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sábado, 19 de agosto de 2017

CAPÍTULO III: DOÑA SINFOROSA Y DOÑA PIEDITA. La nueva vecina.


Al fin sábado, había amanecido una mañana espléndida y la señora Sinforosa iba y venía en la cocina preparando un suculento desayuno. Los pájaros cantaban en los árboles y las flores se dejaban conquistar por una brisa cálida propia del mes de mayo.

- A ver dónde tengo esas tazas tan bonitas...

Nuestra amiga quería sorprender a Pepe y a Carmelo, así que había pensado sacar la vajilla de verano. Estaba salpicada de flores, como a ella le gustaba. Las tazas, de tamaño generoso, estaban pintadas con topos malvas en su interior.


- Bizcocho, algo de trigo para Pepe, galletas, tortitas con nata y sirope de fresa, leche, cacao..., creo que es suficiente.

La mesa había quedado preciosa, en ese instante, Carmelo hizo acto de presencia en la cocina, había entrado por la gatera que tenía practicada en la puerta.

- ¡Doña Sinforosa! ¡Doña Sinforosa vengo de la Cuesta la Vieja! - Gritó muy alterado, elevándose sobre sus patitas traseras-
- Buenos días pequeño, ¿y qué has visto que te trae tan nervioso?
- Pues verá doñi, es que.... ¡No sé lo que es! Hay nuevos vecinos pero sólo he visto a una señora delgada que parece volar en lugar de andar. Doña Sinforosa, ¡es una bruja! – Exclamó  abriendo mucho los ojos-
- Jajajajajaja ¡vamos Carmelo, las brujas no existen! Ven, ven aquí y cuéntame con tranquilidad qué es lo que has visto.

La señora tomó al minino por los bracitos y se sentó en un sillón balancín que tenía justo a mano. Lo colocó en su regazo y éste al cobijo y la seguridad de su ama, se hizo un rosco en sus piernas.

- Vaaamos gato perezoso, no te duermas ahora. Venga, no tengas miedo y cuenta a mamá qué has visto en la Cuesta la Vieja.
El gato se incorporó y luego volvió a sentarse sobre sus patas traseras.

- Verá doñi, había ido a saludar a mis amigos, los gatos de la cuesta que vienen de cuando en cuando por casa, justo cuando apareció esa mujer. Pero en realidad no es una mujer porque de sus faldas sobresalen ruedas como las de los carros ¡Y no van tiradas por ningún animal! Le digo que eso es brujería.

La señora Sinforosa se quedó mirando al gato fijamente, esa descripción le encajaba con una amiga muy querida a la que hacía años no veía, pero le extrañaba que carteándose tan frecuentemente, no hubiese recibido noticias de su llegada.

- Está bien Carmelo, creo que lo mejor es que nos acerquemos hasta allí después de desayunar ¿Qué te parece? Así podremos saber qué clase de bruja es esa mujer de la que hablas.
- ¿Es necesario que yo vaya? Es que....

- Es totalmente necesario, querido. No vencerás tus miedos si no te enfrentas a ellos- Acompañó la frase con una larga caricia sobre la cabeza del gato-
- Está bien... si usted lo dice...

En ese instante, Pepe entró en la estancia, había escuchado todo lo que habían hablado y vino a dar su opinión.

- ¡Buenos días! ¿De verdad vamos a conocer a una bruja? - Preguntó mientras se posaba en la cabeza de Carmelo.
- Bueeeno, vamos a visitar a los nuevos vecinos y a ofrecerles nuestra ayuda para lo que necesiten - Contestó doña Sinforosa a medida que servía el cacao calentito-
- Es una bruja, te lo digo Pepe - Susurró el gato al jilguero-
- Bueno, dejaos de tonterías y desayunad, voy a ver a Juanito para pedirle que nos lleve, así que cuando vuelva no quiero ver ni una miga en el plato.
- ¿Y usted no desayuna? - Preguntó el jilguero-
- Empezad sin mí, ahora vuelvo- Dijo mientras se quitaba el delantal y se perdía en el patio.

A los diez minutos volvía y se sentaba junto a sus amigos, tomó su taza y se sirvió el cacao.

- Bien chicos, en media hora salimos hacia la Cuesta la Vieja para ver quién es esa misteriosa bruja que tanto asusta a Carmelo. El jilguero no pudo reprimir la risa y el gato lo miró molesto.
Tal y como habían previsto, en media hora se hallaban a bordo del flamante dog-cart tirado por Juanito que iba contándoles cosas de la ciudad, el lugar donde había nacido.
Las ruedas del coche dejaban una estrecha y larga huella sobre la manta de hierba fresca aún perlada por el rocío de la mañana. Los viajeros charlaban animadamente hasta que a lo lejos se divisó una casita preciosa de ventanas blancas y techos ondulados. A la puerta, unas mesas flanqueadas por bancos permanecían atentas a la llegada de algún inesperado visitante.

Hacía sólo unas semanas, esa casa estaba descuidada y sucia. Las hierbas crecían sin control y las ventanas eran dos oquedades en las paredes de la vieja morada. Ahora, los nuevos inquilinos habían realizado unas labores de adecentamiento realmente espectaculares, entre las que se incluía haber domesticado un jardín que a todas luces parecía una selva.
Una verja les cerraba el paso, ante su vista una tablilla de madera decorada con flores les daba la bienvenida:

"El Alto de los Reyes"

- El Alto de los Reyes...¡Pues esto seguirá siendo la Cuesta la Vieja o Cuesta de los Gatos! - Exclamó Carmelo molesto-
- ¡Pero bueno minino enfadón! ¿Se puede saber qué te pasa a ti con los nuevos vecinos? -Le preguntó la señora Sinforosa poniéndose en jarras-
- ¡Es que ella es bruja, doñi!
- ¡Y dale con que es bruja! Amiguito, este comportamiento no es normal en ti, ya tendremos unas palabras cuando lleguemos a casa- Dijo la dama un tanto molesta por la cabezonería del gato-
- Yo no digo nada... Me vaya a quedar sin merienda - Habló el jilguero por lo bajo-

Se disponían a abandonar el coche para adentrarse en las inmediaciones de la casa, cuando la puerta se abrió y por ella salió una pequeña damita de edad incierta, delgadita, con cara de porcelana y mirada firme. Aquellos ojos transmitían nobleza, vida y seguridad, honradez y pureza de sentimientos. Allí, de pie en la entrada recordaba por su apostura a la diosa Vesta, envuelta en un suave vestido crudo de corte imperio y falda plisada.

