludo.
-¡Buenos
días tenga, amiga querida! No sabe cuánto la hemos echado de menos. Pero bueno,
¡qué bien acompañada viene! ¡Pepe, encantada de volver a verte!
-
Buen día doña Lola, ya ve, de buena mañana acompañando a la doña.
Intercambiaron
saludos y algunas buenas noticias, como la maternidad de doña Francisquita, -la
burra de los vecinos-, y la incorporación de un nuevo capataz a la granja. Don
Severo estaba ya viejito y casi no podía hacer su trabajo, ahora vivía con sus
hijos en el pueblo, pero pasaba casi toda la semana con los Silva. A decir
verdad, don José le echaba de menos y había decidido que se quedara, de ese
modo descansaría de sus años de trabajo disfrutando de la quietud y
tranquilidad de los campos que había cuidado como si fueran propios. De paso,
le hacía compañía a su suegro, don Marcelino, con quien había trabado buena
amistad a lo largo de los años.
-
Lola, tienes razón, don Severo no se hará nunca a estar en el pueblo, él
pertenece a estos paisajes y es aquí donde ahora debe estar, disfrutando de un
tranquilo retiro.
-
Ya lo creo, doñi, tenía usted que ver cuando llega el hijo los sábados para
llevarlo a su casa, el pobre es todo tristeza…, y eso que tiene dos nietecitos.
A doña Amparo se le parte el corazón, así que los domingos por la tarde, su
regreso es toda una fiesta.
-
Te entiendo, querida, te entiendo- Dijo doña Sinforosa moviendo afirmativamente
la cabeza-
-
¡Oh, casi me olvido! Lola, te he traído un presente, creo que te gustará porque
se llama igual que tú.
Doña
Sinforosa extrajo de su bolso una linda oveja fabricada con rizo de toalla, iba
acompañada de un jabón que ella misma había elaborado y un botecito de esencia
del bosque con un cepillo especial para la lana.
-
¡Oh, doña Sinforosa!, ¡es lo más bonito que he visto en mi vida! Pero... No
tenía que haberse tomado tantas molestias por mí.
-
Querida, no es ninguna molestia, espero verte el sábado por casa a la hora del
té.
-
Cuente conmigo. Le agradezco mucho este presente, el mismo sábado estrenaré la
esencia para ir a visitarla. Dele recuerdos a Carmelo. Pepe, cuida bien de la
doñi.
-Gracias
Lola, nos vemos en unos días, hasta entonces cuídate mucho. Llevo algo de prisa
porque tengo que saludar a doña Amparo y bajar al pueblo. Me alegra haberte
visto.
Doña
Sinforosa acarició varias veces la cabeza de la oveja y ambos se despidieron de
ella hasta el sábado.
Ya
en el mercado, nuestra amiga dispuso como de costumbre su pequeño puesto. Don
José se aseguró de que todo estaba en orden antes de marchar y desearle una
buena venta.
-
Vamos a ver... Carmelita, hoy te pondremos aquí cerca de doña Juana, y a ti
Paquita junto a Flor.
Una
a una fue sentando a las muñecas en la mesa, todas preciosas y elaboradas con
ese amor que solo ella sabía poner en sus labores. Había traído también unos
cojines muy hermosos que había bordado junto a Pepe en las tardes que la nieve
blanqueaba los prados. Doña Sinforosa pinchaba la aguja y el jilguero tiraba
del hilo bien arriba. ¡Fue divertidísimo!
-
Bien, todo dispuesto, estas verjas que me ha dejado don José son preciosas y
creo que le darán un toque hogareño a la composición- Susurró la dama al
terminar de colocar su puesto-
La
mañana transcurría tranquila, había vendido ya dos muñecas y un cojín cuando el
jilguero pidió permiso para echar un vistazo por el mercado. Doña Sinforosa le
recordó la necesidad de andarse con precaución, pues los chicos andaban a esas
horas con los tirachinas y algunos tenían una puntería endiablada.
-Descuide
doñi, tendré mucho cuidado.
No
habían pasado quince minutos desde la partida de Pepe, cuando en los puestos de
más arriba se organizó tremenda algarabía.
-
¿Qué sucede? -Preguntó la dama a una señora que bajaba justo del lugar de donde
provenían los gritos.
-
Pues al parecer, unos chicos han querido cazar a un pájaro que andaba
revoloteando por los puestos, el animal intentado escapar se ha escondido en el
tenderete del señor Amalio, el lechero, con tan mala fortuna que ha tirado una
cántara de leche; y ya sabe usted el humor que se gasta ese hombre. ¡Está que
trina!
-
¡Oh Dios mío! ¡Ese es Pepe!- Pensó doña Sinforosa-
Agradeció
la información y se dirigió hacia el puesto del lechero.
