Nuestra amiga se había levantado muy temprano para acompañar al bueno de Dimas a dar agua al toro Caprichoso. Como siempre, disfrutó derramando agua sobre la espalda de aquel consentido animal que sin ese ritual, no bebía.
De regreso al Tejar, allí estaban ya sus amigos que al igual que ella, habían madrugado para llegar a su centro de operaciones. Tras los saludos y un buen desayuno, les esperaba una charla con el abuelo José y con Dimas alrededor de la chimenea.
—Abuelito, ¿hace muchos años que se fabrican ladrillos en El Tejar?
—Claro que sí, Pepita. Desde hace muchíííííísimos años. ¿Sabías que el abuelito Miguel ya servía ladrillos a la Sociedad Minero y Metalúrgica de Peñarroya Pueblonuevo? Antes de que hicieran su propia fábrica, claro.
Esa es la sociedad francesa que vino a explotar las minas, ¿verdad? —Preguntó Julián
—Así es —afirmó el abuelo José.
—Y sabéis francés alguno de los dos? —Preguntó Patricia muy intrigada.
—¡Oh, yes! —Contestó Dimas levantándose y haciendo una rara reverencia que provocó la risa incontenida de los niños.
—¡Pero Dimas, que eso es inglés! —Le espetó Estrella muerta de la risa.
—Es que yo tengo un francés muy de Inglaterra, chicos —les dijo Dimas poniéndose muy interesante.
Los niños volvieron a reírse con ganas, hasta que el abuelo les hizo una propuesta que los dejó con la boca abierta.
—Chicos, aquí en el pueblo hay colegios bilingües de francés y yo conozco a la directora de uno de ellos: el San José de Calasanz. ¿Os gustaría visitarlo?
—Si podemos ir con Gambita, aceptamos —contestó Julián.
—¡Y con Dimas! —Exclamó Pepa levantándose y corriendo a los brazos de su amigo
—¡Eso está hecho! Al regreso de las vacaciones, os llevaremos —les prometió el abuelo José con una gran sonrisa.
Al fin llegó el gran día. A los niños les parecía estupendo que en aquel pueblo, tan importante en su día, aún se conservara el idioma que trajo riqueza a aquel lugar. Además, les parecía de una elegancia extrema que los peques peñarriblenses hablaran francés.
A eso de las diez y media, María José, la directora del cole, los recibía a todos en su despacho.
—¡Bienvenidos al San José de Calasanz! Bueno..., y tú también eres bienvenido —dijo a la vez que se agachaba para acariciar la cabeza de Gambita. Tengo entendido que también conocéis a Gema, ¿verdad?
- ¡Oh, sí! —Habló Dimas. Visita mucho la Charca de los Patos con sus chicos, les encantan los cuentos y los animales así que se lo pasan pipa cada vez que van.
—Pues es una lástima que no podáis saludarla, ha salido con su curso a una visita al Cerco Industrial —les informó la directora.
En ese mismo instante, Gema les enseñaba a sus alumnos la mina Santa Rosa.
—Fijaos, chicos y chicas, de aquí salía el carbón. Era un lugar peligroso donde muchos de nuestros antepasados trabajaron. Bajaban en una especie de jaula y se introducían por unas galerías donde comenzaban a picar y extraer el oro negro de nuestra comarca.
—¿Qué son galerías, seño? —Preguntó un niño con cara de pillastre.
—Son como túneles. Había muchos de ellos bajo tierra y estaban oscuros, por eso se ayudaban de lámparas para poder trabajar.
—¿En esta mina trabajaban todos los abuelitos del pueblo? —Preguntó una de las alumnas.
—En esta y en otras muchas como esta. Los que eran mineros, claro. Y luego otros trabajaban de electricistas, reparadores de vías, maquinistas, mecánicos... Y había administrativos que trabajaban en las oficinas de ese edificio tan bonito que vimos la semana pasada.
Por encima de la voz de la seño se escuchó un ruido. Parecían golpes de martillo, pero... ¿Quién podía estar dando golpes tan temprano en el Cerco Industrial? Gema pensó que serían operarios del Ayuntamiento, probablemente reparando alguna de las bonitas chimeneas.
—Seño ¿Qué es ese ruido? —Preguntó extrañado uno de los niños que giraba la cabeza hacia el lugar del que venían los insistentes golpes.
—Deben ser trabajadores del Ayuntamiento, no os preocupéis. Sigamos con nuestra charla.
Pero no puedo proseguir. En ese instante, una furgoneta grande y negra pasó por su lado levantando una enorme polvareda y haciendo que todos tuvieran que llevarse las manos a la cara.
—Pero bueno.... —Murmuró Gema enfadada. ¿Habrá visto por dónde va?
La seño siguió con la vista al vehículo y vio que se detenía delante de una de las chimeneas. Puso una mano a modo de visera para tapar el sol que le impedía la visión y observó que estaban cargando la furgoneta con algo. ¿Qué sería?.