- ¡Pero bueno! ¿Es que no vas a dejar nunca que te sorprenda? - Preguntó la dama dirigiéndose a doña Sinforosa-
- ¡Piedita! Pero... ¡Te hacía en París! ¿Cómo no me has avisado, alma loca?

Las dos amigas se fundieron en un largo y cariñoso abrazo, hacía tanto tiempo que no se veían que a cada poco dejaban de abrazarse para mirarse detenidamente una a la otra y sonreír. Cuántos años habían pasado desde que iban juntas al colegio... Allí trabaron buena amistad pero al cumplir los quince años Piedita se fue a vivir a Francia. Su padre era ingeniero y había inventado una máquina a la que llamaban ciclo o velocípedo y parecía que en el país vecino se habían interesado en el invento. Ella había heredado de su progenitor la pasión por los viajes y eso la había llevado a permanecer largas temporadas en los más insospechados destinos. En todo este tiempo, las dos amigas jamás perdieron contacto y cada cumpleaños un regalo viajaba desde cualquier lugar del mundo hasta Villa Rosita y viceversa.

- ¡Ay Sinforosa querida, quería darte una sorpresa pero ya ves, te me has adelantado! - Exclamó doña Piedita asiendo por los brazos a su amiga-.
- No cambiarás jamás ¡Eres temible!

Las dos amigas rieron de buena gana.

- Pero bueno, no te quedes en la puerta, entra que quiero enseñarte mi casa- De repente se percata de la presencia del minino y el jilguero.

- ¿Son tus amigos? - Preguntó doña Piedita señalándolos-
- ¡Oh Dios mío, casi me olvido de ellos! - Exclamó la dama llevándose las manos a la cabeza- Disculpadme queridos... Ella es doña Piedita, mi querida amiga de la infancia y ellos son Carmelo y Pepe - Dijo volviéndose hacia su amiga-

Los animales se quedaron sorprendidos, en teoría nadie sabía que podían comunicarse con la doñi.

- No temáis, amigos - Dijo la señora- Soy la única sabedora y guardiana del gran secreto de doña Sinforosa, así que podéis estar tranquilos en mi compañía.

Los animales bajaron del coche y fueron a saludar educadamente. Pepe se puso sobre el hombro de doña Piedita y le cantó una melodía que andaba componiendo desde hacía semanas. Carmelo, aún seguía reticente.


- Piedita, querida, ¿sabías que Carmelo pensaba que eres una bruja? - Dijo doña Sinforosa divertida mientras el gato se ruborizaba-
- ¡Oh, no me digas! ¡Qué divertido! Jajajjaja ¿Qué te hizo pensar eso?- Preguntó.
- Pues...Es que esta mañana no tenía pies, sólo unas ruedas enormes que asomaban bajo su vestido y yo...
-¡Válgame el Señor! Jajajajaja, tu gato y yo nos vamos a llevar de maravilla, Sinforosa- Dijo a su amiga mientras se agachaba para coger en brazos a Carmelo, cosa que no acababa de gustar en demasía al felino-
- Vamos, quiero que veáis todos ese extraño artilugio que me convierte en bruja.

Salieron de nuevo al exterior y sobre una verja de madera se hallaba la culpable de las pesadillas de Carmelo.

- Ahí tenéis mi escoba. - Dijo doña Piedita riendo a carcajadas-

Un hermoso velocípedo o bicicleta como ella la llamaba, descansaba sobre la hierba. En el manillar, un canastillo lleno de flores recogidas esa misma mañana en la que el gato Carmelo se había topado con ella.
La curiosidad innata del felino lo llevó a reparar detenidamente en aquel invento.

- Doña Piedita, ¿podría llevarme en esta cesta? - Preguntó-.
-¡Pues claro que sí, querido! Vamos, subid los dos y daremos un paseo.

Doña Sinforosa vio como su amiga se alejaba pedaleando con el gato y el jilguero en la cesta. Se lo estaban pasando tan bien que agradecía al cielo que aquella inesperada vecina, no fuese otra que su querida Piedita.
Casi a la una y media de la tarde decidieron regresar a Villa Rosita, no sin la promesa de volver al día siguiente a la fiesta que iban a organizar en El Alto de los Reyes para celebrar la vuelta de la mejor amiga de la dama.

El domingo llegó cargado de sorpresas y en torno a una mesa decorada con un lindo mantel celeste se congregaron los más variados amigos. Doña Sinforosa, Carmelo y Pepe se presentaron con una muñequita a la que la dama había puesto el nombre de doña Aurora. Doña Lola, la oveja de los Silva, acudió muy guapa con sus bucles recién peinados y oliendo a espliego, trajo como presente un bonito bolso de lana tejido durante los días de invierno. Regalo que a nuestra nueva amiga llamó especialmente la atención. Así hasta doce entrañables criaturas que compartieron la alegría de una merienda al calor de la primavera y la amistad.
Bien entrada la tarde, doña Piedita se adentró en la casa del brazo de su amiga.

- Ayer no tuvimos oportunidad, así que quiero que conozcas mi nuevo hogar con detenimiento y me des tu opinión.

- Veamos querida, tú siempre tuviste un gusto exquisito para la decoración. –Dijo doña Sinforosa a medida que las dos amigas se perdían en las estancias de la casa-

Número de Registro Propiedad Intelectual: 201399901322175

Prohibida su copia total o parcial y/o reproducción por cualquier medio sin consentimiento expreso y por escrito de su autora.

lunes, 31 de julio de 2017

CAPÍTULO II: DOÑA SINFOROSA BAJA AL PUEBLO. Una visita muy especial.


