viernes, 28 de julio de 2017

CAPÍTULO I: Doña Sinforosa, Carmelo y Pepe.


Hace una tarde realmente desapacible, eso diría cualquier persona que sale a pasear en un día ventoso, pero no doña Sinforosa ¿No conocéis a la señora Sinforosa? Bueno, bueno..., sentaos porque es el momento perfecto para presentaros a tan especial dama.
Su casa se alza en mitad del bosque, es de madera, antigua y acogedora, atravesada de parte a parte por luz que entra a través de los enormes ventanales. En las tardes de primavera y amaneceres estivales, se sienta a coser sus muñecas de trapo bajo los árboles. Doña Sinforosa vende sus muñecas en el mercado del pueblo, tiene un puesto improvisado con una mesa de madera y un mantel bordado por sus propias manos.

También cultiva un huerto con hortalizas y flores que cuando es época,  lleva a su puestecito para obtener beneficios con la venta.
Doña Sinforosa tiene una edad incierta, para algunos no más de cincuenta, para otros ha pasado la sesentena, pero en realidad, nadie sabe con certeza los años de la dama.
Su cabello es dorado, lo lleva recogido en un moño y siempre huele a espliego, como si ese aroma formase parte de su ser. En el armario, unas impecables camisas adornadas con encajes y diversas faldas que cubren hasta los pies, como corresponde a una dama de su educación. En primavera gusta de usar telas con tonos empolvados, es una enamorada de los pequeños estampados florales y siempre que su economía se lo permite, pasa por la tienda de don Julián y compra unos retales para coserse blusas.

Por lo demás, nuestra amiga es una señora aparentemente normal que gusta de ocupar sus ratos libres en la pintura. Si pasáis por su casa en las tardes soleadas, la veréis en el jardín dibujando flores amarillas, sus favoritas. O como os he dicho antes, cosiendo muñecas de trapo bajo los árboles.
Tiene un gato que se llama Carmelo porque nació el día de la Virgen del Carmen, bueno..., en realidad doña Sinforosa no sabe cuando nació, pero hace tres años y en esa fecha se lo encontró entre las coles de su huerto, así que es en tan especial festividad cuando celebran su cumpleaños. Era un gatito muy pequeño, de tonos grises y blancos con los ojos grandes y asustados que le confesó haberse perdido. Ahora, vive feliz en Villa Rosita, ayuda a su amiga a cavar el huerto y hace de anfitrión cuando doña Sinforosa recibe en casa.

La semana pasada nuestra amiga no pudo bajar al mercado, una fuerte nevada le impidió salir, así que aprovechó para terminar unas muñequitas que traía entre manos y ponerles su nombre. Sí, habéis leído bien, todas las creaciones de la dama tienen nombre ¿Cómo iban a existir entonces?
Muñeca extraída del "Blog de trabajos de Maria José Veira Fernández"

Junto al fuego, doña Sinforosa terminaba de vestir a la "señorita Beatriz", una muñeca de trapo que recordaba a la maestra del pueblo.

- Bien querida, ya tienes tu capa y tu sombrero, ahora te dejaré aquí hasta que llegue el momento en el mercado - Decía la mujer que tras dejar la muñeca en una cesta de mimbre, se recostaba en la mecedora a mirar las llamas danzarinas. Carmelo, dormía plácidamente hecho un rosquito sobre su cojín de plumas de oca.

La noche conquistó al fin las horas y doña Sinforosa, medio adormilada, encendió los candiles y fue a la cocina a por una cena ligera para ella y para el minino. Se había puesto su toquilla azul cielo a juego con las pantuflas que su amiga Piedita le regaló el mes pasado por su cumpleaños, eran tan confortables que no se las quitaría ni para cavar el huerto.
Compota de higos, rebanadas de esponjoso pan, leche y unas manzanas componían la cena. A Carmelo le llenó su tacita con el blanco alimento y le puso un poco de compota; el dulce era su perdición. Ella, se sentó de nuevo en la mecedora y sobre una pequeña mesa depositó la vianda. Afuera, todo era blanco sobre negro, los copos se descolgaban del oscuro telón de la noche, el viento silbaba y salvo esos sonidos y el ronroneo del gato, nada más se escuchaba en la estancia. Al cabo de unos minutos, oyeron unos golpes en el cristal de la ventana que daba a la salita, lugar donde nuestros amigos cenaban; no eran muy fuertes, pero sí insistentes. Doña Sinforosa se levantó y cogió el espetón de atizar la candela, nunca se sabe quien puede ser a esas horas, ante todo, precaución. Descorrió la espesa cortina de cretona y tras el cristal, un pequeño jilguero aleteaba casi moribundo.

