José Hierro, 1.922-2002 , hacía mucho tiempo que quería dedicarle una entrada a mi poeta favorito, un hombre que va más allá de las letras, más allá de su propia poesía. Un hombre bueno por encima de un buen poeta, por eso sus letras, por eso sus sentimientos. Sólo siendo de la talla humana de Hierro y de esa humildad admirable, se puede escribir en este modo.
Leyendo sus poemas una se olvida de que es precisamente eso, poesía, te llegas a identificar en qué modo con lo que cuenta y al final, piensas que estás leyendo algo que una persona conocida ha escrito sobre un determinado pasaje de tu propia vida.
Escritor de posguerra, José Hierro fue Premio Adonáis en 1947, Premio Nacional de Poesía (1953 y 1999), Premio de la Crítica (1958 y 1965), Premio de la Fundación Juan March (1959), Premio Príncipe de Asturias de las Letras en 1981, Premio Nacional de las Letras Españolas 1990, Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana 1995, Premio Europeo de Literatura Aristeión 1999, Premio Cervantes 1998.
Doctor Honoris Causa de la Universidad Internacional Menéndez y Pelayo en 1995 y en 2002 por la Universidad de Turín. Hijo Adoptivo de Cantabria en 1982. En 2002 el Ayuntamiento de Madrid le concedió la Medalla de Oro de la ciudad.
Doctor Honoris Causa de la Universidad Internacional Menéndez y Pelayo en 1995 y en 2002 por la Universidad de Turín. Hijo Adoptivo de Cantabria en 1982. En 2002 el Ayuntamiento de Madrid le concedió la Medalla de Oro de la ciudad.
Pero por encima de los premios él seguía siendo "Pepe Hierro", quien ante su ingreso en la RAE dijo: "Pero... no se puede entrar en la Real Academia en alpargatas...". Sencillamente genial, y extraordinariamente sencillo, esa cualidad que sólo poseen los grandes, cualidad que lo ha elevado a la categoría de los inmortales.
Este cántabro de corazón tenía razones para haber odiado al Hombre, pero no lo hizo, prefirió optar por su innata bonhomía y sembrar de palabras su vida, aunque en uno de sus poemas él quisiera encontrar un medio para la comunicación mejor que ellas. "Quisiera entenderte a ti sin palabras...."
Este cántabro de corazón tenía razones para haber odiado al Hombre, pero no lo hizo, prefirió optar por su innata bonhomía y sembrar de palabras su vida, aunque en uno de sus poemas él quisiera encontrar un medio para la comunicación mejor que ellas. "Quisiera entenderte a ti sin palabras...."
Os dejo con un poema escrito, una pena que no podáis escucharlo en su voz, yo tuve ese privilegio y me hizo llorar, quiero que os adentréis en la pureza de sus sentimientos y la brillantez de sus palabras, sonidos....Vividlo. Más abajo, aparece un vídeo donde él lee otro de sus poemas.
Para un Martes Santo, la mejor compañía se hace poema en la voz de Hierro; esa voz, magnífica y profunda ha quedado entre nosotros igual que su obra, de la que yo destaco "Con las piedras, con el viento". Os recomiendo su antología poética, no os dejará indiferente.
RÉQUIEM
Manuel del Río, natural
de España, ha fallecido el sábado
11 de mayo, a consecuencia
de un accidente. Su cadáver
está tendido en D'Agostino
Funeral Home. Haskell. New Jersey.
Se dirá una misa cantada
a las 9,30 en St. Francis.
Es una historia que comienza
con sol y piedra, y que termina
sobre una mesa, en D'Agostino,
con flores y cirios eléctricos.
Es una historia que comienza
en una orilla del Atlántico.
Continúa en un camarote
de tercera, sobre las olas
—sobre las nubes— de las tierras
sumergidas ante Poseidón.
Halla en América su término
con una grúa y una clínica,
con una esquela y una misa
cantada, en la iglesia de St. Francis.
Al fin y al cabo, cualquier sitio
da lo mismo para morir:
el que se aroma de romero,
el tallado en piedra o en nieve,
el empapado de petróleo.
Da lo mismo que un cuerpo se haga
piedra, petróleo, nieve, aroma.
Lo doloroso no es morir
acá o allá...
Requiem aeternam,
Manuel del Río. Sobre el mármol
en D'Agostino, pastan toros
de España, Manuel, y las flores
(funeral de segunda, caja
que huele a abetos del invierno)
cuarenta dólares. Y han puesto
unas flores artificiales
entre las otras que arrancaron
al jardín... Liberanos domine
de morte aeterna... Cuando mueran
James o Jacob verán las flores
que pagaron Giulio o Manuel...
Ahora descienden a tus cumbres
garras de águila. Dies irae.
Lo doloroso no es morir
dies illa acá o allá;
sino sin gloria...
Tus abuelos
fecundaron la tierra toda,
la empaparon de la aventura.
Cuando caía un español
se mutilaba el Universo.
Los velaban no en D'Agostino
Funeral Home, sino entre hogueras,
entre caballos y armas. Héroes
para siempre. Estatuas de rostro
borrado. Vestidos aún
sus colores de papagayo,
de poder y de fantasía.
Él no ha caído así. No ha muerto
por ninguna locura hermosa.
(Hace mucho que el español
muere de anónimo y cordura,
o en locuras desgarradoras
entre hermanos: cuando acuchilla
pellejos de vino derrama
sangre fraterna). Vino un día
porque su tierra es pobre. El Mundo,
Liberanos Domine, es patria.
Y ha muerto. No fundó ciudades.
No dio su nombre a un mar. No hizo
más que morir por diecisiete
dólares (él los pensaría
en pesetas). Requiem aeternam.
Y en D'Agostino lo visitan
los polacos, los irlandeses,
los españoles, los que mueren
en el week-end.
Requiem aeternam.
Definitivamente todo
ha terminado. Su cadáver
está tendido en D'Agostino
Funeral Home. Haskell. New Jersey.
Se dirá una misa cantada
por su alma.
Me he limitado
a reflejar aquí una esquela
de un periódico de New York.
Objetivamente. Sin vuelo
en el verso. Objetivamente.
Un español como millones
de españoles. No he dicho a nadie
que estuve a punto de llorar.
José Hierro