La nieve ha remitido al fin y las primeras flores multicolores asoman salpicando aquí y allá el verde manto. La primavera ha llegado al corazón de Villa Rosita y doña Sinforosa se siente feliz. Hoy, se ha levantado de muy buen humor, ha cogido su mantel, su pequeña sillita de eneas y ese bolso gigante fabricado con trozos de tela donde guarda todas sus muñecas de trapo. Va a dirigirse al mercado para venderlas y cerrar una ansiada compra que trae en mente desde hace meses. A Carmelo y Pepe les encantará la sorpresa que su amita va a darles en tan sólo unas horas. 
La dama se dirige a su armario.

-Ummmm, veamos..., creo que me pondré esta falda beige y la camisa de flores rosas. Sí, es apropiado para un día tan especial.

La falda, como es natural en una dama de su clase, le cubre hasta los tobillos. Elaborada en algodón y bordada en los bajos en tonos crudos, tiene bolsillos donde guarda caramelos que ella misma elabora con azúcar y esencias naturales. La camisa es de seda estampada con unos pequeñísimos ramilletes de flores color rosa palo. Para terminar el conjunto se coloca una pamela de rafia natural, a la que ha cosido unas flores secas. Cuando bajó, el gato y el jilguero dormían plácidamente acurrucados en sus respectivas camitas, así que doña Sinforosa se dirigió a la cocina para desayunar algo ligero y salir cuanto antes. No había contado con el fino oído de Carmelo.

- ¡Buenos días doña Sinforosa!, ¿sale ya para el mercado? - Preguntó el gato estirándose sobre las manos y alargando su fibroso cuerpo como si fuese de goma-
- Buenos días, querido. Así es, he de vender las últimas muñequitas porque con este invierno tan crudo que hemos tenido...Nuestra despensa está bajo mínimos.
- Bueno, no se preocupe, pronto volverá a estar llena. He pensado que Pepe y yo podemos trabajar en el huerto esta mañana, hay que arrancar algunas hierbas y cavar las fresas que ya están saliendo.

Doña Sinforosa cogió al minino cariñosamente entre sus brazos acercando la cara de Carmelo a la suya.

- Mi querido, querido amigo, no es necesario que trabajéis porque vuestra compañía me basta para ser feliz, las despensas de mi corazón están repletas.
-Rrrrrrrrrr. El gato comenzó a ronronear cerrando sus ojitos y acariciando la barbilla de la dama. - Lo hacemos felices doñi, somos una familia así que todos ayudamos en lo que podemos. 
Doña Sinforosa depositó a Carmelo en el suelo regalándole varias caricias extras en su suave cabeza.
- Te prepararé un tazón de leche con miel y unas galletas. Despierta por favor a Pepe y así desayunamos todos juntos- Rozó la nariz del minino con su dedo índice- ¿De acuerdo?
- ¡De acuerdo doñi! 
En un segundo Pepe el jilguero entraba en la cocina que voló hasta el hombro de la dama para acercar su cabecita a modo de caricia.

- ¡Buenos días mi pequeño cantor! - Exclamó doña Sinforosa acariciando a Pepe-
- ¡Buenos días doñi!

Mientras servía la mesa, el jilguero cantaba una linda melodía. Pronto hubo sobre el mantel leche calentita, galletas, algo de alpiste, miguitas de pan y tarta de frambuesa porque a Carmelo le encantaba. Desayunaron felices, después, el gato y el jilguero salieron a despedir a su amiga, pero ante la mirada extrañada de los animales, doña Sinforosa volvió sobre sus pasos.


- Chicos, ¿queréis acompañarme al pueblo?

Pepe y Carmelo se miraron, el gato tenía planes, se había empeñado en arreglar las fresas del huerto así que animó al jilguero a acompañar a la doñi. De este modo, quedaba más tranquilo sabiendo que doña Sinforosa no partía sola.
El gato vio como sus amigos se alejaban andando por el prado. La falda de la dama acariciaba las hierbas, flotaba sobre las flores secuestrándolas por segundos y liberándolas a cada paso que daba. El pájaro, feliz canturreaba en el hombro de su mentora.

- Me preocupa que lleve tanto peso usted sola, si pudiese ayudarle... - Habló Pepe al percatarse de los aparatosos trastos que portaba la doñi-
- No te preocupes querido, estoy acostumbrada a estos menesteres, además, ahora pasaremos por la granja de los Silva, allí siempre hay alguien que a estas horas baja al pueblo y seguro que tiene a bien llevarnos.

Abandonaron el camino y llegaron hasta un gran caserón blanco; el pájaro se quedó asombrado por la cantidad de animales que pastaban en los alrededores. Bajo un roble, don José cargaba varios fardos en un carro tirado por una mula, al ver acercarse a la dama detuvo su trajín y fue raudo a saludarla.


- ¡Doña Sinforosa! ¡Ya la echábamos de menos por la granja! Hace semanas que no baja al pueblo así que estábamos preocupados. Hoy mismo, sin ir más lejos, iba a enviar al mozo hasta Villa Rosita para saber de usted.
- ¡Ay don José, ustedes siempre tan amables! Gracias, de salud estoy bien pero con el tiempo que hemos tenido no me he atrevido a salir de casa, así que he aprovechado para coser y arreglar algunos muebles que ya necesitaban un poco de atención.
- Bueno, bueno amiga mía, eso está muy bien. Voy a bajar al pueblo a llevar la leche y algunos quesos que me encargó don Hilario, el de los ultramarinos Ambrojo. Si quiere puedo llevarla, siempre tengo sitio para una dama y sus muñequitas - Dijo sonriendo-
- ¡Oh, muchas gracias don José!, ya sabe que me viene muy bien poder transportar todo esto en el carro.
-Faltaría más, señora mía.

Don José se percató de la nueva compañía de la dama.

- Doña Sinforosa, ¿y ese pequeño jilguero? Es realmente bonito.
- Pues mire, llegó a casa moribundo en mitad de una tormenta, lo recogí y lo cuidé, ahora alegra con su canto mis días. Es tan simpático que me acompaña allá donde voy, así que hoy he decidido llevarlo conmigo al mercado. 
- Usted y ese amor por los animales...La envidio señora, créame. Tenga cuidado allí abajo porque un animal tan manso puede ser un plato apetitoso para cualquier amigo de lo ajeno. Por no hablar de los gamberros...
- Pierda cuidado, no lo perderé de vista -Contestó doña Sinforosa-

Don José pone su dedo cerca de las patitas de Pepe que raudo se dispone a tomar posesión del mismo. El hombre sonríe y le otorga unas caricias.

