Hace
una tarde realmente desapacible, eso diría cualquier persona que sale a pasear
en un día ventoso, pero no doña Sinforosa ¿No conocéis a la señora Sinforosa?
Bueno, bueno..., sentaos porque es el momento perfecto para presentaros a tan
especial dama.
Su
casa se alza en mitad del bosque, es de madera, antigua y acogedora, atravesada
de parte a parte por luz que entra a través de los enormes ventanales. En las
tardes de primavera y amaneceres estivales, se sienta a coser sus muñecas de trapo
bajo los árboles. Doña Sinforosa vende sus muñecas en el mercado del pueblo,
tiene un puesto improvisado con una mesa de madera y un mantel bordado por sus propias manos.
También
cultiva un huerto con hortalizas y flores que cuando es época, lleva a su puestecito para obtener beneficios
con la venta.
Doña
Sinforosa tiene una edad incierta, para algunos no más de cincuenta, para otros
ha pasado la sesentena, pero en realidad, nadie sabe con certeza los años de la
dama.
Su
cabello es dorado, lo lleva recogido en un moño y siempre huele a espliego, como
si ese aroma formase parte de su ser. En el armario, unas impecables camisas
adornadas con encajes y diversas faldas que cubren hasta los pies, como
corresponde a una dama de su educación. En primavera gusta de usar telas con
tonos empolvados, es una enamorada de los pequeños estampados florales y
siempre que su economía se lo permite, pasa por la tienda de don Julián y
compra unos retales para coserse blusas.
Por
lo demás, nuestra amiga es una señora aparentemente normal que gusta de ocupar
sus ratos libres en la pintura. Si pasáis por su casa en las tardes soleadas,
la veréis en el jardín dibujando flores amarillas, sus favoritas. O como os he
dicho antes, cosiendo muñecas de trapo bajo los árboles.
Tiene
un gato que se llama Carmelo porque nació el día de la Virgen del Carmen,
bueno..., en realidad doña Sinforosa no sabe cuando nació, pero hace tres años y
en esa fecha se lo encontró entre las coles de su huerto, así que es en tan
especial festividad cuando celebran su cumpleaños. Era un gatito muy pequeño,
de tonos grises y blancos con los ojos grandes y asustados que le confesó
haberse perdido. Ahora, vive feliz en Villa Rosita, ayuda a su amiga a cavar el
huerto y hace de anfitrión cuando doña Sinforosa recibe en casa.
La
semana pasada nuestra amiga no pudo bajar al mercado, una fuerte nevada le
impidió salir, así que aprovechó para terminar unas muñequitas que traía entre
manos y ponerles su nombre. Sí, habéis leído bien, todas las creaciones de la
dama tienen nombre ¿Cómo iban a existir entonces?
Muñeca extraída del "Blog de trabajos de Maria José Veira Fernández"
-
Bien querida, ya tienes tu capa y tu sombrero, ahora te dejaré aquí hasta que
llegue el momento en el mercado - Decía la mujer que tras dejar la muñeca en una
cesta de mimbre, se recostaba en la mecedora a mirar las llamas danzarinas.
Carmelo, dormía plácidamente hecho un rosquito sobre su cojín de plumas de oca.
La
noche conquistó al fin las horas y doña Sinforosa, medio adormilada, encendió
los candiles y fue a la cocina a por una cena ligera para ella y para el minino.
Se había puesto su toquilla azul cielo a juego con las pantuflas que su amiga
Piedita le regaló el mes pasado por su cumpleaños, eran tan confortables que no
se las quitaría ni para cavar el huerto.
Compota
de higos, rebanadas de esponjoso pan, leche y unas manzanas componían la cena.
A Carmelo le llenó su tacita con el blanco alimento y le puso un poco de
compota; el dulce era su perdición. Ella, se sentó de nuevo en la mecedora y
sobre una pequeña mesa depositó la vianda. Afuera, todo era blanco sobre negro,
los copos se descolgaban del oscuro telón de la noche, el viento silbaba y
salvo esos sonidos y el ronroneo del gato, nada más se escuchaba en la
estancia. Al cabo de unos minutos, oyeron unos golpes en el cristal de la
ventana que daba a la salita, lugar donde nuestros amigos cenaban; no eran muy
fuertes, pero sí insistentes. Doña Sinforosa se levantó y cogió el espetón de
atizar la candela, nunca se sabe quien puede ser a esas horas, ante todo,
precaución. Descorrió la espesa cortina de cretona y tras el cristal, un
pequeño jilguero aleteaba casi moribundo.
