La noche baja por las laderas y los valles se cubren de estrellas mientras la luz cabalga al ocaso.
Nítidos, temblorosos los luceros guardan con celo juramentos y promesas olvidadas, la era del honor ha terminado. Nadie sabe ya leer las flores que crecen en las viejas laderas, ni el galope del caballo, ni el agua que embravecida muerde los arroyos. No, nadie sabe.
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