- Don José, quisiera pasar un minuto a saludar a doña Amparo, hace tanto que no nos vemos...
- Faltaría más, pase, pase. Yo me quedo aquí ultimando las cosas. 
- Voy a entrar por la puerta de atrás, como siempre,  así veo a sus preciosas ovejas; ya sabe que me parecen las más hermosas de la comarca.

Doña Sinforosa dio rodeo a la casa, sabía que en el cercado estaría su amiga Lola y aprovechó para entregarle un presente.

- ¡Doña Lola! ¡Amiga mía cuánto tiempo! 
La oveja levantó la mirada y vio a su amiga que la saludaba sonriente; rápido corrió hasta la valla para corresponder al saludo.
-¡Buenos días tenga, amiga querida! No sabe cuánto la hemos echado de menos. Pero bueno, ¡qué bien acompañada viene! ¡Pepe, encantada de volver a verte!
- Buen día doña Lola, ya ve, de buena mañana acompañando a la doña. 

Intercambiaron saludos y algunas buenas noticias, como la maternidad de doña Francisquita, -la burra de los vecinos-, y la incorporación de un nuevo capataz a la granja. Don Severo estaba ya viejito y casi no podía hacer su trabajo, ahora vivía con sus hijos en el pueblo, pero pasaba casi toda la semana con los Silva. A decir verdad, don José le echaba de menos y había decidido que se quedara, de ese modo descansaría de sus años de trabajo disfrutando de la quietud y tranquilidad de los campos que había cuidado como si fueran propios. De paso, le hacía compañía a su suegro, don Marcelino, con quien había trabado buena amistad a lo largo de los años.

- Lola, tienes razón, don Severo no se hará nunca a estar en el pueblo, él pertenece a estos paisajes y es aquí donde ahora debe estar, disfrutando de un tranquilo retiro.
- Ya lo creo, doñi, tenía usted que ver cuando llega el hijo los sábados para llevarlo a su casa, el pobre es todo tristeza…, y eso que tiene dos nietecitos. A doña Amparo se le parte el corazón, así que los domingos por la tarde, su regreso es toda una fiesta.

- Te entiendo, querida, te entiendo- Dijo doña Sinforosa moviendo afirmativamente la cabeza-
- ¡Oh, casi me olvido! Lola, te he traído un presente, creo que te gustará porque se llama igual que tú.

Doña Sinforosa extrajo de su bolso una linda oveja fabricada con rizo de toalla, iba acompañada de un jabón que ella misma había elaborado y un botecito de esencia del bosque con un cepillo especial para la lana.

- ¡Oh, doña Sinforosa!, ¡es lo más bonito que he visto en mi vida! Pero... No tenía que haberse tomado tantas molestias por mí.
- Querida, no es ninguna molestia, espero verte el sábado por casa a la hora del té.
- Cuente conmigo. Le agradezco mucho este presente, el mismo sábado estrenaré la esencia para ir a visitarla. Dele recuerdos a Carmelo. Pepe, cuida bien de la doñi.
-Gracias Lola, nos vemos en unos días, hasta entonces cuídate mucho. Llevo algo de prisa porque tengo que saludar a doña Amparo y bajar al pueblo. Me alegra haberte visto.

Doña Sinforosa acarició varias veces la cabeza de la oveja y ambos se despidieron de ella hasta el sábado.
Ya en el mercado, nuestra amiga dispuso como de costumbre su pequeño puesto. Don José se aseguró de que todo estaba en orden antes de marchar y desearle una buena venta.

- Vamos a ver... Carmelita, hoy te pondremos aquí cerca de doña Juana, y a ti Paquita junto a Flor.

Una a una fue sentando a las muñecas en la mesa, todas preciosas y elaboradas con ese amor que solo ella sabía poner en sus labores. Había traído también unos cojines muy hermosos que había bordado junto a Pepe en las tardes que la nieve blanqueaba los prados. Doña Sinforosa pinchaba la aguja y el jilguero tiraba del hilo bien arriba. ¡Fue divertidísimo! 


- Bien, todo dispuesto, estas verjas que me ha dejado don José son preciosas y creo que le darán un toque hogareño a la composición- Susurró la dama al terminar de colocar su puesto-

La mañana transcurría tranquila, había vendido ya dos muñecas y un cojín cuando el jilguero pidió permiso para echar un vistazo por el mercado. Doña Sinforosa le recordó la necesidad de andarse con precaución, pues los chicos andaban a esas horas con los tirachinas y algunos tenían una puntería endiablada.

-Descuide doñi, tendré mucho cuidado.

No habían pasado quince minutos desde la partida de Pepe, cuando en los puestos de más arriba se organizó tremenda algarabía.

- ¿Qué sucede? -Preguntó la dama a una señora que bajaba justo del lugar de donde provenían los gritos.
- Pues al parecer, unos chicos han querido cazar a un pájaro que andaba revoloteando por los puestos, el animal intentado escapar se ha escondido en el tenderete del señor Amalio, el lechero, con tan mala fortuna que ha tirado una cántara de leche; y ya sabe usted el humor que se gasta ese hombre. ¡Está que trina!

- ¡Oh Dios mío! ¡Ese es Pepe!- Pensó doña Sinforosa-

Agradeció la información y se dirigió hacia el puesto del lechero.
- ¡Ahí viene! - Se oyó decir- ¡Ella es, ella es la dueña de ese pajarraco, la he visto esta mañana mientras montaba el puesto!

Una mujer entrada en años, enjuta, arrugada como un sarmiento y envuelta en un elegante vestido negro, señalaba a nuestra amiga con el dedo.