-
¡Ahí viene! - Se oyó decir- ¡Ella es, ella es la dueña de ese pajarraco, la he
visto esta mañana mientras montaba el puesto!
Una
mujer entrada en años, enjuta, arrugada como un sarmiento y envuelta en un
elegante vestido negro, señalaba a nuestra amiga con el dedo.
-
Buenos días don Amalio ¿Qué ha sucedido? -Preguntó doña Sinforosa en tono
amable-
-
¿Es suyo este pájaro, doña Sinforosa? -Le enseñó una jaula donde Pepe
permanecía encerrado. A la dama casi se le rompe el corazón al ver a su amigo
allí metido-
-
Sí, lo es. Se ha debido escapar mientras montaba mi puesto; ruego me disculpe
si le ha ocasionado algún contratiempo.
-
¿Algún contratiempo, dice? ¡Señora mía, su querido pajarraco ha tirado una
cántara de leche llena y no pienso soltarlo mientras usted no me pague los
reales que cuesta! ¡Con que ya está poniendo el dinero sobre la mesa o le juro
que esta mediodía comeré pájaro frito!
-
Don Amalio, no creo necesaria esa medida, ahora mismo abonaré el importe del
destrozo.
Las
gentes murmuraban alrededor de doña Sinforosa, el mercado se había quedado prácticamente
vacío y todas las señoras se habían concentrado en el lugar del altercado.
-
Ahí tiene, creo que con eso será suficiente. Ahora, por favor suelte a mi
pájaro- Ordenó la doñi muy seria-
-
De mil amores, pero mire lo que le digo, si vuelvo a verlo por aquí sacaré mi
escopeta y no tendré piedad.
-
¡Es usted un ....! - Por educación, la dama retuvo sus palabras. Recuperó a
Pepe y se alejó con él entre las manos, abriéndose paso entre una multitud que
a veces le daba la razón y a ratos se la quitaba.
-
Doña Sinforosa, le pido mil perdones por haber sido tan poco cuidadoso, pero de
verdad que no vi esa cántara - Habló el jilguero en tono angustiado-
-
Pierde cuidado Pepe, tú no tienes la culpa, ese viejo diablo es un cascarrabias
que habría hecho cualquier cosa por sacarle los cuartos al primero que se lo
pusiera fácil.
-
No la entiendo...
-
Pues que aprovecha cualquier oportunidad para colocar su mercancía de modo que
esté a punto de caer con un leve roce. No es la primera vez que él mismo empuja
disimuladamente alguna cántara y culpa a los chiquillos o a cualquier señora
mayor que camine con cierta dificultad. Es una actitud abyecta y despreciable.
-
¿Lo dice en serio? - Preguntó Pepe extrañado-
-
Totalmente querido, tú no has podido tirar esa cántara, no tienes fuerza
suficiente para ello, así que no te apures.
-
Pero el dinero...
-
El dinero va y viene. Fin de la conversación - Zanjó doña Sinforosa-
Pepe
respiró aliviado, recogieron el puesto y se dirigieron hacia el interior del
pueblo. La doñi tenía que resolver allí un asunto muy importante.
Llegaron
hasta una casa señorial pintada en colores muy llamativos, en la puerta un
señor dio la bienvenida a la mujer.
El
interior era algo oscuro para el gusto de la dama, pero elegante y distinguido.
Los muebles parecían tallados a mano y los cuadros eran muchos y variados.
Anduvo unos metros y llegó hasta un precioso jardín interior con plantas
exóticas, allí, un matrimonio entrado en años la recibió con toda amabilidad.
-
Don Matías, doña Mariquilla, encantada de volver a verles- Pronunció doña
Sinforosa al tiempo que empujaba la cabecita de Pepe para que permaneciese en
el interior del bolsillo de su falda-
-
La estábamos esperando, por favor, tome asiento - Pronunció don Matías
poniéndose en pie-
Doña
Sinforosa procuró sentarse de modo que su amigo estuviese cómodo, en nada, éste
volvió a subir la cabeza sabiendo que bajo la mesa nadie podría verlo. Por no
hablar de que así escucharía mucho mejor la conversación...
-
Entonces - Tras los saludos de rigor tomó la palabra la dama- La oferta del
dog-cart, ¿sigue en pie?
-
Oh sí, doña Sinforosa- Habló la vieja señora- Nosotros ya no vamos a salir a la
montaña, y hemos pensado que ese carruaje podría venirle de perlas para sus
traslados desde Villa Rosita, por ello nos pusimos en contacto con usted antes
de las nieves.
