miércoles, 4 de mayo de 2016

Serenidad sin horas.

En la serenidad del campo donde las horas no importan.
Es esta casa el molde de mi alma, sus silencios mis recuerdos y su luz el que me falta. Aquí los problemas pierden su enormidad porque la tranquilidad hace que cambies la perspectiva, nunca es imposible aquí.
Las palabras hacen cola para tomar mi inventiva mientras los pájaros cantan, entran y salen por la enorme chimenea del salón. Sin miedo, sin vergüenza, conquistan cada una de las estancias con sus locos bailes aéreos mientras mi corazón percusiona al ritmo de sus alas. A veces les sigo al exterior donde se prenden a la sábana celeste como preciosos bordados. Los pájaros dibujan música mientras vuelan, por eso me gustan.
Escribir en este lugar es un privilegio, es fácil, tal vez por ello carece de mérito cualquier cosa que aquí se construya con palabras. Dejarlas caer para empezar de nuevo me divierte, me convierte en resucitadora de historias.
En esta casa el tiempo ha perdido la batalla, no existen prisas, no hay que ir, ni debería, ni tengo que. Cronos no cuenta, no quema, no pasa, no importa. El pragmatismo también dejó sus razones en la puerta, porque aquí no hay que ser útil, aquí, sólo se puede ser feliz.


Esta obra está protegida por las leyes de copyright y tratados internacionales. Número Registro Propiedad Intelectual:  1803146136805

Lluvia de primavera.


Hay algo en la lluvia que me atrae, supongo que es esa invitación a la tranquilidad y a la introspección. 
Difícil encarcelar el pensamiento en días como el de hoy en los que apetece salir a enfrentar tu cara con el agua, a piel descubierta. Cerrar los ojos mientras las gotas acarician mi rostro dibujando caminos torcidos que hacen cosquillas. 
Entonces el espíritu toma el mando y envía la mente a lugares donde la realidad es líquida y tangible, está en mi cara, en mis manos..., en el cielo de novela negra, como las que escriben mis amigos. Pero mi cielo es azul, solo que hoy ha echado la cortina para que las flores se bañen sin que el sol las vea.


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jueves, 7 de abril de 2016

LA DUDA.

Cuando tomar distancia es el único camino a la serenidad, mejor es tomar la pluma. Son las letras el puente entre el amor y el olvido, o más bien entre el olvido y el recuerdo. Dicen. No, no lo dicen, lo he dicho yo.
Letras construyen imágenes, sonidos, viajes de ida y vuelta en el tren de los sentimientos. Hasta que un día, una tarde, unas horas..., decides no volver y te quedas varada en la orilla de la duda. Más la duda es mejor que el regreso. 
Adiós le dije, me dijo, no me acuerdo si lo dijimos. Adiós. Después, todos los holas que envió quedaron sin respuesta, flotando en el aire a la espera de que mi corazón los recogiera. 
Y así, el silencio se hizo transeúnte en el camino que antes ocuparon las palabras. He tomado la pluma hoy, pero no sé en qué punto del camino estoy. 
¡Hola!

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lunes, 4 de abril de 2016

EL MAQUINISTA DE CASA ENCANTADA.