—A ver chicos, nos vamos a acercar a aquella chimenea para averiguar qué trabajos están realizando allí. Y si no es así, pues para saber qué está ocurriendo porque esto.... Me huele raro —dijo dándose varios toques con su dedo índice en la nariz. ¿Qué os parece el plan?
Las niñas y niños saltaron de emoción. ¡Una aventura a lo Pepa Jones y su gato Gambita! Eso sonaba de maravilla. Caminaron valientes detrás de su seño, pero cuando anduvieron unos metros, Gema se detuvo porque lo que vio no le gustó nada de nada.
—Un momento, escondámonos aquí —señaló una vieja pared donde se puso a buen recaudo con sus alumnos.
Desde allí observaron a tres hombres picando sobre la base de la chimenea, extrayendo ladrillos y depositándolos dentro de la furgoneta que hacía un rato los había pasado a toda velocidad.
—¡Ladrones de patrimonio! —Gritó Gema.
En ese instante, los ladrones se percataron de la presencia de la seño y de los niños y sin pensarlo dos veces, se dirigieron hacia donde permanecían escondidos.
La mañana para el Gambigrupo, el abuelo José y Dimas transcurrió rápida. Los niños disfrutaron mucho con las explicaciones que les dio María José sobre las actividades que se realizaban en el cole. También visitando las clases y jugando en el amplio patio. Gambita, como buen gato aventurero, siguió todo muy atento y anduvo olisqueando todo aquello que le parecía raro o divertido. Lo pasó muy bien con tanta caricia y alguna que otra chuche.
De repente, María José se dio cuenta de que eran las doce y media de la mañana y Gema no había vuelto con su clase. Extrajo un móvil del bolsillo trasero de su tejano y marcó un número. Nada, no daba señal. Volvió a intentarlo en dos ocasiones más, pero el resultado fue el mismo: «El móvil al que llama está apagado o fuera de cobertura». Una especie de alerta interior se encendió y su cara habitualmente risueña, se volvió preocupada.
—¿Ocurre algo? —El abuelo José se había dado cuenta de que algo no iba bien.
María José tomó del brazo al abuelo y a Dimas y los llevó a un lado para explicarles que hacía tiempo que Gema debía estar de vuelta con los niños, que la estaba llamando y su teléfono estaba apagado.
—Bien, no te inquietes —dijo el abuelo José. Puede que esté ahora mismo pasando por alguna zona donde no haya cobertura. Prueba de nuevo —la animó a que marcara otra vez, pero el móvil seguía sin dar señales de estar operativo-
Julián, que había estado pendiente de toda la conversación, se acercó y les propuso ir a echar un vistazo para saber qué estaba sucediendo. A la directora en un principio no le gustó mucho la idea, pero Dimas le aseguró que si había algo raro en todo aquello, nadie mejor que el Gambigrupo para averiguarlo.
María José, el abuelo José y Dimas volvieron al colegio para esperar noticias y Pepa jones, Gambita y el Gambigrupo se dirigieron al Cerco Industrial. Al llegar a la mina Santa Rosa, ni rastro de la seño y los chicos.
—Qué raro... —Observó Patricia mirando a su alrededor. No debían estar muy lejos de aquí.
—A menos que se hayan dirigido a otra zona —apuntó Estrella.
—No lo creo, chicos —habló Pepa. Este lugar tiene sus peligros y no creo que la seño se atreviese a adentrarse mucho más ella sola con los peques.
—Pues tienes razón —asintió Julián mientras miraba hacia todas direcciones. Pero mira que es raro que no se les vea... Peinemos toda la zona en círculo, lo iremos agrandando y parándonos en todos los lugares que pudieran haber quedado atrapados. No descartemos nada.
—¿Y si llamamos a nuestros amigos de la Guardia Civil? —Propuso Pepa.
—Espera un poco —levantó la mano Patricia pidiendo calma. Si en media hora no hemos dado con ellos, llamamos a Mónika y a Alberto.
El Gambigrupo estuvo de acuerdo en todo, también en poner a Gambita una cámara en el collar para que les fuera enseñando todo aquello que encontrara a su paso. La cámara estaba conectada al móvil de Pepa.
Nada más soltar al gato, este salió disparado en dirección opuesta a la que se encontraban y los chicos, si perder un segundo, le siguieron tan rápido como pudieron.
Estaban agotados de correr y Gambita no paraba así que decidieron hacer un descanso, total con la cámara no podían perderlo, alguna imagen llegaría que pudieran identificar el lugar en el que estaba. No habían hecho nada más que sentarse cuando Pepa abrió su móvil y vio que Gambita enfocaba hierbas altas y una pared. Luego giró su cabecita hacia un lado y distinguieron algo que les resultó familiar.
—¿Esa no es la nave Nordon? —Preguntó Julián.
—Creo que sí —asintió Patricia.
—Pues sí que nos lleva lejos el michi aventurero —se quejó Pepa dejando escapar un suspiro al final de su frase.
