Otro día más de vientos fuertes y tormentas, don Leonardo Peinacanas y el mago Pirú estaban muy preocupados porque no les parecía normal que tras una semana, los fenómenos no parasen.
Gracias a que Smaugui, el culebre, había decidido quedarse a vivir con ellos, el problema de las bajas temperaturas había sido resuelto, y es que un dragón español es mil veces mejor inversión que esa calefacción artificial que hay en las casas de los no encantados.
- Mira, donde se junta aquella con cara de oso y la otra estirada. –Dijo señalando a un lugar indeterminado del cielo-
La cara de un duende burlón asomaba entre las nubes, tenía los mofletes hinchados y parecía como si soplara y los cirros le obedecieran.
- ¿Tienes idea de qué o quién puede ser? – Preguntó Benito que había dejado momentáneamente su labor en la cocina para observar aquel prodigio-
En ese instante, unos enormes ojos encendidos aparecieron en la ventana y los amigos se dieron tal susto que la taza de té salió rodando por los suelos.
-¡Smaugui! ¡Por el amor de Dios, no me voy a acostumbrar nunca a este animal!- Exclamó Yolanda agachándose a recoger los trozos de loza en los que se había convertido la preciosa tacita-
– Venía a avisaros de que acabo de ver duendes Nuberos merodeando por los cielos y ese, o mejor dicho, ellos son los causantes de este tiempo que tenemos. Son malos, se divierten provocando tempestades y poniendo en peligro a los pescadores, y si se enfadan mucho, lanzan rayos y granizo para destrozar cosechas.
- ¡Pero bueno! -Exclamó la seño- ¿Y por qué se están cebando con Casa Encantada si puede saberse?
- Pues ni idea, pero la realidad es que están y si no queremos que todo el Guadiato quede anegado y sin cosechas, hay que pararles los pies.
- Bien, reunámonos con Pirú y don Leonardo y veamos qué podemos hacer. - Propuso la seño, retomando una sabrosa taza de té que Benito le había preparado mientras charlaba con Smaugui-
Caminaba por el pasillo central en dirección a la biblioteca cuando don Leonardo salió a su encuentro.
- ¿Ocurre algo, querida?
- Tenemos que hablar, don Leoanardo. ¿Ha visto a Pirú?
- Sí, hace un momento estaba con Matilda y con Plumillas que venían de recoger unas hierbas para sus pócimas.
- ¿Con este tiempo?
- Van con un mago, hijita...
La seño sonrió, sabía que con el mago Pirú, cualquier contratiempo solo era excusa para una buena aventura y que el peligro siempre era menor en su compañía.
- Están en la emisora, te acompaño. - Propuso el bibliotecario-
Ya en el estudio de Casa Encantada Radio, se sentaron en torno a unos cafés y la seño Yolanda explicó el motivo de su visita. Al parecer, la única manera de hacer retroceder a los Nuberos (según Smaugui), era encontrando Ventolines. Los Ventolines son geniecillos buenos que ayudan a la gente de la mar y los arropan con sus alas verdes cuando hace frío, o les procuran una brisa agradable para su navegación.
- Bueno, creo que yo también podría emplear algo de magia para hacer que se marchen -dijo Pirú-
- No lo dudo - Contestó don Leonardo- Pero las cosas de duendes han de resolverse entre duendes y yo también voto por buscar Ventolines.
- ¿Sabéis que esos duendes viven en el norte? - Preguntó Plumillas.
- Sí, listillo. -Contestó Matilda- ¿Y?
- Pues que no sé cómo haremos para encontrar uno aquí.
Smaugui había escuchado todo sentado en el exterior y en ese momento, asomaba su enorme cabeza por la ventana.
- Si estáis pensando en ir al norte, no contéis conmigo. Yo estoy muy calentito aquí en Casa Encantada y en cuanto me vean aparecer por allí van a querer que me quede ¡Ni hablar! ¡No pienso ir!
Los amigos se miraron entre sí.
- Smaugui, nadie te obliga a volver, pero podrías decirnos dónde encontrar a tus amigos Ventolines para pedirles ayuda. Eso sí lo harás, ¿verdad? - Preguntó Pirú-
El Culebre guardaba silencio y volvía la cabeza haciéndose el desentendido.
- ¡Smaugui! - Exclamó la seño Yolanda- ¡No seas tonto! Tienes que ayudarnos o este lugar que tanto te gusta acabará inundado o lo que es peor..., puede desaparecer si cae un rayo ¿Es que no te importa?