En septiembre de 2013 escribía:
Algunos dicen que el verano toca a su fin, no lo creo, el sol no riñe con Andalucía así  como así. Aún no.
Casa Encantada ha estado solitaria durante todo este 2013, demasiadas emociones burbujeando en mi alma como para sentarme frente a la reina.
Ahora, los sentimientos se relajan y el deseo por contar cosas, por vivir aventuras, se despierta en mi corazón.
Hay nubes de tormenta en torno a la casa, calva de toda techumbre y solitaria en mitad de las escorias de minas. Sólo unos cuantos eucaliptos la escoltan, agotados ya sus días de guardianes de la sombra. Antes, cuando las gentes transitaban estos lugares en busca de sus pueblos, de sus trabajos, de sus horas en esta morada, los eucaliptos ofrecían presumidos sus brazos a todos cuantos querían reposar bajo ellos. Era su sombra un tesoro en la canícula y ellos, sabedores de su don, competían entre sí por la enramada más delicada. De este modo, entrelazaban sus hojas hasta formar cúpulas de filigrana; ayudados por el hombre, crecieron altivos y brillantes. 
Hoy su esplendor no decae, pero sus ramas crecen en desorden. Estos árboles saben cosas que a pocos cuentan, diría que a casi nadie pues pocos son ya los que prestan oídos a estos seres. 
En mitad del cielo entoldado, un haz de luz rompe las nubes y suavemente proyecta su luminaria sobre la casa. Así, tocada de luces, parece salida de una ensoñación.
Un trueno, dos... Y mis sobrinas no están aquí, con lo que gustan de salir cuando Thor golpea con su martillo. ¡Insensatas, locas!, dirían muchos, pero nuestras aventuras no tendrían lugar si estos días no los atravesáramos como sólo nosotras sabemos.
Oigo el pitido de un tren. No puede ser....Hace mucho tiempo que trenes de ese tipo no transitan por aquí. Giro la cabeza a derecha e izquierda, a lo lejos, una nube grisácea se dibuja en el aire, es alargada y esconde bajo ella algo metálico, negro y brillante. No puede ser, no...
Doy media vuelta y corro a meterme en el coche pero ya es demasiado tarde. Aparcado junto a las vías, queda empequeñecido por una locomotora de vapor a la que siguen numerosos vagones. Me froto los ojos hasta enrojecerlos. Un fuerte pitido termina con mis elucubraciones, sí, ahí está, no es producto de un sueño ni de mi activa imaginación. Es una de las máquinas que en su día transportó tantas y tantas veces a nuestros abuelos y que ahora está frente a mí, lanzando fumarolas al viento, silbando altanera frente a los campos que un día le pertenecieron. 
Un señor con camisa de cuello tirilla y gorra de plato me invita a subir. Tiene un bigote enorme, rizadas las puntas hacia arriba le dan un toque decimonónico. 

- ¿Va usted al Terrible? - Me pregunta con voz hueca y extrañamente familiar-
- Pues..., verá, no sabría decirle -Casi no me salen las palabras- Estaba aquí en ....
- Pues perdone que le diga, señorita, no debería estar usted aquí sola y con esta tormenta- Me interrumpe- Ande, suba que le llevo hasta la estación del Terrible, no queda mucho.

Asustada acepto la invitación, con su ayuda recorro varios vagones hasta llegar a uno donde una veintena de personas charla y ríe de manera animada. Todos me miran asombrados y el silencio cae a plomo.

- Mira qué extraños pantalones... - Murmura una señora de edad incierta al ver mis tejanos-
- ¿Y esos zapatos? - Dice otra refiriéndose a mis deportivas.

Otra de las señoras llama a su hijo y lo toma en brazos, temerosa de que la forastera pueda resultar un peligro. Los hombres fuman y hablan de flamenco y de tajos, de vino, de fútbol... No reparan en mí hasta que alguien me señala con el dedo.

- Vamos, vamos, dice el maquinista, dejen que la señorita tome asiento. Sean caballeros señores, esta chica anda perdida.

De repente las palabras vuelven a invadir el viento, los hombres se levantan y las mujeres quieren darme de comer todo tipo de viandas.

- Niña ¿Tú de quien eres? - Me pregunta una señora que cubre su cabeza con una pañoleta negra-
- Pués verá... No sé si por aquí conocerán a mi familia -Dudo si decir la verdad y observar la reacción de los parroquianos-
- Habla hija, si no nos dices quien eres, difícilmente podemos ayudarte -Me dice un amable anciano desdentado-
- Igual conocieron a mi abuelo -Me atrevo por fin a hablar- Se llamaba Hilario, sus padres eran Juan y Antonia, tenía un comercio en La Parrilla, un pueblo que había aquí al lado... -Justo iba a señalar con el dedo, unas risas detienen mi relato-
- Pero chiquilla...- Me dice el maquinista- Yo soy Juan, Hilario es uno de mis nenes, te aseguro que no tiene edad para andar teniendo comercios, es demasiado pequeño. Y no sé por qué dices que había un pueblo que se llamaba La Parrilla, justo acabamos de pasar por allí. Niña ¿Seguro que estás bien? ¿Quién te ha contado esa historia?

