miércoles, 18 de marzo de 2015

TARDE GRIS

El cristal llora lluvia, desciende por la mejilla fría y dorada de la ventana. No hay luz, sólo puentes de nubes en el cielo que van a ninguna parte. Bueno sí, a las tardes áureas de junio.
Hoy vuelven los cielos agrios de invierno mientras el sol jadea por alcanzar su meta. No llegarás, aún no, y como muestra de poder enseña unos harapos de luz incapaces de atravesar la panza espesa de las nubes. Esfuerzo baldío en esta tarde de sombras.
Navegan las horas, las estrellas vendrán e iluminarán tu mejilla, yo pondré los labios inmóviles sobre tu recuerdo y luego me retiraré. Qué importa que así sea corazón, si no estarás para verte. 
A veces me pareces un niño asomado a mares azules, vestido de risa con arrugas en los ojos y flores en el pelo rubio de sol y sal.
El agua cae como si fueran hojas, más no se llevan tu memoria.

Esta obra está protegida por las leyes de copyright y tratados internacionales. Número Registro Propiedad Intelectual:  1803146136805

martes, 17 de marzo de 2015

LETRAS DE BAR


El aire venía cargado de olores esa mañana, salía del hospital con los ojos enrojecidos a causa de una noche larga repleta de despertares y ruidos propios del lugar. El frío rebotó en mi cara y lejos de molestarme lo agradecí, tal vez de ese modo distraería mi mente empeñada en arruinarme el ánimo para todo el día. Miré al cielo, estaba emborronado por unas nubes que más que algodón parecían humo de chimenea. Probablemente detrás estuviese el azul pero de momento…, ni rastro.
Me cruzaba con otras gentes, nadie daba los buenos días y los míos se quedaban flotando en el aire, buscando unos labios que quisieran acogerlos y devolverlos con una sonrisa. No tuve suerte.
Ya en el bar, gentes iban y venían cargando sus vidas y sus historias. Eso pensé nada más sentarme en el reducido espacio que había entre mi silla y la del parroquiano de atrás. Entrar mis piernas en el hueco no fue fácil, pero el chico que ocupaba el asiento que obstaculizaba la maniobra, no estaba por la labor de facilitarla. 
Frente a mí, un grupo de médicos y enfermeros desayunaban con gran algarabía. Uno de ellos, relataba una historia que tenía encandilados a los demás, sus gestos histriónicos arrancaban risas y palabras de aprobación a su particular “cla”, totalmente entregada al guapo galeno. Por unos instantes me quedé observándolo, no parecía demasiado alto, sus rasgos y su marcado acento andaluz delataban a las claras su procedencia; era el típico hombre del sur de tez aceitunada y cabello zaíno al que tímidamente se habían tejido algunas hebras plateadas. Tenía los ojos enormes y en uno de sus barridos por el bar se chocaron con los míos que, como de costumbre, corrieron a esconderse. Me sentí como una niña pillada en falta, avergonzada me sumergí en la lectura del libro que traía entre manos a la espera de que llegara mi tostada con el té, algo que no tardó en suceder. La bebida era amarga en extremo, ni todo el azúcar del mundo podía disimular la pésima calidad de aquellas hierbas que al menos, calentaban el espíritu. 
Mientras desayunaba enterré mis ojos entre las letras del libro, aunque intentaba seguir el hilo de la historia, la voz de aquel hombre que unos minutos antes me había resultado tan atractivo, distraía mi empeño por centrarme en el texto. No me atreví a levantar la mirada, así que no sin esfuerzo me propuse seguir enzarzada en las aventuras de los neutrinos y su victoria en la carrera contra la luz. Entre sorbo de té y bocado de tostada desfilaron el gato de Schrödinger, los parabienes de la fusión nuclear y el Bosón de Higgs, sin embargo, por las esquinas de la atómica historia se coló un pensamiento o más bien, una pregunta. 
- ¿Por qué huyes siempre de la belleza? 
Y un nudo (ahora estaría bien decir gordiano), se echó en mi garganta. La tristeza me aplastó con una losa pesada cargada de años y recuerdos. Para colmo de males, aparecía una expresión en el libro, más bien una palabra, que agitó la poza de los sentimientos e hizo que los esfuerzos por concentrarme en lo que leía se diluyeran. Me sentí pequeña, tanto que si levantaba los ojos de las letras no lograría sobresalir por encima de ellas ni un centímetro. Atravesada por el lacerante pensamiento, mi corazón rebosó de amargura ¿Por qué huyo de la belleza? 


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SENTENCIA

Detrás de la lluvia se intuía su figura desdibujada.  Nunca supe si iba o volvía de un pasado que los demás se empeñaban en devolverle.
Yo no actuaba. Figura inmóvil, espectadora de años a la espera de una explicación que se llevó en los labios. Yo, era su pasado, pero no el de carne y hueso, sino el de humo desvaído en sus recuerdos.
Cumplida mi condena, te declaro culpable.

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domingo, 15 de marzo de 2015

NIEBLA


La noche me saluda, lleva la muerte dentro porque durará las horas suficientes para que salgan los fantasmas.-Silencio- Todos guardamos silencio, no hay sonido, solo el gas congelado de la niebla que nos devora al pisar la calle. La niebla es como lágrima noble, como estelas de ceniza, como memoria encerrada en su recinto de terciopelo gris.
Atrás quedan las palabras liberadas de prisión, misteriosas y a veces despiadadas con los corazones en los que remansan. Sonrisas, chanzas, preguntas que se esconden tras la implacable espuma donde la noche se suicida acorralada por las horas.
Entonces le dije: "La historia que mejor termina, es aquella que jamás comienza" Pero las palabras resonaron perversas como la lluvia sobre la tumba reciente. Y me marché recogiendo los harapos de mis recuerdos bajo la neblina gris, gris como aquellos ojos que un día dejé al borde de un porqué, de un te quiero...
Tenías que ser tú - hablé a mi corazón- quien pusiera ese puñal en mi lengua. 

Esta obra está protegida por las leyes de copyright y tratados internacionales. Número Registro Propiedad Intelectual:  1803146136805

CONVERSACIÓN


—Yo sé quien soy, a veces cursi rezagada de otro siglo que lee poesía mala del XIX —susurró la mujer entornando los ojos.
—¿Qué entiendes por poesía mala? —preguntó su acompañante.
—No lo sé, porque entender de poesía es no saber nada. Se escribe para decir lo que no se sabe expresar en otro modo.
El hombre encendió un cigarrillo con la parsimonia de un condenado a muerte; la silueta femenina tembló tras la cortina de humo.
—Di, te amo — le rogó. Y ella... lo besó.


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