El Culebre miró a todos y cada uno de los que expectantes aguardaban su respuesta.
- Los Ventolines viven también en las nubes rojas. Esperadme aquí, volveré en unas horas.
Y sin más, salió volando hasta desaparecer de la vista de sus amigos.
- Si es que los de mi familia somos así. Nos hacemos de rogar pero al final somos más valientes que ninguno. - Dijo Matilda llena de orgullo lagartijero-
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El tiempo pasaba, pero Smaugui no volvía y empezaban a preocuparse. ¿Le habría pasado algo? De nuevo la seño estaba en la cocina, esta vez en la compañía de Matilda y Plumillas.
- Chicos, no sé... ¿No creéis que ya debería haber vuelto?
- No te preocupes, seño, los de mi especie nos sabemos cuidar.
- Sí, Matilda, pero aún así estoy preocupada.
- Chicas, ¿Y si salimos a buscar a nuestro amigo? - Propuso Plumillas-
- Pirú ha dado órdenes expresas de no salir de la casa. Soplan vientos de casi 50 kilómetros por hora y para nosotros es peligroso .- Contestó la seño-
Matilda no se resignó y guiñó un ojo a su amigo que rápidamente captó el mensaje.
- Bueno querida, nosotros nos retiramos a nuestros quehaceres. Estamos preparando un reportaje sobre la escuela de don Pedrito, el ánade del Bosque de los Retamales, y vamos a seguir trabajando para tenerlo antes del fin de semana -Dijo Plumillas despidiéndose de la seño-
Nada más salir de la cocina los amigos se precipitaron al exterior, pero una fuerte ráfaga de viento los empujó contra un eucalipto.
- No, si al final Pirú va a tener razón.... - Murmuró Matilda sacudiéndose-
Un Nubero enfurecido se dio cuenta de la presencia del ratón y la lagartija y comenzó a soplar tan fuerte que los elevó por el aire a una altura de auténtico vértigo.
- ¡
Osssstras qué guay Plumillas que estamos
volandoooo!
- ¡Serás insensata! ¡Si caemos no la contamos!
Pero en ese instante, unas grandes manos arroparon a los dos aventureros. Era Smaugui que regresaba con varios Ventolines a su espalda.
- ¿Pero se puede saber qué hacéis en la calle con este tiempo?
- ¡Habíamos salido a buscarte! ¡Nos tenías preocupados!- Contestó Plumillas-
- Pues ya estoy aquí, vayamos a darle a esos Nuberos su merecido.
Pero las cosas no iban a ser tan fáciles, una fuerte lluvia comenzó a azotar la cara de Smaugui y los rayos rozaban peligrosamente su enorme cuerpo. Temiendo por sus amigos, los llevó de vuelta a Casa Encantada depositándolos en el tejado. Sin perder tiempo, se elevó hasta las nubes para plantar batalla.
- ¿Queréis fuego? ¡Pues tomad fuego! - Gritó el Culebre a medida que lanzaba una enorme llamarada contra los Nuberos-
A su vez, los Ventolines comenzaron a mover las alas y generar una brisa cálida con el fuego del Culebre que hizo retroceder a los Nuberos, pero la batalla no estaba ganada. Aprovechando que el viento había cesado, el mago salió de Casa Encantada.
- Chicos, ¡entrad en casa ahora! - Aconsejó Pirú a Matilda y Plumillas- Voy a echarle una mano a nuestro amigo.
El mago agitó el báculo y creó una nube rosa que impactó contra los Nuberos, haciendo que se tragaran el aire que tenían retenido en sus mofletes y que su cuerpo se inflara haciéndolos flotar. Momento que aprovecharon los Ventolines para agitar sus alas y hacer que se alejaran por el cielo.
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- ¡Más fuerte chicos! - Animaba Matilda mientras descendía junto a su amigo por la pared-
En medio del caos, un Nubero vio al ratón y a la lagartija, bajó y se los llevó a la vista de sus amigos que se quedaban atónitos y sin saber qué hacer. Smaugui se disponía a lanzar una llamarada cuando fue detenido por Pirú.
-¡Nooo! ¡Puedes quemarlos! ¡No sabemos en qué nube están!
Una masa gris desaparecía en el cielo y dentro de ella estaban Plumillas y Matilda. La lagartija tiritaba sin control pues el interior de la nube era húmedo y extremadamente frío. Ni todo el calor del pelo de su amigo podía hacer que reaccionara.
- ¡Vamos Matilda! ¡Abre los ojos!