Los ojos de Juan eran verdes, familiares...Y reconocí a mi bisabuelo. Tuve pánico y quise bajar pero no me lo permitieron.

- Lo mejor será que te llevemos al Terrible, alguien habrá allí que pueda ayudarte- Añadió el maquinista-

El tren se puso en marcha con su lento traqueteo, decidí vivir mi sueño y relajarme. Observé por las ventanas un paisaje bien distinto, un pueblo dinámico y entregado a la industria. 
A la llegada a la estación quise despedirme del maquinista.

- Juan usted nunca ha llevado un tren con pasajeros, estoy en lo cierto, ¿no es así? - Le pregunto a quemarropa-
- Jamás, hoy es el primero y también el último día que lo haré. - Me dijo sonriente-
- ¿Por qué? - Pregunté intrigada.
- Porque tenía que recoger a una viajera muy especial para un recorrido mágico. - Me sonrió y me dijo que tenía que bajar, que aún no podía subir a ese tren- Comprendí.

Antes de que partiera volví a subir un escalón de la locomotora.

- Papá Juan, ¿están todos bien? 
- Claro... Todos, incluso los que llegaron hace poco. Les hablaré de ti cuando vuelva.
- ¿Por qué tú? Pregunté con el corazón bulliendo.
- Haces demasiadas preguntas al cielo, alguien tenía que venir. Escucha - me dijo poniendo sus manos en mis hombros- Debes seguir adelante, tienes todo un mundo por descubrir ahí afuera, nuevas experiencias, nuevos retos.... No te pares a medio camino, no estás sola, muchos caminan a tu lado y te escuchan cuando piensas que el silencio es todo lo que hay. Continúa, tienes mucho que aportar a tu vida, tienes tanto que contar.... Prométeme que harás realidad tus sueños.
- Te lo prometo ¿Les darás besos a todos? Pregunté emocionada.
- ¿Y tú? -Me contestó-
- Claro -Le dije sonriendo- Vas a tener otros dos tataranietos, los primeros besos serán por ti.

Sonrió orgulloso y me dio un beso en la mejilla antes de perderse en el interior de su tren. Me disponía a bajar cuando escuché de nuevo su voz.

- Entre los besos que tengo que dar, no entrará en el reparto ese gato golfo que da conversación a todos ¿verdad? Hablaba de Tomás...., mi querido minino. Le puse ojitos de súplica.
- Vaaaale, pero que sepas que allí es como aquí, un golfo y un parlanchín- Me dijo guiñándome un ojo- No faltes a tu promesa, te estaré vigilando de cerca, viajera.... -Repitió de nuevo-

Le despedí agitando la mano mientras él caminaba hacia el interior de la máquina, tarareando magistralmente una de esas arias que tanto le gustaban y que aprendió del gran Carusso. Cada vez lo escuchaba más y más lejos... Al bajar en la estación, el tren desapareció en la nada y una lágrima serpenteó por mi mejilla hasta caer al suelo. 

- Adiós papá Juan -Murmuré-  No faltaré a mi palabra.

Sé que es verdad porque tuve que desandar el camino de la estación al silo. Allí, el coche aguardaba mi regreso envuelto en el aire acuoso que dejaba tras de sí la tormenta.




EL VALOR DE LOS SILENCIOS.