De repente, unas imágenes captaron la atención del Gambigrupo. En un rincón de la nave, se distinguía a una mujer rodeada de niños y niñas. Estaban sentados en el suelo y parecía como si estuvieran maniatados. Delante de ellos se paseaba un tipo vestido con un mono azul y cara de muy pocos amigos.
Gambita volvió a girar la cabeza. No había nadie más. ¿Qué haría ahí la seño Gema con los chicos? Estaba claro como el agua que se habían metido en algún lío.
—Chicas, aquí hay algo gordo. La seño y los niños están secuestrados.
Gema intentaba tranquilizar a sus alumnos como podía. Algunos habían comenzado a llorar porque tenían hambre, otros porque sencillamente.... Estaban asustados. El hombre con cara de perro enfadado se volvió hacia ella.
—¿Quieres decirle que dejen de hacer ruido de una vez?
—Verá, estos niños tienen que volver a su casa. Hágase cargo... ¿Por qué no nos deja ir? No diremos nada de lo que hemos visto.
—¡De aquí no se mueve nadie hasta que no desmontemos ladrillo a ladrillo esa chimenea! Y luego.... Ya veremos qué hacemos con vosotros —elevó tanto la voz, que hasta la seño se asustó.
De repente, Gema se dio cuenta de que una de las niñas estaba intentando cortar su brida con un trozo de cristal que había encontrado en el suelo. Cada vez que el hombre malo pasaba cerca, la niña dejaba lo que estaba haciendo y bajaba la mirada para volver a la faena tan pronto salían de su campo de visión.
Los ladrones habían sido tan torpes que los habían maniatados a unos con las manos por delante y otros por detrás, lo cual facilitó que se pudieran ir soltando poco a poco. Para disimular, seguían dejando las manos en la misma posición. La seño miró uno por uno a niños y niñas. Luego asintió levemente con la cabeza y enarcó las cejas dando entender que estuvieran atentos y preparados.
Los minutos pasaban y el paseo de aquel tipo delante de ellos no paraba. Gema se dio cuenta de que al pasar por su lado, iba distraído y mirando hacia un lado de la nave, momento que aprovechó para estirar su pierna derecha haciéndolo tropezar y caer de bruces en el suelo.
—¡Chicos, ahora! —Gritó abalanzándose sobre él.
Los peques, todos a la vez, saltaron sobre aquel hombre mientras la seño buscaba algo con que poder inmovilizarlo, pero no hizo falta. En ese momento Pepa Jones y el Gambigrupo entraban como una exhalación y Estrella corrió a atar las manos de aquel ladrón con un pañuelo que llevaba al cuello.
No habían pasado ni cinco minutos cuando la Guardia Civil acudió. Pepa había enviado los vídeos que Gambita había grabado y su amigos se personaron allí antes de lo que se dice miau. Alberto, Mónika y cuatro Guardias más detuvieron a varios ladrones mientras otro se encargaba de atender a la seño y a los arriesgados chicos que después de aquella aventura ya no tenían miedo a nada.
—Bueno chicos y chicas ¡Habéis sido muy valientes! —Les dijo el Guardia Civil. Estos ladrones eran muy peligrosos, se dedicaban a desmontar chimeneas como las nuestras para luego venderlas a otros países. ¿Qué os parece? Y vosotros habéis ayudado a terminar con esa práctica que expoliaba el pasado de lugares como el nuestro.
—¡Pero eso está muy mal! —Exclamó uno de los niños. ¡Nadie tiene derecho a quitarnos lo que es de todos y menos atacando a los niños!
—Pues sí, pequeño —se dirigió a él el Guardia-. Pero hay personas que no respetan el patrimonio, que lo deterioran, lo ensucian y en el peor de los casos... Lo roban. No podemos permitir que eso suceda porque si lo hacemos, se borrarán nuestras raíces y con ellas lo que somos y el lugar de donde venimos. En cuanto a atacar a los niños, no hay peor acto que ese porque si de algo estoy seguro es de que niños y niñas estáis en el mundo para equilibrarlo. Vosotros representáis todo lo bueno que muchos olvidan al crecer: el amor, la benevolencia y la paz. Quien ataca a un niño, ataca al mundo.
La seño agradeció aquellas palabras y aceptó de buen grado que los llevaran al colegio en coche. Había sido una aventura peligrosa y todos estaban muy cansados. Antes de emprender el viaje de vuelta, se dirigió a los alumnos y uno a uno fue felicitándolos por su valentía. Se sentía feliz de ser la tutora de aquel maravilloso grupo.
A las dos de la tarde todos estaban ya de vuelta en sus casas, también el abuelo José, Dimas, Pepa, el Gambigrupo y por supuesto Gambita, que una vez más había demostrado ser el gato más aventurero y temerario de todo el Valle del Guadiato.
Y ahora que sabéis lo valientes que son las chicas y chicos del San José de Calasanz, contad a todo el mundo que en nuestro pueblo jamás permitiremos ladrones de patrimonio y que si alguno se atreve, se las verá con nosotros y el Gambigrupo.