- Buenos días don Amalio ¿Qué ha sucedido? -Preguntó doña Sinforosa en tono amable-
- ¿Es suyo este pájaro, doña Sinforosa? -Le enseñó una jaula donde Pepe permanecía encerrado. A la dama casi se le rompe el corazón al ver a su amigo allí metido-
- Sí, lo es. Se ha debido escapar mientras montaba mi puesto; ruego me disculpe si le ha ocasionado algún contratiempo.
- ¿Algún contratiempo, dice? ¡Señora mía, su querido pajarraco ha tirado una cántara de leche llena y no pienso soltarlo mientras usted no me pague los reales que cuesta! ¡Con que ya está poniendo el dinero sobre la mesa o le juro que esta mediodía comeré pájaro frito!
- Don Amalio, no creo necesaria esa medida, ahora mismo abonaré el importe del destrozo.

Las gentes murmuraban alrededor de doña Sinforosa, el mercado se había quedado prácticamente vacío y todas las señoras se habían concentrado en el lugar del altercado.

- Ahí tiene, creo que con eso será suficiente. Ahora, por favor suelte a mi pájaro- Ordenó la doñi muy seria-
- De mil amores, pero mire lo que le digo, si vuelvo a verlo por aquí sacaré mi escopeta y no tendré piedad.
- ¡Es usted un ....! - Por educación, la dama retuvo sus palabras. Recuperó a Pepe y se alejó con él entre las manos, abriéndose paso entre una multitud que a veces le daba la razón y a ratos se la quitaba.
- Doña Sinforosa, le pido mil perdones por haber sido tan poco cuidadoso, pero de verdad que no vi esa cántara - Habló el jilguero en tono angustiado-
- Pierde cuidado Pepe, tú no tienes la culpa, ese viejo diablo es un cascarrabias que habría hecho cualquier cosa por sacarle los cuartos al primero que se lo pusiera fácil.
- No la entiendo...
- Pues que aprovecha cualquier oportunidad para colocar su mercancía de modo que esté a punto de caer con un leve roce. No es la primera vez que él mismo empuja disimuladamente alguna cántara y culpa a los chiquillos o a cualquier señora mayor que camine con cierta dificultad. Es una actitud abyecta y despreciable.
- ¿Lo dice en serio? - Preguntó Pepe extrañado-
- Totalmente querido, tú no has podido tirar esa cántara, no tienes fuerza suficiente para ello, así que no te apures.
- Pero el dinero...
- El dinero va y viene. Fin de la conversación - Zanjó doña Sinforosa-

Pepe respiró aliviado, recogieron el puesto y se dirigieron hacia el interior del pueblo. La doñi tenía que resolver allí un asunto muy importante.
Llegaron hasta una casa señorial pintada en colores muy llamativos, en la puerta un señor dio la bienvenida a la mujer.
El interior era algo oscuro para el gusto de la dama, pero elegante y distinguido. Los muebles parecían tallados a mano y los cuadros eran muchos y variados. Anduvo unos metros y llegó hasta un precioso jardín interior con plantas exóticas, allí, un matrimonio entrado en años la recibió con toda amabilidad. 
- Don Matías, doña Mariquilla, encantada de volver a verles- Pronunció doña Sinforosa al tiempo que empujaba la cabecita de Pepe para que permaneciese en el interior del bolsillo de su falda-
- La estábamos esperando, por favor, tome asiento - Pronunció don Matías poniéndose en pie-

Doña Sinforosa procuró sentarse de modo que su amigo estuviese cómodo, en nada, éste volvió a subir la cabeza sabiendo que bajo la mesa nadie podría verlo. Por no hablar de que así escucharía mucho mejor la conversación...

- Entonces - Tras los saludos de rigor tomó la palabra la dama- La oferta del dog-cart, ¿sigue en pie?
- Oh sí, doña Sinforosa- Habló la vieja señora- Nosotros ya no vamos a salir a la montaña, y hemos pensado que ese carruaje podría venirle de perlas para sus traslados desde Villa Rosita, por ello nos pusimos en contacto con usted antes de las nieves.
- La verdad es que no imaginan lo mucho que me ayudaría, siempre ando necesitando de la amabilidad de todos y con ese coche incluso podría desplazarme a otros pueblos para vender mi mercancía.
- ¡Oh, por supuesto! Es una excelente idea amiga mía- Exclamó don Matías- La animo a que la ponga en práctica.
- Pues bien, si el precio sigue siendo el mismo, no hay más que hablar. Me lo quedo – Sentenció doña Sinforosa sonriente-
- ¡Esto hay que celebrarlo! - Propuso don Matías- Tome con nosotros un licor de almendras amargas de nuestras bodegas. Mientras, uno de los criados dispondrá el coche y el caballo para que pueda llevárselo.

Tras cerrar la compraventa, los señores y su invitada salieron al jardín para ver el dog-cart, un modelo de coche muy funcional y bastante apropiado para nuestra amiga.

- Ahí lo tiene, doña Sinforosa- Dijo don Matías- La verdad es que he pasado muy buenos ratos con él pero uno se hace mayor y no necesita la mitad de las diversiones que tenía de mozo. El caballo es muy noble, sé que estará bien con usted.
-Descuide, de sobra sabe que los animales son mi debilidad. El coche es una maravilla y estoy segura de que el caballo será también un fiel compañero.


En unos minutos el carruaje estaba listo. Habían acoplado el caballo y sólo faltaba que su nueva propietaria tomase posesión de ambos.

- Gracias por todo, han sido ustedes muy generosos conmigo porque de sobra sé que el precio que me han puesto por él, es muy inferior al que hubiese podido alcanzar en cualquier mercado.
- Oh querida, pero queríamos que lo tuviera usted, sabemos que no podrá estar en mejores manos- Dijo doña Mariquilla- Pero espere, ¡casi me olvido! Se adentró en la casa con pasos acelerados y al instante volvió con una preciosa manta inglesa.
- Tome, la he usado durante muchos años, ahora quiero que la tenga usted. Me he permitido la licencia de bordarle sus iniciales.

La señora le entregó la manta sonriente, doña Sinforosa no escatimó palabras de agradecimiento. Se despidieron con la promesa de volver a verse el domingo.
Pronto abandonaron el pueblo y se adentraron en los caminos. El coche era una bendición, doña Sinforosa y Pepe estaban tan contentos que no pararon de cantar en todo el trayecto.

A la llegada a Villa Rosita...