-¡Señor! ¡Pero criatura, te vas a helar!
La
mujer dejó en el suelo el espetón y rápidamente introdujo al diminuto pájaro en
la estancia. Estaba exhausto por el esfuerzo, mojado y aturdido. Doña Sinforosa
lo acurrucó entre sus manos y lo llevó al cojín de Carmelo, junto al fuego. El
gatito, de lo más generoso, se tumbó junto a él para darle calor y al cabo de
unos minutos reaccionó al fin. Al abrir los ojos y encontrarse con el felino,
se sobresaltó.
-
¡Oh cariño, no temas! Carmelo no te hará nada, es un buen amigo- El gato sonrió
a la dama agradecido-
-
¿Pero cómo has llegado hasta aquí con este temporal y de noche? - Preguntó doña
Sinforosa.
El
ave se aclaró la voz.
-
Verá señora, mi casa se la llevó el viento, la tenía en una casuarina camino de
la estación de ferrocarril pero esta noche... - Se tapó la cara con las alas-
-
Oh, no te preocupes, te quedarás aquí con nosotros- Le anunció doña Sinforosa-
Iré a buscar algo para comer y después dispondremos tu cama.
Nadie
conocía en el pueblo el don de nuestra amiga ¡Podía hablar con los animales!
Ellos lo sabían y acudían sin temor cuando tenían algún problema.
Volvió
de la cocina con un poco de trigo, leche caliente y unas migas de pan. En el
cojín, el jilguero y el gato charlaban animadamente. Carmelo había lamido sus
plumas así que el pájaro había entrado en calor antes de lo esperado.
El
animal comió con avidez, se notaba que llevaba tiempo sin echarse nada al buche
porque el pobre era todo huesos y plumas. Carmelo y doña Sinforosa se miraron
satisfechos. Cuando hubo saciado su hambre, reanudaron la conversación al calor
del hogar.
-
Bien, cuéntanos tu historia, si vas a quedarte con nosotros aunque sea unos
días, nos gustaría saber quien eres- Propuso doña Sinforosa volviendo a la
mecedora con el pájaro en su regazo-
-
Soy un jilguero de más allá del río Noria, mis padres y mis hermanos viven allí
pero yo quería buscar un lugar donde poder ver la nieve, de este modo me
aventuré a venir hasta estos parajes. Desde pequeño he querido correr
aventuras, ver otros bosques, conocer otros animales..., pero creo que no estoy
preparado para ello. Solo soy un adolescente inconformista – Dijo el ave
bajando el pico con tristeza-
-
Oh, no te preocupes querido, todos cometemos locuras a ciertas edades pero esa
es la sal de la vida, perseguir nuestros sueños. - Le contestó doña Sinforosa-
Mi lema es "si quieres ser feliz como dices, las cosas de este mundo no
analices..., no analices..." - Y rió de buena gana-
-
Entonces, ¿aprueba lo que hice?
-
En cierto modo sí, pero escúchame jovencito, ¿tienes adónde ir? - Preguntó
apuntándole con el dedo.
-
Pues..., verá. No. Mi casa se la ha llevado el viento, no sé construir un hogar
preparado para soportar las inclemencias de este tiempo. - Dijo cruzando las
alas por delante-
-
Y a juzgar por tu aspecto, tampoco te ha ido muy bien en lo que a alimentación
se refiere - Añadió Carmelo levantándole
la escuálida alita derecha-
-
Bueno, no mucho, la verdad es que estaba
acostumbrado a comer lo que mis padres traían a casa y...
-
Bueno, bueno, no te preocupes - Cortó nuestra amiga- Puedes quedarte aquí todo
el tiempo que necesites, pero antes dime, ¿cómo me encontraste, jovenzuelo?
-
Pues... Me lo dijo María, la ardilla que vive en el árbol de la señora
Pilarica. Me habló de alguien que podía ayudarme, que siempre ayudaba a los
animales en apuros. Me dio su dirección y el resto..., ya lo conoce.