ALMERÍA TIENE el paisaje que imaginaba de pequeña cuando leía la Biblia. Llegué allí buscando una tranquilidad que no encontré y volví con un viaje al pasado.
Con los planes descabalados recalé en un chiringuito de playa al que no me apetecía ir, pero que acepté visitar para no contrariar a dos señoras que esa mañana me acompañaron en el desayuno. En realidad, las acababa de conocer, pero hay personas que no comprenden o no aceptan que otras busquemos aislamiento. Era mi día, pero se quedó sin el posesivo.
La caña de cerveza estaba fría, tanto que la sensación al probarla fue como si me golpearan el pecho, ya maltrecho por el constipado. Aislada de la conversación de dietas y vestidos que tanto me hastían, apuré mi bebida y decidí salir mientras ellas mantenían sus vasos intactos. Excusa perfecta, las esperaría fuera haciendo unas fotos. Entonces, me encaminé hacia esas palmeras solitarias en mitad de la arena. El viento furibundo traía gotas de agua de un mar plomizo, fiel reflejo del techo al que miraba y de repente..., me sentí como las naves de Felipe II. 
Miré el mar tintado de gris, víctima de un sol que se escondía entre las nubes. Seguí a las gaviotas, que parecían bordadas al paño rizado y oscuro del agua, y escuché el sonido dulce de las olas llegando y marchándose sin cesar. Aquel momento lejos del tedioso sonido del móvil y del bullicio de un chiringuito sumido en la sombra, me proporcionó serenidad. Pero nada en nuestra sociedad es tan efímero como el silencio. 
Me gusta el mar en invierno, cuando la vista puede perderse en el horizonte sin chocar con nada ni con nadie, cuando la única voz es la suya y el viento te hace llorar sin ganas.
Pero el día no era mío y había que volver, no sabía en ese momento, que la noche me traería años y los años, recuerdos. 
Y volví al ruido de compañías no buscadas para finalmente abandonarme al perecedero sosiego de mi habitación, donde cerré los ojos y pensé en una sociedad que no acepta el silencio. Decidí dejar sin sonido el teléfono, pues nadie respetó mi deseo de tranquilidad. Me sentí víctima de un tiempo con mucha tecnología y poca cultura, víctima de los que no desean soledad y por ello..., invaden la de los demás. 
Al menos, la noche aguardaba tras las horas cargada de emociones. Otra vez será, mar.








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jueves, 31 de marzo de 2016

GUERRA Y LUZ.


Serenidad, tarde de pinceles ocres en el sur. La música corta los silencios, invade las estancias reservadas al sol e ilumina con sus notas un cielo que a veces se olvida de mí. Yo no podría olvidarme de él.
Miro a lo lejos y la paz de los caminos estalla en mis ojos, ¿cómo no dejar que el alma se bañe en semejante bálsamo después de las guerras del corazón? Porque el corazón dispara y el alma muere, a menos que, una tarde la primavera llame a tu puerta y te cure las miserias del pasado. Es igual si no hay sol, para la cura siempre es luz, siempre estrellas, siempre esperanza bajo la carne raída.

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domingo, 31 de enero de 2016

Las aventuras de Pepa Jones y su gato Gambita. Capitulo 1

Pepa Jones es un niña de 11 años apasionada de la Historia, que pasa sus días entre el cole y las aventuras, y sus noches, soñando con más aventuras.
El sábado de buena mañana, paseaba por los alrededores de la Charca de los Patos en compañía de su inseparable gato, Gambita. Hago un alto en el relato para aclarar que el simpático minino en realidad se llama Gándalf, como el mago, pero un malentendido hizo que su nombre acabara transformado en Gamba y de Gamba..., Gambita.
Prosigamos pues. Como os decía, Pepa ocupaba la mañana en observar plantas y pájaros cuando su inseparable compañero reparó en algo."

- ¿Qué has visto, Gambita? - Preguntó Pepa mientras observaba a su gato escarbar profundo y sacar diversos utensilios.

La niña, apartó cuidadosamente a su amigo y descubrió con asombro que el animal estaba extrayendo de un saco pequeños muñecos de plomo de no más de cinco centímetros. La chica, curiosa por naturaleza, entró sus manos en la talega hasta dar con dos lucernas, una pequeña estatuilla que parecía de bronce y un buen puñado de monedas, que a todas luces, eran antiguas y de plata.

- ¡Gambita no sabes lo que has descubierto! Todas estas cosas son de origen romano, yo diría que fueron encontradas no muy lejos de aquí, pero... ¿Qué hacen enterradas en este lugar? ¿O es que están escondidas?

El gato giró su cabecita y meneó la cola de un lado para otro encantado con la atención que le prestaba su amiga. Pepa, tomó una de las monedas en su mano, sacó una lupa de su mochila y la observó con atención.

- ¡Bueno, bueno, buenoooo! -Exclamó Pepa al ver ampliada la figura que aparecía en la moneda. - Gambichi ¡Que son denarios de plata! ¡Este es Trajano, el emperador! ¡Mira!

El gato olió la moneda  que su amiga ponía delante de sus narices,  tras comprobar que no era comestible, se sentó sobre sus patas traseras.