- ¡Carmeloooo! ¡Sal tienes que ver esto! - Voló Pepe hasta el interior de la casa sorprendiendo al gato que se hallaba preparando un postre a base de nata.
- Pero... ¿Qué ocurre? ¿A que viene tanto jaleo?- Preguntó desorientado-
- Sal ahí afuera y lo verás- Le contestó el jilguero-

Carmelo se quedó sorprendido ante la visión que ofrecía doña Sinforosa feliz sobre su flamante coche. Una lagrimita se escurrió entre las pestañas del minino, de sobra sabía los esfuerzos de la mujer para bajar al pueblo cada día en los periodos de frío y los de fustigante sol. Ahora, un sueño largamente acariciado se hacía realidad ¡Por fin, por fin, doña Sinforosa tenía un medio de transporte como merecía!

- ¡Carmelo! ¡Pero no llores querido! -Exclamó la dama al ver la emoción del gato!- Venga, sube que vamos a dar un paseo los tres.
- De acuerdo pero.... ¡Yo también tengo una sorpresa!

El jilguero y la doñi se miraron extrañados viendo como el gato corría al interior de la casa.

-¡Que alguien me eche una mano! - Se oyó desde su interior-

Doña Sinforosa bajó rauda y se encontró con una grata visión. Carmelo había preparado un almuerzo a base de empanada de atún y frambuesas con nata para el postre. Ahora sólo quedaba coger un mantel y la cestita para llevarlo hasta algún lugar en mitad del hermoso bosque, una vez allí, los tres darían buena cuenta de la vianda.
Ya acomodados en el coche, tomó la palabra el jilguero.


- Habrá que poner un nombre al caballo, ¿verdad?

- Oh, no es necesario. Me llamo Juan, Juanito para los amigos- Contestó el equino sorprendiendo a los presentes-
- Bien Juanito, pues llévanos a un sitio hermoso donde celebrar que nos hemos conocido ¡En marcha! –Anunció doña Sinforosa exultante de alegría-


El carruaje se adentró en el bosque, desde lejos se oían los cánticos de la feliz y peculiar familia a la que sin pensar, había llegado un nuevo integrante, Juanito.
Número de Registro Propiedad Intelectual: 201399901322175

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viernes, 28 de julio de 2017

CAPÍTULO I: Doña Sinforosa, Carmelo y Pepe.


Hace una tarde realmente desapacible, eso diría cualquier persona que sale a pasear en un día ventoso, pero no doña Sinforosa ¿No conocéis a la señora Sinforosa? Bueno, bueno..., sentaos porque es el momento perfecto para presentaros a tan especial dama.
Su casa se alza en mitad del bosque, es de madera, antigua y acogedora, atravesada de parte a parte por luz que entra a través de los enormes ventanales. En las tardes de primavera y amaneceres estivales, se sienta a coser sus muñecas de trapo bajo los árboles. Doña Sinforosa vende sus muñecas en el mercado del pueblo, tiene un puesto improvisado con una mesa de madera y un mantel bordado por sus propias manos.

También cultiva un huerto con hortalizas y flores que cuando es época,  lleva a su puestecito para obtener beneficios con la venta.
Doña Sinforosa tiene una edad incierta, para algunos no más de cincuenta, para otros ha pasado la sesentena, pero en realidad, nadie sabe con certeza los años de la dama.
Su cabello es dorado, lo lleva recogido en un moño y siempre huele a espliego, como si ese aroma formase parte de su ser. En el armario, unas impecables camisas adornadas con encajes y diversas faldas que cubren hasta los pies, como corresponde a una dama de su educación. En primavera gusta de usar telas con tonos empolvados, es una enamorada de los pequeños estampados florales y siempre que su economía se lo permite, pasa por la tienda de don Julián y compra unos retales para coserse blusas.

Por lo demás, nuestra amiga es una señora aparentemente normal que gusta de ocupar sus ratos libres en la pintura. Si pasáis por su casa en las tardes soleadas, la veréis en el jardín dibujando flores amarillas, sus favoritas. O como os he dicho antes, cosiendo muñecas de trapo bajo los árboles.
Tiene un gato que se llama Carmelo porque nació el día de la Virgen del Carmen, bueno..., en realidad doña Sinforosa no sabe cuando nació, pero hace tres años y en esa fecha se lo encontró entre las coles de su huerto, así que es en tan especial festividad cuando celebran su cumpleaños. Era un gatito muy pequeño, de tonos grises y blancos con los ojos grandes y asustados que le confesó haberse perdido. Ahora, vive feliz en Villa Rosita, ayuda a su amiga a cavar el huerto y hace de anfitrión cuando doña Sinforosa recibe en casa.

La semana pasada nuestra amiga no pudo bajar al mercado, una fuerte nevada le impidió salir, así que aprovechó para terminar unas muñequitas que traía entre manos y ponerles su nombre. Sí, habéis leído bien, todas las creaciones de la dama tienen nombre ¿Cómo iban a existir entonces?
Muñeca extraída del "Blog de trabajos de Maria José Veira Fernández"

Junto al fuego, doña Sinforosa terminaba de vestir a la "señorita Beatriz", una muñeca de trapo que recordaba a la maestra del pueblo.

- Bien querida, ya tienes tu capa y tu sombrero, ahora te dejaré aquí hasta que llegue el momento en el mercado - Decía la mujer que tras dejar la muñeca en una cesta de mimbre, se recostaba en la mecedora a mirar las llamas danzarinas. Carmelo, dormía plácidamente hecho un rosquito sobre su cojín de plumas de oca.

La noche conquistó al fin las horas y doña Sinforosa, medio adormilada, encendió los candiles y fue a la cocina a por una cena ligera para ella y para el minino. Se había puesto su toquilla azul cielo a juego con las pantuflas que su amiga Piedita le regaló el mes pasado por su cumpleaños, eran tan confortables que no se las quitaría ni para cavar el huerto.
Compota de higos, rebanadas de esponjoso pan, leche y unas manzanas componían la cena. A Carmelo le llenó su tacita con el blanco alimento y le puso un poco de compota; el dulce era su perdición. Ella, se sentó de nuevo en la mecedora y sobre una pequeña mesa depositó la vianda. Afuera, todo era blanco sobre negro, los copos se descolgaban del oscuro telón de la noche, el viento silbaba y salvo esos sonidos y el ronroneo del gato, nada más se escuchaba en la estancia. Al cabo de unos minutos, oyeron unos golpes en el cristal de la ventana que daba a la salita, lugar donde nuestros amigos cenaban; no eran muy fuertes, pero sí insistentes. Doña Sinforosa se levantó y cogió el espetón de atizar la candela, nunca se sabe quien puede ser a esas horas, ante todo, precaución. Descorrió la espesa cortina de cretona y tras el cristal, un pequeño jilguero aleteaba casi moribundo.

