Vender el alma no purifica las heridas, pero igual nos convierte en recién nacidos desconocedores del amor que lleva tanta muerte.
No he venido aquí a regalar mis veintiún gramos, los perdí en una de tus sonrisas y ahora, habiendo partido de la estación de la vida, nuestras almas no volverán a cruzarse. No he venido a atesorar recuerdos, porque ya tengo aquellos besos abisales que serán memoria y testigo de existencia. Tú en cambio te llevaste el tiempo que mide las caricias, me pregunto para qué lo quieres si sólo sirve para una piel.
Tampoco he venido a desandar caminos para tropezar de nuevo en el mismo corazón. Yo vengo aquí a morir de te quieros y a resucitar en silencio.
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