- Estas monedas están muy bien acuñadas, seguro que tienen valor. ¿Sabías que Trajano era de Sevilla? Bueno, de Itálica, pero ya te contaré eso otro día.

No le dio tiempo a terminar la frase porque Gambita salió corriendo detrás de una libélula, así que nuestra amiga se quedó pensando en qué hacer con aquel hallazgo. Estaba claro que entre las muchas cosas que se podían hacer, no entraba la de quedárselo ¡Había que informar a las autoridades de inmediato!

Sacó la talega de la tierra húmeda  y volvió  a depositar dentro todo lo que había examinado. Sin duda, la vieja Mellaria era el origen de todo aquello, seguro.

Pepa abrió su mochila e introdujo como pudo el hallazgo ¡Cómo pesaba! Pero había que hacer lo correcto, así que lo mejor era ir a ver a don Luis, un arqueólogo jubilado que vivía en el pueblo con su señora, doña Alfonsina, que hacía las mejores galletas de la comarca.
Volvía por el camino terrizo y lleno de charcos a causa de una abundante noche de lluvia en pleno mes de junio, cuando vio venir un coche algo destartalado. No sabría decir la marca porque pasó a toda velocidad y aunque se apartó inmediatamente, el agua la empapó de arriba a abajo.



- ¡Pero bueno! ¡Haga el favor de mirar por donde vaaaaa! ¡Gamberrooooo!

Gambita tampoco se había librado, el pobre tenía todo el pelo mojado y los bigotes caídos. Pepa, enfadada sacó de la mochila unos pañuelos e intentó secar a su amigo, pero ni con una caja habría sido suficiente. Mientras se afanaba en limpiar al gato, vio como dos hombres descendían del vehículo y se aproximaban justo al lugar donde un rato antes habían desenterrado el tesoro que ahora permanecía en su mochila. Se les veía enfadados, buscaban y se gritaban el uno al otro.
Uno de ellos, el más bajito y de mayor edad, parecía el más indignado. El otro, un chico de unos veinticinco años, señalaba al agujero como justificándose.

- Ay Gambita que me parece que aquí hay gato encerrado.... - Dijo Pepa a su amigo no sin sentirse inquieta- ¡Tenemos que salir pitando ya, pero ya!

Pepa se conocía aquellos parajes mejor que nadie, de hecho, la Charca de los Patos era de su abuelo, así que antes de que los hombres enfadados pudieran reparar en ella, había atravesado los campos y estaba en la entrada del pueblo. No creía que sospecharan de una niña y su gato, pero había que tomar precauciones.
Nada más llegar a casa, puso la mochila a buen recaudo, se cambió de ropa a toda prisa y tomó el móvil de mamá para llamar a su amiga Patricia.

- ¡Hola Patricia! ¿Qué estás haciendo?
- ¡Hola Pepita! Estaba terminando un dibujo para mi hermano. ¿Por qué?
- ¿Podrías venir a casa, por favor? Creo que tengo algo que te va a interesar.

Patricia era una excelente pintora y escultora, nadie sabía más de la Tierra Media y de Tolkien que ella, se conocía todos los personajes de "El Señor de los Anillos" y los nombres de todos los enanos de "El Hobbit". Era una amiga estupenda y una maravillosa compañera de aventuras.


Como vivían cerca, no tardó ni quince minutos en llamar al timbre. Ya en la habitación de Pepa, ésta la puso al corriente de lo sucedido.

- ¿Y qué piensas hacer? - Preguntó Patricia-
-  Ir a ver a don Luis, él sabrá cómo proceder con todo esto.
- Pues siento decirte que esta mañana estuvo en casa para despedirse. Se va dos semanas con su hija a Málaga, así que habrá que preparar un plan be.
- ¿Has pensado algo? - Preguntó Pepa curiosa.
- No, pero ya se nos ocurrirá.

El resto de la tarde transcurrió duchando a Gambita y secándolo después, algo que el minino aceptaba resignado pero que no le gustaba en absoluto. Después, las amigas se despidieron hasta el día siguiente en que irían a inspeccionar de nuevo los alrededores de la Charca de los Patos.
Bien temprano, con mochilas y bicis pusieron rumbo a su lugar favorito de aventuras. Gambita viajaba en una cesta que el abuelo de Pepa había acoplado a la bicicleta. Era sin duda un perfecto gato aventurero.
Nada más llegar, Pepa le enseñó a Patricia el lugar donde encontró el tesoro.