Pero la lagartija permanecía acurrucada tiritando y sin moverse. Cada minuto que pasaba su piel se volvía más pálida y fría. Plumillas no sabía cómo sacar a su amiga de aquella peligrosa situación.
En Casa Encantada, Pirú y Smaugui hablaban con los Ventolines.
- Chicos, muchas gracias por vuestra ayuda - Dijo el Culebre-
- No nos las des, aún no hemos terminado aquí. Nos quedaremos unos días para calentar la tierra y hacer desaparecer los charcos o no tendréis cosecha, ni flores, ni despertarán los árboles. Estaremos en esas nubes rojas que hay sobre el pantano, si nos necesitáis antes, venid a buscarnos. Y en cuanto a vuestros amigos... Debéis abandonar toda esperanza, nadie ha regresado de las nubes de los Nuberos. Siento ser tan claro. - Dijo el que parecía ser el jefe de todos ellos-
La desolación cayó sobre la casa como una losa. Era imposible que sus amigos desaparecieran así como así. ¡Algo habría que se pudiera hacer!
- ¡Tenemos que pensar algo! -Dijo la seño Yolanda llevándose las manos a la cabeza - ¡No podemos dejar abandonados a nuestros amigos!
- Solo se me ocurre una idea -Habló Pirú-
Don Leonardo, que sabia de las intenciones del mago, palideció.
- Amigo eso es una locura.
- Es la única manera de que regresen y lo voy a intentar.
- ¿Se puede saber qué estáis tramando? - Preguntó la seño-
- Hay que convocar a Óminor, el mago negro. - Contestó Pirú-
Un miedo antiguo se instaló en el salón de Casa Encantada. Nadie hablaba, las caras de sus habitantes reflejaban el temor a aquel mago que tanto odio albergaba hacia Pirú. Óminor encarnaba lo contrario a la belleza, la vida y la bondad.
- Siempre ha querido ser el guardián de la llama azul, se la cederé si libera a Matilda y a Plumillas. Ellos valen más que todo el fuego mágico del mundo.
- Pero amigo mío -Se dirigió don Leonardo al mago - Esa llama protege la casa y nos comunica en entre nosotros cuando estamos lejos, no creo que sea buena idea entregar al malvado Óminor ese privilegio. Lo hará muy poderoso.
- No veo otra solución.
- Pirú, si pierdes la llama te debilitarás y tus poderes y sabiduría se verán reducidos. Volverás a ser un mago sin luz y tendrás que recorrer un camino largo hasta ganarte de nuevo todo aquello a lo que renuncias. Has atravesado muchas edades, no sería justo que ahora perdieras tu esencia. -Seguía hablando don Leonardo-
La seño Yolanda lloraba desconsolada, no podía entender cómo de la noche a la mañana las cosas se habían puesto tan mal para los habitantes de la casa mágica. Benito Mondanueces y Blasito Comebellotas se afanaban sacando pasteles del horno, pero ni sus más ricas magdalenas conseguían levantar el ánimo de los amigos. Ni siquiera Bizcocho había probado bocado en toda la tarde.
La noche extendió su manto sobre la casa, nadie quería irse a dormir mientras Pirú permaneciera encerrado en sus aposentos haciendo no sabían muy bien qué. Por debajo de la puerta se colaba una luz parpadeante que tenía nerviosos a todos.
- Tiene que detenerlo, don Leonardo - Suplicó la seño Yolanda muy preocupada-
- No puedo hacer nada, querida niña, si él ha decidido despojarse de sus poderes, no podemos interferir.
Smaugui se culpaba por todo aquello. Pensaba que su presencia en el Guadiato había atraído a aquellos seres propios del norte, que si regresaba todo volvería a la normalidad y así se lo comunicó a sus amigos.
- Me marcho. Hablaré con los Ventolines y nos iremos en cuanto acaben su labor aquí. Estoy seguro de que los Nuberos me seguirán y entonces... Me las veré con ellos, entraré en sus nubes y las destrozaré una a una, para que aprendan a no meterse donde no son llamados.
-¡Ni hablar! ¡Esta es tu casa y de aquí no te vas! - Exclamó muy enfadada la seño Yolanda-
- Así tendremos alguna posibilidad de recuperar a Matilda y a Plumillas, de lo contrario morirán.
- Calmaos todos -intervino don Leonardo- Esperaremos a Pirú y luego pensaremos un plan juntos. No puedes marcharte, Smaugui, estoy seguro de que te vamos a necesitar.