-¡Señor! ¡Pero criatura, te vas a helar!


La mujer dejó en el suelo el espetón y rápidamente introdujo al diminuto pájaro en la estancia. Estaba exhausto por el esfuerzo, mojado y aturdido. Doña Sinforosa lo acurrucó entre sus manos y lo llevó al cojín de Carmelo, junto al fuego. El gatito, de lo más generoso, se tumbó junto a él para darle calor y al cabo de unos minutos reaccionó al fin. Al abrir los ojos y encontrarse con el felino, se sobresaltó.

- ¡Oh cariño, no temas! Carmelo no te hará nada, es un buen amigo- El gato sonrió a la dama agradecido-
- ¿Pero cómo has llegado hasta aquí con este temporal y de noche? - Preguntó doña Sinforosa.

El ave se aclaró la voz.

- Verá señora, mi casa se la llevó el viento, la tenía en una casuarina camino de la estación de ferrocarril pero esta noche... - Se tapó la cara con las alas-
- Oh, no te preocupes, te quedarás aquí con nosotros- Le anunció doña Sinforosa- Iré a buscar algo para comer y después dispondremos tu cama.

Nadie conocía en el pueblo el don de nuestra amiga ¡Podía hablar con los animales! Ellos lo sabían y acudían sin temor cuando tenían algún problema.
Volvió de la cocina con un poco de trigo, leche caliente y unas migas de pan. En el cojín, el jilguero y el gato charlaban animadamente. Carmelo había lamido sus plumas así que el pájaro había entrado en calor antes de lo esperado.
El animal comió con avidez, se notaba que llevaba tiempo sin echarse nada al buche porque el pobre era todo huesos y plumas. Carmelo y doña Sinforosa se miraron satisfechos. Cuando hubo saciado su hambre, reanudaron la conversación al calor del hogar.

- Bien, cuéntanos tu historia, si vas a quedarte con nosotros aunque sea unos días, nos gustaría saber quien eres- Propuso doña Sinforosa volviendo a la mecedora con el pájaro en su regazo-
- Soy un jilguero de más allá del río Noria, mis padres y mis hermanos viven allí pero yo quería buscar un lugar donde poder ver la nieve, de este modo me aventuré a venir hasta estos parajes. Desde pequeño he querido correr aventuras, ver otros bosques, conocer otros animales..., pero creo que no estoy preparado para ello. Solo soy un adolescente inconformista – Dijo el ave bajando el pico con tristeza-
- Oh, no te preocupes querido, todos cometemos locuras a ciertas edades pero esa es la sal de la vida, perseguir nuestros sueños. - Le contestó doña Sinforosa- Mi lema es "si quieres ser feliz como dices, las cosas de este mundo no analices..., no analices..." - Y rió de buena gana-
- Entonces, ¿aprueba lo que hice?
- En cierto modo sí, pero escúchame jovencito, ¿tienes adónde ir? - Preguntó apuntándole con el dedo.
- Pues..., verá. No. Mi casa se la ha llevado el viento, no sé construir un hogar preparado para soportar las inclemencias de este tiempo. - Dijo cruzando las alas por delante-
- Y a juzgar por tu aspecto, tampoco te ha ido muy bien en lo que a alimentación se refiere -  Añadió Carmelo levantándole la escuálida alita derecha-
- Bueno,  no mucho, la verdad es que estaba acostumbrado a comer lo que mis padres traían a casa y...
- Bueno, bueno, no te preocupes - Cortó nuestra amiga- Puedes quedarte aquí todo el tiempo que necesites, pero antes dime, ¿cómo me encontraste, jovenzuelo?
- Pues... Me lo dijo María, la ardilla que vive en el árbol de la señora Pilarica. Me habló de alguien que podía ayudarme, que siempre ayudaba a los animales en apuros. Me dio su dirección y el resto..., ya lo conoce.

Departieron hasta bien entrada la noche, en el reloj junto a la chimenea dieron las doce en punto.

- ¡Oh, chicos! ¡Fijaos qué hora es! - Exclamó doña Sinforosa- Voy arriba a buscar algo para preparar la cama a este joven; vuelvo en unos minutos.

Los pasos de la mujer se oían deambular de un lado para otro; puertas de armarios que se cerraban y abrían y por fin, unos pies que descienden la escalera.

- Ya estoy aquí. Pequeño, para esta noche habrás de conformarte con esto hasta que te busque un lugar apropiado- Dijo mientras dejaba junto al cojín de Carmelo, un mullido nido improvisado con algodones del botiquín.

-¡Oh, es perfecto doña Sinforosa! Jamás hubiera soñado tanto confort. Por favor, no se moleste en nada más ¡Esta cama es la mejor! - Exclamó el pajarito acurrucándose feliz de un salto en su nuevo nido-

- Descansad -Les dijo la dama a la vez que acariciaba cariñosamente a los pequeños- Mañana será un día muy divertido, te buscaremos un nombre, ¿qué te parece? - Le preguntó al jilguero.

-¡Tendré un nombre! Señora mía, son demasiadas emociones para un simple pájaro, me siento tan halagado que no sé qué decir.
-Pues di buenas noches – Propuso Carmelo-
-Buenas noches, amiguitos –Contestó sonriente doña Sinforosa mientras cubría con unas pequeñas mantas a los animales. Después, subió a su cuarto satisfecha con el huésped y muerta de sueño a causa de tanta emoción. En unos minutos, el silencio reinaba en la casa de madera.

