La silueta de un hombre no muy joven se dibuja entre las
brumas de la mañana, es Ramón, el jardinero de la Casa Encantada que, como cada
despertar, comienza muy temprano su frenética actividad propia de las oficinas.
Ramón no es muy alto, en sus manos se pueden leer años de
trabajo en el campo y en sus ojos cargados de historia, toda una vida llena de
sueños que no siempre se cumplieron.
Feliz se dirige al cobertizo donde guarda sus herramientas
de trabajo: un rastrillo, unas tijeras de podar, una pala, una azada y una
espuerta es todo cuanto posee para crear los más bellos pensamientos que jamás
se vieron en Peñarroya-Pueblonuevo. Y digo crear, porque estas flores sólo
pueden cultivarse si antes se sueñan; él las crea en su pensamiento cada noche,
las riega con su cariño y en primavera florecen hermosas, grandes, bellísimas y
coloridas.
- ¡Buenos días Ramón!
- ¡Buenos días don Leonardo!
Don Leonardo entra en las oficinas, el papeleo de las minas
es a menudo interminable, pero Ramón no entiende de eso ni falta que le hace.
- Bueno preciosas, hoy os toca a vosotras, voy a podaros
para que luzcáis bien bonitas en primavera. Parece que ya no va a helar así que
venga, voy a quitaros ese traje viejo que lleváis para que podáis sacar
vuestras nuevas hojas. Además, seguro que alguien os quiere para adornar a la
Virgen, con que ya estamos tardando.
Ramón coge las tijeras y comienza la poda de las rosas con
sumo cuidado, como la madre que por primera vez corta las uñitas de su bebé.
Ramón canturrea "mi niña Lola" mientras hace su trabajo.
- Ay que ver lo que me gusta a mí "el Pepe Pinto",
en cuanto pueda ahorrar unos duros me voy a verlo cantar.
El sol de febrero despunta arriba, bien alto, Ramón entorna
los ojos y frunce el ceño mientras caracolea un bonito quejido en su garganta.
Los oficinistas dejan el lápiz y el secante y se dirigen a las ventanas
sigilosamente.
-¡Ramón está cantado! Susurra Julio a los compañeros que con
sumo cuidado se desplazan para oírle, saben que si los ve, el jilguero cerrará
su pico.
Martín le jalea en silencio imitando cada palabra que sale
de la garganta de Ramón, que entusiasmado no se ha percatado del improvisado
público que lo admira.
El jardinero termina la canción y deja la tijera por unos
momentos, ay..., qué día tan hermoso con
este sol y la hierba apuntando fresca y verde. Así se olvidan las penas de una
España que se tiñó de rojo líquido por el odio y la ignorancia de políticos
manipuladores y envenenadores de pueblos. Ya pasó... Ojalá que nadie remueva estas
cosas, ojalá.... Piensa Ramón mientras cambia las tijeras por la azada.
- Ramón, este año ha llovido bastante y el jardín va estar
precioso, ya lo verá.
- Pues eso pienso yo don Leonardo, que con el agua que ha
caído, la primavera va a ser mu buena y los animales se van a criar solos.
- ¡Tenga buen día y cuídese esa tos, hombre!
- Esto es un resfriaillo de ná. ¡Con Dios, don Leonardo!
Ramón se dirige a un arriate donde han nacido los jacintos y
dentro de nada comenzarán a florecer. Allí hunde sus manos en la tierra húmeda
y aparta las malas hierbas, piensa en como los hombres a veces se tuercen en su
camino y acaban transformándose en "cizaña", como se le llama aquí a
las hierbas dañinas. Su filosofía sencilla es a veces un libro de vida: "caminar
sin hacer daño a los demás". Arranca otra hierba y silva una melodía.
- Cachis la mar..., cómo está esto de yerbajos y eso que los
arranco casi a diario. Si es que no pue ser, las malas hierbas crecen hasta en
las mejores familias.
Ramón sigue rumiando su letanía de quejas sobre la
"cizaña" mientras acaba con ellas a buen ritmo. La mañana se va
consumiendo y el estómago del jardinero reclama su sustento, en una talega de
listas de lo más primorosa, aguarda el trozo de pan con morcilla que saciará el
hambre creciente de nuestro amigo. Había adquirido su manjar el día de antes en La Parrilla, aprovechando que era domingo fue a tomarse unos vinos "an ca
Hilario el del comercio" y compró unas morcillas que venían avaladas por
muy buena fama.