-¡Señor! ¡Pero criatura, te vas a helar!


La mujer dejó en el suelo el espetón y rápidamente introdujo al diminuto pájaro en la estancia. Estaba exhausto por el esfuerzo, mojado y aturdido. Doña Sinforosa lo acurrucó entre sus manos y lo llevó al cojín de Carmelo, junto al fuego. El gatito, de lo más generoso, se tumbó junto a él para darle calor y al cabo de unos minutos reaccionó al fin. Al abrir los ojos y encontrarse con el felino, se sobresaltó.

- ¡Oh cariño, no temas! Carmelo no te hará nada, es un buen amigo- El gato sonrió a la dama agradecido-
- ¿Pero cómo has llegado hasta aquí con este temporal y de noche? - Preguntó doña Sinforosa.

El ave se aclaró la voz.

- Verá señora, mi casa se la llevó el viento, la tenía en una casuarina camino de la estación de ferrocarril pero esta noche... - Se tapó la cara con las alas-
- Oh, no te preocupes, te quedarás aquí con nosotros- Le anunció doña Sinforosa- Iré a buscar algo para comer y después dispondremos tu cama.

Nadie conocía en el pueblo el don de nuestra amiga ¡Podía hablar con los animales! Ellos lo sabían y acudían sin temor cuando tenían algún problema.
Volvió de la cocina con un poco de trigo, leche caliente y unas migas de pan. En el cojín, el jilguero y el gato charlaban animadamente. Carmelo había lamido sus plumas así que el pájaro había entrado en calor antes de lo esperado.
El animal comió con avidez, se notaba que llevaba tiempo sin echarse nada al buche porque el pobre era todo huesos y plumas. Carmelo y doña Sinforosa se miraron satisfechos. Cuando hubo saciado su hambre, reanudaron la conversación al calor del hogar.

- Bien, cuéntanos tu historia, si vas a quedarte con nosotros aunque sea unos días, nos gustaría saber quien eres- Propuso doña Sinforosa volviendo a la mecedora con el pájaro en su regazo-
- Soy un jilguero de más allá del río Noria, mis padres y mis hermanos viven allí pero yo quería buscar un lugar donde poder ver la nieve, de este modo me aventuré a venir hasta estos parajes. Desde pequeño he querido correr aventuras, ver otros bosques, conocer otros animales..., pero creo que no estoy preparado para ello. Solo soy un adolescente inconformista – Dijo el ave bajando el pico con tristeza-
- Oh, no te preocupes querido, todos cometemos locuras a ciertas edades pero esa es la sal de la vida, perseguir nuestros sueños. - Le contestó doña Sinforosa- Mi lema es "si quieres ser feliz como dices, las cosas de este mundo no analices..., no analices..." - Y rió de buena gana-
- Entonces, ¿aprueba lo que hice?
- En cierto modo sí, pero escúchame jovencito, ¿tienes adónde ir? - Preguntó apuntándole con el dedo.
- Pues..., verá. No. Mi casa se la ha llevado el viento, no sé construir un hogar preparado para soportar las inclemencias de este tiempo. - Dijo cruzando las alas por delante-
- Y a juzgar por tu aspecto, tampoco te ha ido muy bien en lo que a alimentación se refiere -  Añadió Carmelo levantándole la escuálida alita derecha-
- Bueno,  no mucho, la verdad es que estaba acostumbrado a comer lo que mis padres traían a casa y...
- Bueno, bueno, no te preocupes - Cortó nuestra amiga- Puedes quedarte aquí todo el tiempo que necesites, pero antes dime, ¿cómo me encontraste, jovenzuelo?
- Pues... Me lo dijo María, la ardilla que vive en el árbol de la señora Pilarica. Me habló de alguien que podía ayudarme, que siempre ayudaba a los animales en apuros. Me dio su dirección y el resto..., ya lo conoce.

