Baila Camille por la estancia, de puntillas, etérea, cubierta de tules y gasas de sueño. Camille, baila...
En su descanso estas zapatillas la esperan, las tiene Reyes pero ella no lo sabe ¿Cuánto reposo acumulan estas chinelas? ¿Cuántos sueños?
Camille baja del escenario y se enfunda una bata de raso azul cielo, no celeste que es algo tan nuevo, es el azul del cielo de París en una tarde de primavera. Su cuello es acariciado por el suave marabú que remata la prenda y Camille cierra los ojos, le duele todo después de una noche agotadora sobre el escenario.
Llaman a la puerta, es tan tarde...
- Señorita, la espera el señor Degas.
- ¡Oh Edgar! Por favor monsieur Chavanel, dígale que salgo ahora mismo.
- Señorita, la espera el señor Degas.
- ¡Oh Edgar! Por favor monsieur Chavanel, dígale que salgo ahora mismo.
Camille se empolva la cara y cambia sus prendas de descanso por un vestido ligero en salmón y una capa de visón blanco. Enfunda su mano en un magnífico anillo de brillantes que un admirador le ha hecho llegar con motivo de su cumpleaños, y echa una última mirada coqueta al espejo antes de cerrar la puerta tras de sí.
- ¡Camille, querida mía! ¿Cómo estás?
- ¡Oh Edgar!, es siempre tan agradable verte... ¿Cuál es el motivo de tu visita a esta humilde bailarina?
Degas se recompone el lazo de la corbata y mirando los destellos que provienen de la mano de Camille añade:
-No tan humilde querida, no tan humilde...
Ambos ríen y se halagan mutuamente; Degas hace pasar a unos mozos que portan un enorme lienzo.
- Mon chérie, esto es para ti. Gracias por ser mi musa en los momentos álgidos de creatividad y mi sostén en los de espesas cortinas negras. Ven a casa, te lo suplico, y te enseñaré los demás.
- Querido, estoy tan cansada....Mañana salgo para Nanterre y he de descansar pero te prometo que a mi vuelta haré una visita a tu estudio. Oh Edgar, es tan hermoso... - Dijo la bailarina admirando el maravilloso cuadro que había aparecido tras rasgar las protecciones-
- Estoy tan emocionada que no sé qué decir....
- Pues no digas nada Camille, pero no me niegues una copa de champagne, será aquí mismo. - Propuso mientras señalaba la calle con su mano izquierda.
- Edgar, eres incorregible, pero cómo negar a alguien que hace ésto con sus manos, unos minutos de conversación y burbujas. De acuerdo, pero sólo una copa. - La mujer le señala con su dedo índice a modo de advertencia, aunque de sobra sabe que por su amigo haría cualquier cosa-
Ambos habían vivido buenos y malos momentos y él siempre supo permanecer a su lado, una copa de champagne es lo más que le había pedido en todos estos años. Sería justo ahogar ahora en ella lo peor de sus vidas.
La bailarina se perdió en la noche brillante del brazo de Degas, un suave viento se enroscaba en las esquinas y Camille caminaba iluminada bajo las luces nocturnas de una ciudad, que despertaba a los placeres escondidos entro los velos de la noche. Transeúntes que van y vienen, borrachos, chicas de vida alegre, viudas, parejas, hombres solitarios. Todo tiene cabida en el París nocturno de finales de siglo XIX.
El pintor y la bailarina, espectros perdidos en el tiempo, a veces resucitados entre las páginas de un libro, en la mirada atenta a un cuadro, en un assemblé o..., en la página de una Casa Encantada en algún lugar del norte de Córdoba.
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