- Vaaaya... Pues no estaba muy bien escondido que digamos - Dijo Patricia tocando el hueco-
- ¿Crees que pueden haber escondido más cosas?
-  No lo sé Pepa, pero podemos echar un vistazo.
- Miremos los sitios donde haya tierra removida. Iremos sin prisas. - Propuso Pepa-
- ¡Perfecto!

El sol comenzó a subir y a las once y media el calor se dejaba sentir, así que tras la infructuosa búsqueda, decidieron refugiarse bajo los eucaliptos para tomar lo que Patricia denominó "el segundo desayuno hobbit". Jamón y pan, cerezas y unos melocotones formaban el tentempié para las niñas, y una deliciosa bolsita de bocaditos para Gambita.
Una suave brisa comenzó a mecer las ramas de los árboles y niñas y gato se rindieron a la deliciosa sensación del verano en el Guadiato. Sin embargo, un ruido de puertas que se cierran los sacó a todos de la modorra. Dos personas salieron del coche que el día anterior duchó a Gamba y a Pepa. La niña reconoció inmediatamente al hombre bajito, pero esta vez venía acompañado de una mujer que iba de un lado para otro con un aparato que rápido identificaron como un detector de metales.

- ¡Chssst, no hagáis ruido! - Susurró Pepa - No nos han visto y es mejor que no lo hagan.
- ¿Cómo es posible que estén a plena luz del día con un detector? - Preguntó indignada Patricia-
- No sé, amiga, pero esto no me gusta nada.

Gamba por fortuna seguía hecho un rosquito, dormido a la sombra mientras las chicas se tendían en el mantel que habían dispuesto para el desayuno. Las bicis estaban en el suelo así que era una suerte porque no podrían verlas a menos que se dirigieran hacia allí.
Escucharon pitar el aparato al menos en cinco ocasiones. Después, la pareja subió al coche y desapareció por donde había venido.

- ¿Has visto eso? - Preguntó Pepa
- Ya lo creo y además, he memorizado cada lugar donde el detector ha pitado.
- ¡Eres única, Patri!

Se aseguraron de que no hubiera nadie y raudas fueron a los lugares que Patricia fue señalando.

- ¿Y si excavamos? - Se nota que han removido tierra, Pepa.
- De acuerdo. Espera, vamos al Cortijo El Tejar, estoy segura de que mi abuelo ha llegado ya y nos proporcionará cualquier cosa que pueda ayudarnos.

Dicho y hecho, el abuelo José que era un niñero de cuidado, les facilitó unas pequeñas palitas que utilizaba para el huerto, no sin antes darles mil y una recomendaciones para que no se hicieran daño. Por supuesto, declinaron la ayuda que les brindó.

- ¿Qué se traerán entre manos?- Pensó el hombre al ver a las niñas tan nerviosas-

Dieron un puñado de besos al abuelo  y montaron de nuevo en sus bicis para retomar la aventura.

- ¡Gracias abuelito! ¡Dile a los papás que nos quedamos a comer contigo, por fa! - Le gritó Pepa  mientras se alejaban a toda prisa.
- ¡De acuerdo pero no hagáis trastadas! - No estaba para nada seguro de que le fueran a hacer caso.

Las niñas no se equivocaron, en el primer sitio donde excavaron encontraron una bolsa de loneta igual a la que Pepa guardaba en casa. Dentro, denarios de la república romana que en seguida Pepita reconoció.

- Patricia, ya no me queda duda. Esto es fruto de un expolio, así que tenemos que denunciarlo. No podemos esperar a don Luis.
- ¡No! Espera, tengo un plan.

En todos los lugares que excavaron aparecieron figurillas, monedas e incluso diversos artículos como hebillas y ungüentarios de vidrio que en su día contuvieron cremas, perfumes, etc. También alguna botella con iniciales probablemente del vidriero que las hizo. Pero lo que más llamó su atención fue una gran cabeza de león que no pudieron extraer debido a su tamaño.
¿Cómo habría acabado todo eso allí?