-
La verdad es que no imaginan lo mucho que me ayudaría, siempre ando necesitando
de la amabilidad de todos y con ese coche incluso podría desplazarme a otros
pueblos para vender mi mercancía.
-
¡Oh, por supuesto! Es una excelente idea amiga mía- Exclamó don Matías- La
animo a que la ponga en práctica.
-
Pues bien, si el precio sigue siendo el mismo, no hay más que hablar. Me lo
quedo – Sentenció doña Sinforosa sonriente-
-
¡Esto hay que celebrarlo! - Propuso don Matías- Tome con nosotros un licor de
almendras amargas de nuestras bodegas. Mientras, uno de los criados dispondrá
el coche y el caballo para que pueda llevárselo.
Tras
cerrar la compraventa, los señores y su invitada salieron al jardín para ver el
dog-cart, un modelo de coche muy funcional y bastante apropiado para nuestra
amiga.
-
Ahí lo tiene, doña Sinforosa- Dijo don Matías- La verdad es que he pasado muy
buenos ratos con él pero uno se hace mayor y no necesita la mitad de las diversiones
que tenía de mozo. El caballo es muy noble, sé que estará bien con usted.
-Descuide,
de sobra sabe que los animales son mi debilidad. El coche es una maravilla y
estoy segura de que el caballo será también un fiel compañero.
En
unos minutos el carruaje estaba listo. Habían acoplado el caballo y sólo
faltaba que su nueva propietaria tomase posesión de ambos.
-
Gracias por todo, han sido ustedes muy generosos conmigo porque de sobra sé que
el precio que me han puesto por él, es muy inferior al que hubiese podido
alcanzar en cualquier mercado.
-
Oh querida, pero queríamos que lo tuviera usted, sabemos que no podrá estar en
mejores manos- Dijo doña Mariquilla- Pero espere, ¡casi me olvido! Se adentró
en la casa con pasos acelerados y al instante volvió con una preciosa manta
inglesa.
-
Tome, la he usado durante muchos años, ahora quiero que la tenga usted. Me he
permitido la licencia de bordarle sus iniciales.
La
señora le entregó la manta sonriente, doña Sinforosa no escatimó palabras de
agradecimiento. Se despidieron con la promesa de volver a verse el domingo.
Pronto
abandonaron el pueblo y se adentraron en los caminos. El coche era una
bendición, doña Sinforosa y Pepe estaban tan contentos que no pararon de cantar
en todo el trayecto.
A
la llegada a Villa Rosita...
-
¡Carmeloooo! ¡Sal tienes que ver esto! - Voló Pepe hasta el interior de la casa
sorprendiendo al gato que se hallaba preparando un postre a base de nata.
-
Pero... ¿Qué ocurre? ¿A que viene tanto jaleo?- Preguntó desorientado-
-
Sal ahí afuera y lo verás- Le contestó el jilguero-
Carmelo
se quedó sorprendido ante la visión que ofrecía doña Sinforosa feliz sobre su
flamante coche. Una lagrimita se escurrió entre las pestañas del minino, de
sobra sabía los esfuerzos de la mujer para bajar al pueblo cada día en los
periodos de frío y los de fustigante sol. Ahora, un sueño largamente acariciado
se hacía realidad ¡Por fin, por fin, doña Sinforosa tenía un medio de
transporte como merecía!
-
¡Carmelo! ¡Pero no llores querido! -Exclamó la dama al ver la emoción del
gato!- Venga, sube que vamos a dar un paseo los tres.
-
De acuerdo pero.... ¡Yo también tengo una sorpresa!
El
jilguero y la doñi se miraron extrañados viendo como el gato corría al interior
de la casa.
-¡Que
alguien me eche una mano! - Se oyó desde su interior-
Doña
Sinforosa bajó rauda y se encontró con una grata visión. Carmelo había
preparado un almuerzo a base de empanada de atún y frambuesas con nata para el
postre. Ahora sólo quedaba coger un mantel y la cestita para llevarlo hasta
algún lugar en mitad del hermoso bosque, una vez allí, los tres darían buena
cuenta de la vianda.
Ya
acomodados en el coche, tomó la palabra el jilguero.
-
Habrá que poner un nombre al caballo, ¿verdad?
-
Oh, no es necesario. Me llamo Juan, Juanito para los amigos- Contestó el equino
sorprendiendo a los presentes-
-
Bien Juanito, pues llévanos a un sitio hermoso donde celebrar que nos hemos
conocido ¡En marcha! –Anunció doña Sinforosa exultante de alegría-
El
carruaje se adentró en el bosque, desde lejos se oían los cánticos de la feliz
y peculiar familia a la que sin pensar, había llegado un nuevo integrante,
Juanito.
Número de Registro Propiedad Intelectual: 201399901322175
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