Mientras hablaban en el salón, Pirú negociaba con Óminor la entrega de parte de sus poderes. A cambio, el mago negro le entregaría dominio sobre la oscuridad, y por lo tanto, sobre las nubes negras donde habitaban los Nuberos.
- ¡No hay tiempo que perder, Óminor! Mis amigos deben estar muriendo de frío.
Una espesa bruma negra flotaba en medio de la habitación, Pirú mantenía encendida la luz azul, pero también la blanca de su báculo para protegerse contra cualquier estratagema del mago negro. Bien sabía que en cuanto se intercambiaran los poderes, aquel ser malvado podría intentar cualquier cosa sobre él o sobre los habitantes del Guadiato. Se disponía a entregar su más preciado tesoro cuando varios golpes detuvieron la ceremonia.
- ¿Qué ocurre ahora? -Bramó Óminor-
- ¡Pirú no lo hagas! ¡Tenemos un plan! - Gritó don Leonardo aporreando la puerta con todas sus fuerzas-
El mago dudó y retrocedió unos pasos sin perder de vista al mago negro.
- ¡Pirú por favor, tienes que escucharnos! - Esta vez era la seño Yolanda la que imploraba al otro lado de la puerta-
- Por qué no...-Pensó el mago- Aplazaré mi entrega.
- ¡Ni lo sueñes! - Gritó Óminor- ¡Si estás pensando en echarte atrás ya es demasiado tarde! ¡Esa llama me pertenece y a menos que quieras que tus amigos mueran, debes entregármela!
Pirú volvió a dudar, confiaba mucho en don Leonardo, era un ratón extremadamente sabio. Se arriesgó a sabiendas de que si el plan de sus amigos fallaba, el trato con el mago negro le saldría muchísimo más caro.
- Dame un día, Óminor, te entregaré mi báculo si no consigo nada.
- Ni lo sueñes.
Pirú retrocedió y su enemigo avanzó hacia él dispuesto a saltar sobre su presa, pero en ese momento, la puerta se abrió y entraron en tropel todos los habitantes de Casa Encantada haciendo que Óminor se distrajera, instante que Pirú aprovechó para lanzar un hechizo paralizador.
- Uffff ¡Por los pelos! -Dijo Benito que estaba alucinado con lo que veía-
- El hechizo dura veinticuatro horas, es el tiempo que tenemos para poner en marcha el plan del que habláis.
- ¿Qué pasará después? - Preguntó Yolanda-
- Si conseguimos nuestro propósito, utilizaré un hechizo transportador que lo lleve a la Torre de los Siete Picos, el lugar de dónde nunca debe salir. Utilizaré también el desmemorizador.
- ¡Eres un genio! - Exclamó la seño Yolanda escalando por su túnica para darle un sonado beso en la mejilla-
Expusieron su plan, que no era otro que convencer a los Nuberos de que Smaugui y los Ventolines regresaban al norte y lo harían esa misma noche. Sabían que los duendes malvados los seguirían, pero en el camino no pararían de hacer fechorías, momento que aprovecharían ellos para poder rescatar a sus amigos.
- Pero... ¿Cómo os esconderéis? - Preguntó el mago-
- Bueno.., esa parte te la hemos dejado a ti - Dijo Smaugui desde la ventana-
Sin tiempo que perder, se dirigieron al pantano para hablar con los Ventolines que no acababan de ver claro el plan.
- Vamos chicos, no aguantarán mucho en la masa gris y lo sabéis - Les dijo el Culebre- Matilda es una lagartija, necesita calor y si no hacemos nada morirá a no mucho tardar.
- Está bien, os ayudaremos - Dijo por fin uno de los Ventolines-
La noche estaba despejada, el plan dio comienzo. Una comitiva presidida por Smaugui abandonaba los cielos del Guadiato. Los Ventolines agitaban sus alas para generar una corriente tibia lo suficientemente fuerte como para que llegara a los Nuberos, que no andarían muy lejos.
- ¿Qué es eso? - Preguntó un Nubero que se divertía viendo a los inesperados huéspedes tiritar de frío.
- ¿El qué? - Preguntó otro con cara malhumorada-
- Ese calor de espanto que estoy notando.
- ¡Son los Ventolines! - Gritó otro que acudía al lugar donde se producía la conversación- ¡Se marchan! Acabo de ver cómo han salido de Andalucía precedidos por el Culebre.
- Pues entonces, misión cumplida -Volvió a hablar el primero de los duendes- Volvamos a casa, el trabajo que nos encargó el gran Ojáncano ha terminado.