- Pepa, ¿tu abuelo sabrá algo de esto?
- No, de eso estoy segura. Como se entere se va a enfadar muchísimo porque está claro que unos ladrones están escondiendo en su charca todo esto.

A mediodía, fueron a comer con el abuelo José y lo pusieron al corriente de todo. El hombre palideció al oír a su nieta y al ver todo lo que había enterrado en su finca.

- ¡Por Dios bendito! Pequeñas, tenemos que informar a las autoridades.
- ¡Abuelito espera, tenemos un plan! Pero todavía no podemos sacar nada de ahí o los ladrones se darían cuenta.

Al oír eso de su nieta, sabía que se metería en un lío. ¡Y no quería líos!

- Mira abuelito, aquí Patri es una excelente pintora y escultora y hemos pensado darles el cambiazo.
- ¿Cómo que darles el cambiazo? ¡Qué miedo me dais! - Exclamó el abuelo-
- Verá -Aclaró Patricia - Solo necesitaré latas de Coca-Cola vacías, cartón y su ayuda para cortar algunas cosas. Bueno, y que convenza a nuestros padres para que nos dejen pasar el día y dormir aquí mañana.

El abuelo José sopesó la propuesta pero incapaz de negarle nada a su nieta, comenzó las negociaciones con los padres de las chicas. Como el colegio había terminado y estaban de vacaciones, no pusieron pegas.
Al día siguiente, se presentaron en El Tejar con cartulinas, cartones y diverso material de manualidades, además de una buena bolsa llena de latas vacías.

- ¿Pero qué vais a hacer con todo esto? - Preguntó el abuelo señalando los mil cachivaches que habían puesto sobre la mesa-
- ¡Ahora lo verás, abuelito! Por cierto ¿Viste algo raro anoche?
- Pues vinieron dos coches, me acerqué hasta la charca acompañado de Adán, el mastín, y vimos cómo enterraban un par de bultos y desenterraban otro.
- ¡Vaya eso es que se han llevado algo!- Exclamó Patricia.
- Además - Prosiguió el abuelo José- unos hombres muy bien vestidos entregaron un maletín al bajito que decías, Pepa.
- Lo dicho, han vendido parte de lo que han robado. ¡Tenemos que darnos prisa! - Dijo la nieta.

Pasaron toda la mañana trabajando. Gambita se encargó de pisotear y arrugar las cartulinas, el abuelo, de cortar las latas en forma redonda para que simularan monedas. Del resto, se encargó Patricia con sus pinceles y sus mil herramientas mágicas.
A eso de las siete, las réplicas estaban terminadas.

- ¡Vaaaaya, qué buen trabajo, chicas! - Exclamó el bueno de José-
- Pues ahora, sustituiremos todo lo que vimos ayer por estas réplicas. ¡No hay tiempo que perderª - Exclamó Pepa-
- Cuando lo tengamos, llamaremos a la Guardia Civil ¿De acuerdo, pequeñas?
- Vale, abuelito - Acompañó la frase con un beso sonoro en la mejilla de su abuelo.

Gambita venía de jugar un rato con Van Gogh, un gatito que nació con una oreja arrugada y que vivía en el otro cortijo del abuelo. Cuando vio que había aventura, se subió rapidísimo a su cesta.
No sin esfuerzo cambiaron todo y llevaron los objetos de valor a El Tejar. Ahora sólo había que esperar a que hicieran acto de presencia los ladrones y llamar a la Guardia Civil.

- Gamba, necesitamos tu ayuda. - Le dijo Pepa a su gato que la miraba con carita expectante- Te voy a instalar una cámara de visión nocturna en el collar e irás hasta la charca. Así podremos ver qué sucede cuando las imágenes se muestren en nuestro ordenador. Las grabaremos y pillaremos a esos granujas ¡Lo harás de maravilla!

A eso de las once de la noche el abuelo José llevó a Gambita a la Charca de los Patos, no sin antes dejarle chucherías por varios sitios para que no tuviera la tentación de volverse tras él. Si los ladrones no fallaban, en unos minutos estarían allí.