Departieron hasta bien entrada la noche, en el reloj junto a la chimenea dieron las doce en punto.

- ¡Oh, chicos! ¡Fijaos qué hora es! - Exclamó doña Sinforosa- Voy arriba a buscar algo para preparar la cama a este joven; vuelvo en unos minutos.

Los pasos de la mujer se oían deambular de un lado para otro; puertas de armarios que se cerraban y abrían y por fin, unos pies que descienden la escalera.

- Ya estoy aquí. Pequeño, para esta noche habrás de conformarte con esto hasta que te busque un lugar apropiado- Dijo mientras dejaba junto al cojín de Carmelo, un mullido nido improvisado con algodones del botiquín.

-¡Oh, es perfecto doña Sinforosa! Jamás hubiera soñado tanto confort. Por favor, no se moleste en nada más ¡Esta cama es la mejor! - Exclamó el pajarito acurrucándose feliz de un salto en su nuevo nido-

- Descansad -Les dijo la dama a la vez que acariciaba cariñosamente a los pequeños- Mañana será un día muy divertido, te buscaremos un nombre, ¿qué te parece? - Le preguntó al jilguero.

-¡Tendré un nombre! Señora mía, son demasiadas emociones para un simple pájaro, me siento tan halagado que no sé qué decir.
-Pues di buenas noches – Propuso Carmelo-
-Buenas noches, amiguitos –Contestó sonriente doña Sinforosa mientras cubría con unas pequeñas mantas a los animales. Después, subió a su cuarto satisfecha con el huésped y muerta de sueño a causa de tanta emoción. En unos minutos, el silencio reinaba en la casa de madera.

A la mañana siguiente amaneció de nuevo nevando, la señora Sinforosa pensó que tendría que posponer ese paseo que había prometido a los chicos para buscar arándanos pero, aprovecharía para coser algo que tenía en mente.

Como cada mañana, Carmelo fue a ver a doña Manolita, la gallina que mandaba en el corral, para recoger algunos huevos y comprobar que todo estaba bien por allí. Las gallinas eran bastante indisciplinadas y siempre andaban a la gresca. El gato intentaba poner orden, pero más de una vez se había llevado un picotazo. De no ser por doña Manolita, cierta mañana de verano lo hubieran dejado más agujerado que la casa de un carpintero.
De vuelta al hogar:

- ¡Buenos días! –Exclamó el felino entusiasmado- Doña Sinforosa, traigo unos huevos recién puestos. Doña Manolita le envía saludos.
- Gracias, hijo.  Deja la cesta sobre la mesa de la cocina, los quiero para hacer un bizcocho ¡Ah! No despiertes al jilguero, el pobre sigue dormido.
- De acuerdo- Contestó el gato- Voy a bajar al río a ver cuánto ha cuajado la nieve en el bosque.
- Ten cuidado Carmelo, no olvides la mantita que te hice el mes pasado, te vayas a constipar. Y por favor, si puedes, trae alguna fruta que encuentres fácilmente. Es para el bizcocho.

El gato cogió una manta de escocesa verde y roja y se la colocó. Tenía unas aberturas para sacar las patitas y la cola, se enrolló una bufanda y salió contento a dar su paseo matutino. De vuelta a Villa Rosita una hora más tarde, había conseguido unas moras silvestres estupendas. Doña Sinforosa se puso muy contenta.

- ¡Buenos días, jilguero! - Exclamó Carmelo al ver que su nuevo amigo había despertado y se hallaba desayunándose un buen tazón de miguitas de pan con leche caliente.
- ¡Buenos días! Siéntate Carmelo, cuéntame cómo está el río - Le animó el jilguero mientras volaba hasta la cabeza del minino-

Los dos amigos consumieron más de una hora en charlas matutinas, mientras, doña Sinforosa cocinaba el rico bizcocho con moras y cosía algo misterioso; ninguno de los dos pudo averiguar de qué se trataba.