Qué buen rato había echado allí en el salón del
bar-comercio, siempre había alguien dispuesto a contar un chascarrillo
divertido. Los hijos de Hilario eran más malos que un rajón, especialmente el
chico, del que contaban ponía guindillas en la estufa... Demonio de nene.
Ramón acabó su tentempié y se incorporó a la tarea, echó un
vistazo al camino plagado de transeúntes que iban y venían al comercio y al bar
de al lado: "los Melgarejos"
-¡Ramooooon, que te se van a caer y te van a partí un pié hombreeeee! ¡Er tío que bien viveee!
Ramón se ríe con las ocurrencias de su amigo "er
pirata", que siempre anda metiéndose con él porque dice que vive como un
marqués. El pirata es minero del pozo Langreo, en La Parrilla, un accidente
lo dejó tuerto de un ojo y el mote le cayó por derecho propio. Le gusta el
aguardiente y el cante y de vez en cuando, Ramón le corta unas rosas para
"la Agustina" porque el pirata se emociona con la bebida y le llega
borracho más de una vez, cuando la mujer se harta lo echa de casa, aunque
siempre acaba perdonándolo porque a pesar "del vicio" no es mal
hombre.
El día transcurre en paz, la gente va y viene con carros,
mulas y algún coche. Los trenes no paran en su incesante ir y venir, humo de
máquinas que se mezcla con el sonido característico de las ruedas sobre las
vías. Mujeres que cargan cántaros de agua a la cabeza y pesados fardos, son las
"cosarias", que llevan mercancías diversas a quien no quiere
desplazarse a por ellas. A Ramón le dan pena, algunas son mayores y sus piernas
ya no están para esos trotes, pero así es la vida, hay que trabajar para llevar
el pan a casa. Los guardias andan atentos para que nadie cruce las vías pero
siempre se les escapa alguien, el mes pasado multaron a las mulas de Manolito,
el hermano de Hilario. Puf, con el genio que tiene...
El jardinero vuelve a mirar las rosas, han quedado
perfectas, el ingeniero asturiano le ha pedido que vaya a su casa porque no hay
nadie como él para podarlas. Tiene unas manos mágicas para estas flores,
pareciese que con sus caricias cobren vida los rosales. A Ramón no le importa,
total le pilla cerca y es mejor no contrariar a los jefes. A veces sueña que le
toca la lotería y se compra una casa como la del ingeniero, una bien grande con
un jardín hermoso lleno de flores bien cuidadas. Después se iría a ver el mar
que aún no conocía porque la mili le había tocado en Sevilla, allí había oído
a los compañeros contar que el mar crece y se encoge dependiendo de si era mañana o noche, y que eso se llamaba mareas.
Ramón apartó sus sueños, a fin de cuentas no eran más que
eso. Fue al cobertizo a dejar los aperos, allí se encontró con uno de los
oficinistas que le dijo que lo requerían en la segunda planta para arreglar un
desconchón que se había hecho por la caída de una estantería.
-¡Qué vida ésta, no le dejan parar a uno! Menos mal que lo
mismo valgo pa un roto que pa un descosío. Lo malo es que tenía que pasarme por
la casa el ingeniero..., bueno, si eso voy esta tarde.
Y Ramón se pierde por las escaleras de la Casa Encantada con
sus pantalones raídos, sus manos surcadas de trabajo y una espuerta llena de
herramientas destinadas a solucionar el desperfecto de la pared. Sube cargando
sus sueños sobre unos hombros cansados, su nuca cubierta de canas se balancea a
cada peldaño mientras los oficinistas lo animan a echarse una copla. El
jardinero sonríe porque a pesar de todo, sabe que le escuchan a escondidas, es su pequeño
momento de lujo en un mundo que se olvidó de él el día que rifaron la fortuna.
- Bah, qué más da. Yo soy feliz con mis rosas y mis cantes,
que no es más rico el que más tiene sino el que menos necesita.