Departieron
hasta bien entrada la noche, en el reloj junto a la chimenea dieron las doce en
punto.
-
¡Oh, chicos! ¡Fijaos qué hora es! - Exclamó doña Sinforosa- Voy arriba a buscar
algo para preparar la cama a este joven; vuelvo en unos minutos.
Los
pasos de la mujer se oían deambular de un lado para otro; puertas de armarios
que se cerraban y abrían y por fin, unos pies que descienden la escalera.
-
Ya estoy aquí. Pequeño, para esta noche habrás de conformarte con esto hasta que
te busque un lugar apropiado- Dijo mientras dejaba junto al cojín de Carmelo,
un mullido nido improvisado con algodones del botiquín.
-¡Oh,
es perfecto doña Sinforosa! Jamás hubiera soñado tanto confort. Por favor, no
se moleste en nada más ¡Esta cama es la mejor! - Exclamó el pajarito
acurrucándose feliz de un salto en su nuevo nido-
-
Descansad -Les dijo la dama a la vez que acariciaba cariñosamente a los
pequeños- Mañana será un día muy divertido, te buscaremos un nombre, ¿qué te
parece? - Le preguntó al jilguero.
-¡Tendré
un nombre! Señora mía, son demasiadas emociones para un simple pájaro, me
siento tan halagado que no sé qué decir.
-Pues
di buenas noches – Propuso Carmelo-
-Buenas
noches, amiguitos –Contestó sonriente doña Sinforosa mientras cubría con unas
pequeñas mantas a los animales. Después, subió a su cuarto satisfecha con el
huésped y muerta de sueño a causa de tanta emoción. En unos minutos, el
silencio reinaba en la casa de madera.
A
la mañana siguiente amaneció de nuevo nevando, la señora Sinforosa pensó que
tendría que posponer ese paseo que había prometido a los chicos para buscar
arándanos pero, aprovecharía para coser algo que tenía en mente.
Como
cada mañana, Carmelo fue a ver a doña Manolita, la gallina que mandaba en el
corral, para recoger algunos huevos y comprobar que todo estaba bien por allí.
Las gallinas eran bastante indisciplinadas y siempre andaban a la gresca. El
gato intentaba poner orden, pero más de una vez se había llevado un picotazo. De
no ser por doña Manolita, cierta mañana de verano lo hubieran dejado más
agujerado que la casa de un carpintero.
De
vuelta al hogar:
-
¡Buenos días! –Exclamó el felino entusiasmado- Doña Sinforosa, traigo unos
huevos recién puestos. Doña Manolita le envía saludos.
-
Gracias, hijo. Deja la cesta sobre la mesa de la cocina, los quiero para hacer
un bizcocho ¡Ah! No despiertes al jilguero, el pobre sigue dormido.
-
De acuerdo- Contestó el gato- Voy a bajar al río a ver cuánto ha cuajado la
nieve en el bosque.
-
Ten cuidado Carmelo, no olvides la mantita que te hice el mes pasado, te vayas
a constipar. Y por favor, si puedes, trae alguna fruta que encuentres
fácilmente. Es para el bizcocho.
El
gato cogió una manta de escocesa verde y roja y se la colocó. Tenía unas
aberturas para sacar las patitas y la cola, se enrolló una bufanda y salió
contento a dar su paseo matutino. De vuelta a Villa Rosita una hora más tarde,
había conseguido unas moras silvestres estupendas. Doña Sinforosa se puso muy
contenta.
-
¡Buenos días, jilguero! - Exclamó Carmelo al ver que su nuevo amigo había
despertado y se hallaba desayunándose un buen tazón de miguitas de pan con
leche caliente.
-
¡Buenos días! Siéntate Carmelo, cuéntame cómo está el río - Le animó el
jilguero mientras volaba hasta la cabeza del minino-
Los
dos amigos consumieron más de una hora en charlas matutinas, mientras, doña
Sinforosa cocinaba el rico bizcocho con moras y cosía algo misterioso; ninguno
de los dos pudo averiguar de qué se trataba.
-
Bueno jilguero -Dijo la buena mujer entrando en el salón- Creo que ha llegado
la hora de ponerte un nombre, ¿no crees?