A la mañana siguiente amaneció de nuevo nevando, la señora Sinforosa pensó que tendría que posponer ese paseo que había prometido a los chicos para buscar arándanos pero, aprovecharía para coser algo que tenía en mente.

Como cada mañana, Carmelo fue a ver a doña Manolita, la gallina que mandaba en el corral, para recoger algunos huevos y comprobar que todo estaba bien por allí. Las gallinas eran bastante indisciplinadas y siempre andaban a la gresca. El gato intentaba poner orden, pero más de una vez se había llevado un picotazo. De no ser por doña Manolita, cierta mañana de verano lo hubieran dejado más agujerado que la casa de un carpintero.
De vuelta al hogar:

- ¡Buenos días! –Exclamó el felino entusiasmado- Doña Sinforosa, traigo unos huevos recién puestos. Doña Manolita le envía saludos.
- Gracias, hijo.  Deja la cesta sobre la mesa de la cocina, los quiero para hacer un bizcocho ¡Ah! No despiertes al jilguero, el pobre sigue dormido.
- De acuerdo- Contestó el gato- Voy a bajar al río a ver cuánto ha cuajado la nieve en el bosque.
- Ten cuidado Carmelo, no olvides la mantita que te hice el mes pasado, te vayas a constipar. Y por favor, si puedes, trae alguna fruta que encuentres fácilmente. Es para el bizcocho.

El gato cogió una manta de escocesa verde y roja y se la colocó. Tenía unas aberturas para sacar las patitas y la cola, se enrolló una bufanda y salió contento a dar su paseo matutino. De vuelta a Villa Rosita una hora más tarde, había conseguido unas moras silvestres estupendas. Doña Sinforosa se puso muy contenta.

- ¡Buenos días, jilguero! - Exclamó Carmelo al ver que su nuevo amigo había despertado y se hallaba desayunándose un buen tazón de miguitas de pan con leche caliente.
- ¡Buenos días! Siéntate Carmelo, cuéntame cómo está el río - Le animó el jilguero mientras volaba hasta la cabeza del minino-

Los dos amigos consumieron más de una hora en charlas matutinas, mientras, doña Sinforosa cocinaba el rico bizcocho con moras y cosía algo misterioso; ninguno de los dos pudo averiguar de qué se trataba.

- Bueno jilguero -Dijo la buena mujer entrando en el salón- Creo que ha llegado la hora de ponerte un nombre, ¿no crees?
- ¡ Oh síííííííííi! ¡Doñi, estoy tan contento! – Casi gritó de entusiasmo-
- ¿Doooooñiii? - Exclamó Carmelo espantado ante el atrevimiento.
- ¡Oh, doñi! Me gusta mucho, sí, creo que me gustará que me llaméis así - Dijo "la doñi" encantada y riendo de muy buena gana- Sigamos, he pensado que como estamos en marzo y se aproxima el día de San José, tal vez te gustaría llamarte Pepe ¿Qué te parece?
- ¡Pepe el jilguero! ¡Suena de maravilla, doñi! -Exclamó el pájaro lanzándose a volar y haciendo atrevidas piruetas sobre las cabezas de sus nuevos amigos-
- Bien, pues ahora que tienes nombre, habrá que celebrarlo. A las cuatro en punto daremos una pequeña fiesta así que tendrás que ponerte bien guapo - Dijo doña Sinforosa guiñando un ojo al pajarito-
- Pero..., no tengo nada que ponerme... -Contestó Pepe bajando triste la cabeza-

En ese momento, la dama desplegó una enorme sonrisa y le indicó a Carmelo que trajese unos paquetitos que había dejado sobre su cama. El gato estuvo de vuelta en menos que se dice miau.

- Tomad, esto es para vosotros - Dijo doña Sinforosa sin perder su linda sonrisa,  dejando que todo el salón se iluminara con el color sonrosado de sus mofletes-

Carmelo abrió su paquete y apareció una preciosa gorra, era igual a una que le había encantado el mes pasado cuando la descubrió en la portada de una revista de moda francesa, de esas que se vendían en el comercio de don Hilario. Era color verde, como su manta-abrigo, y en todo lo alto  tenía una borla de lana roja. El gato se puso a dar saltos de alegría mientras "la doñi" no cabía de felicidad viendo lo mucho que le había gustado aquel presente.
Pepe hizo lo propio con su regalo y apareció un lindo chaleco en escocesa roja a juego con una corbata. Fue tal la sorpresa, que quiso obsequiarles con un canto, pero no le salió la voz de puros nervios. Estaba agradecido y feliz.

- Bien, mis niños, pues quiero que os pongáis guapos esta tarde, la pequeña fiesta se hará para dar la bienvenida a Pepe ¡No todos los días se bautiza un jilguero!

A las cuatro en punto y pese a la nieve llegaron los invitados. Doña Manolita venía con dos de sus sobrinos, traían un regalo para Pepe que la gallina había elaborado en una mañana. Consistía en una gorrita de aviador tejida en lana natural, la misma que le había regalado su amiga doña Lola, la oveja de la granja de los Silva. Después llegaron don Fermín y doña Pepita, las ardillas de la caseta del tren. Las ocas de la granja de don Ramiro, los gatos de la Cuesta la Vieja... Así hasta quince invitados.
Fue una fiesta maravillosa que Pepe no se podía imaginar ni en el mejor de sus sueños. Cantó tanto para agradecer la bienvenida, que se quedó afónico.


-Bueno querido Pepe -Tomó la palabra doña Sinforosa- Quisiera ahora que estamos todos los amigos juntos, hacerte una propuesta- El pájaro movió la cabeza en modo afirmativo porque no tenía voz.
- Verás, Carmelo y yo nos preguntamos si te gustaría formar parte de nuestra familia y quedarte a vivir en Villa Rosita.

El jilguero se apresuró a decir que sí con la cabeza, acto seguido voló hasta la dama para abrazarla con sus alas. Después, hizo lo mismo con Carmelo y con sus nuevos amigos, que aplaudieron y vitorearon la estupenda decisión.
Y así fue como se formó la maravillosa familia de la casa de madera llamada Villa Rosita. Un millón de aventuras aguardan dentro de sus estancias y muchas más fuera de ella, en el bosque. Estad atentos.

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