- ¿Y qué hacemos con esos?
- Dejad que se mueran de frío, así escarmentarán los demás.
Smaugui y los Ventolines se escondieron tras unas nubes artificiales que fabricó Pirú. Luego, el mago proyectó una imagen de ellos donde seguían alejándose por el cielo y así, ocultos en el hechizo, regresaron a toda prisa a Casa Encantada.
- Bien chicos, preparaos porque no tardarán en aparecer - Ordenó el Ventolín jefe-
Dicho y hecho, como a la media hora, una nube aún más oscura que la noche se agarraba al cielo. La lluvia y el viento hicieron acto de presencia.
- ¡Ahí están! - Señaló Pirú-
- ¡Quietos, no os mováis aún! - Ordenó de nuevo el Ventolín- Dejad que se posen sobre la casa, querrán hacer todo el daño posible aquí.
Tal y como había vaticinado, una gran tormenta se desató sobre Casa Encantada. Los Nuberos se expandieron para tapar todo el pueblo, un error que les saldría carísimo pues al distanciarse tanto unos de otros, era muy fácil ver el interior de las nubes.
- ¡Chicos ahora! - Gritó Smaugui-
Los Ventolines se introdujeron en el interior de la masa gris y comenzaron a batir sus alas, a su vez, Smaugui emitía pequeñas llamas guiadas por la luz del báculo de Pirú, de ese modo, iban haciendo agujeros que deshacían las nubes y dejaban sin refugio a los Nuberos.
- ¡Abrid bien los ojos, nuestros amigos deben estar por aquí! - Exclamó Pirú-
Una voz familiar resonaba en la cabeza de Plumillas. El sueño y el frío no le permitían distinguir si era real o producto de su mente adormilada.
- ¡Matildaaaa! ¡Plumillas!
Matilda permanecía rígida, el color había desaparecido de su piel y Plumillas casi no podía moverse. ¿Serían sus amigos? ¿Era posible?
Una llamarada pasó cerca de la nube donde permanecían atrapados, pero un Nubero se puso a soplar y la temperatura descendió aún más. Plumillas se rindió a un sueño helador.
- No puedo verlos, Smaugui - Aseguró Pirú-
- Espera, daré la vuelta, los Ventolines se están acercando al centro y probablemente estén ahí.
Se dirigieron al centro, el único lugar que aún seguía compacto. Los Ventolines habían alejado a sus enemigos y ahora se disponían a deshacer lo que quedaba de su morada. Poco a poco, los Nuberos fueron saliendo enfurecidos, los rayos caían y prendían algunos árboles. No iba a ser nada fácil sacar de allí a la lagartija y al ratón.
Smaugui lanzó otra pequeña llamarada y dividió en tres una masa nubosa. De repente, todos vieron como una nube con dos Nuberos se alejaba a toda velocidad.
- ¡Deben estar allí! - Gritó Pirú-
Los Ventolines rodearon la masa nubosa y batieron las alas más fuerte que nunca. De repente, las figuras de Plumillas y Matilda aparecieron. Al deshacerse la nube comenzaron a caer, pero Smaugui pudo recogerlos antes de que chocaran contra el suelo.
Los Nuberos, sin sitio donde esconderse, se perdieron en el cielo rumbo a su lugar de origen.
Smaugui depositó suavemente a sus amigos en la tierra y los Nuberos los arroparon con sus alas hasta que al fin, despertaron.
- ¡Matilda! - Exclamó la seño Yolanda al ver cómo la lagartija hacía esfuerzos por abrir los ojos-
Plumillas pudo levantarse al fin y corrió a ver a su amiga.
- ¡Lagartija petarda, ni se te ocurra volver a cerrar los ojos!
Matilda sonrió al oír a su amigo mientras los Ventolines seguían rodeándola con sus alas. Poco a poco entró en calor y el verde brillante de su piel volvió. Todos suspiraron aliviados al ver que estaba fuera de peligro.
De vuelta a la seguridad de Casa Encantada, Pirú devolvió a Óminor a la Torre de los Siete Picos y después, se organizó una gran fiesta para agradecer a los Ventolines su inestimable ayuda. Aún quedaban días de trabajo para ellos, pero sin duda, su actuación aquella noche había sido fundamental para salvar la vida del ratón y la lagartija.
En la cocina, Plumillas se empeñaba en agradecer a todos su esfuerzo cocinando un rissoto de queso, pero Benito y Blasito se resistían.
- Venga chicos, dejad que os demuestre mis dotes culinarias. - Decía Plumillas-