-
¡ Oh síííííííííi! ¡Doñi, estoy tan contento! – Casi gritó de entusiasmo-
-
¿Doooooñiii? - Exclamó Carmelo espantado ante el atrevimiento.
-
¡Oh, doñi! Me gusta mucho, sí, creo que me gustará que me llaméis así - Dijo
"la doñi" encantada y riendo de muy buena gana- Sigamos, he pensado
que como estamos en marzo y se aproxima el día de San José, tal vez te gustaría
llamarte Pepe ¿Qué te parece?
-
¡Pepe el jilguero! ¡Suena de maravilla, doñi! -Exclamó el pájaro lanzándose a
volar y haciendo atrevidas piruetas sobre las cabezas de sus nuevos amigos-
-
Bien, pues ahora que tienes nombre, habrá que celebrarlo. A las cuatro en punto
daremos una pequeña fiesta así que tendrás que ponerte bien guapo - Dijo doña
Sinforosa guiñando un ojo al pajarito-
-
Pero..., no tengo nada que ponerme... -Contestó Pepe bajando triste la
cabeza-
En
ese momento, la dama desplegó una enorme sonrisa y le indicó a Carmelo que
trajese unos paquetitos que había dejado sobre su cama. El gato estuvo de
vuelta en menos que se dice miau.
-
Tomad, esto es para vosotros - Dijo doña Sinforosa sin perder su linda sonrisa,
dejando que todo el salón se iluminara
con el color sonrosado de sus mofletes-
Carmelo
abrió su paquete y apareció una preciosa gorra, era igual a una que le había
encantado el mes pasado cuando la descubrió en la portada de una revista de
moda francesa, de esas que se vendían en el comercio de don Hilario. Era color
verde, como su manta-abrigo, y en todo lo alto tenía una borla de lana roja. El gato se puso a
dar saltos de alegría mientras "la doñi" no cabía de felicidad viendo
lo mucho que le había gustado aquel presente.
Pepe
hizo lo propio con su regalo y apareció un lindo chaleco en escocesa roja a
juego con una corbata. Fue tal la sorpresa, que quiso obsequiarles con un canto, pero no le salió la voz de puros nervios. Estaba agradecido y feliz.
-
Bien, mis niños, pues quiero que os pongáis guapos esta tarde, la pequeña
fiesta se hará para dar la bienvenida a Pepe ¡No todos los días se bautiza un jilguero!
A
las cuatro en punto y pese a la nieve llegaron los invitados. Doña Manolita
venía con dos de sus sobrinos, traían un regalo para Pepe que la gallina había
elaborado en una mañana. Consistía en una gorrita de aviador tejida en lana
natural, la misma que le había regalado su amiga doña Lola, la oveja de la
granja de los Silva. Después llegaron don Fermín y doña Pepita, las ardillas de
la caseta del tren. Las ocas de la granja de don Ramiro, los gatos de la Cuesta
la Vieja... Así hasta quince invitados.
Fue
una fiesta maravillosa que Pepe no se podía imaginar ni en el mejor de sus
sueños. Cantó tanto para agradecer la bienvenida, que se quedó afónico.
-Bueno
querido Pepe -Tomó la palabra doña Sinforosa- Quisiera ahora que estamos todos
los amigos juntos, hacerte una propuesta- El pájaro movió la cabeza en modo
afirmativo porque no tenía voz.
-
Verás, Carmelo y yo nos preguntamos si te gustaría formar parte de nuestra
familia y quedarte a vivir en Villa Rosita.
El
jilguero se apresuró a decir que sí con la cabeza, acto seguido voló hasta la dama
para abrazarla con sus alas. Después, hizo lo mismo con Carmelo y con sus
nuevos amigos, que aplaudieron y vitorearon la estupenda decisión.
Y
así fue como se formó la maravillosa familia de la casa de madera llamada Villa
Rosita. Un millón de aventuras aguardan dentro de sus estancias y muchas más
fuera de ella, en el bosque. Estad atentos.
Número de Registro Propiedad Intelectual: 201399901322175
Prohibida su copia total o parcial y/o
reproducción por cualquier medio sin consentimiento expreso y por escrito de su autora.