- Bien pequeño, ahora tienes que hacerlo muy bien para que podamos grabar a esos delincuentes. Nos vemos en un ratito. -Acarició la suave cabeza del animal, encantado con todas las chuches que tenía para comer

De vuelta a El Tejar, marcó el número de la Guardia Civil y contó a los agentes lo que sucedía con pelos y señales.
Se escucharon los coches apenas unos segundos después de colgar el teléfono. ¡Eran los expoliadores! Gambita de momento solo enviaba imágenes de pastos y de agua porque estaba bebiendo, pero al sentir ruidos, enfocó claramente a los ladrones.


- ¡Ahí los tenemos, abuelillo! - Exclamó Pepa-

Vieron cómo excavaban, Gambita estaba agazapado en algún lugar, probablemente ocultándose de los malhechores pero con tan buena fortuna que no los perdía de vista y eso hacía que en El Tejar, no perdieran detalle de los afanados expoliadores. ¡Menuda sorpresa se llevaron!

Los gritos de los burlados saqueadores asustaron al gatito que volvió corriendo con su dueña. En ese momento, también llegaban las autoridades que rodearon el lugar y no permitieron que escaparan aquellos energúmenos. Uno a uno, fueron detenidos y esposados. Allí estaba el señor bajito, el joven y la chica acompañados de otros dos hombres que probablemente fueran los compradores.

- ¡Ufff, menudo jaleo se ha montado! Exclamó Pepa al ver el despliegue de Fuerzas de Seguridad.
- ¿A quien hay que felicitar? - Preguntó un Guardia Civil tan grande que las niñas pensaban que no pasaría por la puerta del cortijo.
- A esas dos bellezas y a su gato - Contestó el abuelo José todo orgulloso-
- No sabéis el tiempo que llevábamos detrás de estos granujas - Dijo el Guardia agachándose para ponerse a la altura de las pequeñas - Lo que no podíamos imaginar es que escondieran los objetos robados aquí.
- ¿Son muy importantes? - Preguntó Patricia.
- ¡Ya lo creo, chicas! Algunas piezas han sido sustraídas de la mismísima Mérida, otras de lugares de nuestra comarca e incluso había objetos robados de museos. Lo habéis hecho muy bien. ¿Este es vuestro gatito? - Preguntó acariciando a Gamba que no paraba de rozarse con las rodillas del agente-
- Así es. Él descubrió la primera bolsa llena de objetos y también ha sido él quien ha grabado las imágenes de los ladrones extrayendo los supuestos tesoros - Contestó Pepa-
- Una pregunta ¿Por qué tomaros tantas molestias en hacer réplicas? Preguntó el Guardia.
- Fácil. Para demostrarle a esos señores, que con un poco de imaginación todos podemos tener en casa objetos de la vieja Roma sin necesidad de expoliar ningún yacimiento. - Aclaró Pepa-
- ¡Muy buena idea! - Exclamó el agente sonriente.

Habían sido unos días excitantes. Como recompensa, don Luis movió hilos para que las niñas pudieran visitar algunos yacimientos arqueológicos donde se trabajaba activamente. También acudieron a Mérida, invitadas por el Consorcio Ciudad Monumental,  recorrieron la ciudad y asistieron a una lucha de gladiadores en el anfiteatro. ¡Eso sí que fue divertidísimo! Y en todos esos lugares, Gambita fue uno más, pues en estas aventuras él es sin duda la mascota que anima a Pepa a investigar y a descubrir.
Muy pronto, nuevas aventuras de Pepa Jones y su gato Gambita.



Nota: El dibujo de la niña que inicia este cuento, no es mío, si alguien considera que vulnero sus derechos, que me lo haga saber y la retiraré de inmediato. La pintura de El Hobbit es obra de Patricia Martín, una excelente pintora cuyas obras se exhiben en museos de reconocido prestigio. Y lo mejor, una maravillosa persona.
Patricia, te debía un regalo  así que este relato es para ti. Gracias por inventar el personaje de Pepa Jones, porque es justo decir que fuiste tú quien me lo sugirió. Lo tenía escrito desde hace tiempo, pero no acababa de salir a mi gusto, espero que ahora que lo he publicado te haga muuucha ilusión y sea de tu agrado. Habrá más. ¡Gracias por tus pinturas!

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