- Bueno jilguero -Dijo la buena mujer entrando en el salón- Creo que ha llegado la hora de ponerte un nombre, ¿no crees?
- ¡ Oh síííííííííi! ¡Doñi, estoy tan contento! – Casi gritó de entusiasmo-
- ¿Doooooñiii? - Exclamó Carmelo espantado ante el atrevimiento.
- ¡Oh, doñi! Me gusta mucho, sí, creo que me gustará que me llaméis así - Dijo "la doñi" encantada y riendo de muy buena gana- Sigamos, he pensado que como estamos en marzo y se aproxima el día de San José, tal vez te gustaría llamarte Pepe ¿Qué te parece?
- ¡Pepe el jilguero! ¡Suena de maravilla, doñi! -Exclamó el pájaro lanzándose a volar y haciendo atrevidas piruetas sobre las cabezas de sus nuevos amigos-
- Bien, pues ahora que tienes nombre, habrá que celebrarlo. A las cuatro en punto daremos una pequeña fiesta así que tendrás que ponerte bien guapo - Dijo doña Sinforosa guiñando un ojo al pajarito-
- Pero..., no tengo nada que ponerme... -Contestó Pepe bajando triste la cabeza-

En ese momento, la dama desplegó una enorme sonrisa y le indicó a Carmelo que trajese unos paquetitos que había dejado sobre su cama. El gato estuvo de vuelta en menos que se dice miau.

- Tomad, esto es para vosotros - Dijo doña Sinforosa sin perder su linda sonrisa,  dejando que todo el salón se iluminara con el color sonrosado de sus mofletes-

Carmelo abrió su paquete y apareció una preciosa gorra, era igual a una que le había encantado el mes pasado cuando la descubrió en la portada de una revista de moda francesa, de esas que se vendían en el comercio de don Hilario. Era color verde, como su manta-abrigo, y en todo lo alto  tenía una borla de lana roja. El gato se puso a dar saltos de alegría mientras "la doñi" no cabía de felicidad viendo lo mucho que le había gustado aquel presente.
Pepe hizo lo propio con su regalo y apareció un lindo chaleco en escocesa roja a juego con una corbata. Fue tal la sorpresa, que quiso obsequiarles con un canto, pero no le salió la voz de puros nervios. Estaba agradecido y feliz.

- Bien, mis niños, pues quiero que os pongáis guapos esta tarde, la pequeña fiesta se hará para dar la bienvenida a Pepe ¡No todos los días se bautiza un jilguero!

A las cuatro en punto y pese a la nieve llegaron los invitados. Doña Manolita venía con dos de sus sobrinos, traían un regalo para Pepe que la gallina había elaborado en una mañana. Consistía en una gorrita de aviador tejida en lana natural, la misma que le había regalado su amiga doña Lola, la oveja de la granja de los Silva. Después llegaron don Fermín y doña Pepita, las ardillas de la caseta del tren. Las ocas de la granja de don Ramiro, los gatos de la Cuesta la Vieja... Así hasta quince invitados.
Fue una fiesta maravillosa que Pepe no se podía imaginar ni en el mejor de sus sueños. Cantó tanto para agradecer la bienvenida, que se quedó afónico.


-Bueno querido Pepe -Tomó la palabra doña Sinforosa- Quisiera ahora que estamos todos los amigos juntos, hacerte una propuesta- El pájaro movió la cabeza en modo afirmativo porque no tenía voz.
- Verás, Carmelo y yo nos preguntamos si te gustaría formar parte de nuestra familia y quedarte a vivir en Villa Rosita.

El jilguero se apresuró a decir que sí con la cabeza, acto seguido voló hasta la dama para abrazarla con sus alas. Después, hizo lo mismo con Carmelo y con sus nuevos amigos, que aplaudieron y vitorearon la estupenda decisión.
Y así fue como se formó la maravillosa familia de la casa de madera llamada Villa Rosita. Un millón de aventuras aguardan dentro de sus estancias y muchas más fuera de ella, en el bosque. Estad atentos.

Número de Registro Propiedad Intelectual: 201399901322175
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