El alma en la siesta esta circundada por océanos de sueño, pero el afanoso termómetro mantiene la vigilia. Comienza la evocación del tallo de hierba y la lluvia que despierta olores a la tierra; esa Naturaleza sin freno, estrepitosa cuando el sol está de baja.
Hondos suspiros salen de cuerpos inertes, calor a la sombra que confiada deja pasar el viento que arde en la nada. El sueño se fragmenta y el alma audaz recurre a la belleza hospedando recuerdos que son más bien un presente, el presente.
Besos tibios recorren la sangre, corazón responde con espasmos. Uno, dos, cien... Calor, la carne se cubre de diamantes bajo la danza del amor mientras la emoción, rebelde, vibra en el pecho. El calor se desploma y las parras dibujan encajes en el suelo, son filigranas que las hojas tejen con la sombra. Siesta, almas de verano bajo el oro de estas tierras, ese que calienta las aguas y las penas, que sobresalta al que quiere invocar a Morfeo y que seca los arroyos cuando junio rinde sus días.
Siesta en el sur, donde el sueño es solo para cuerdos y acaso una tarde se habla de horas derretidas al reloj del mediodía. Ojos cerrados, pero despiertos al lento pasar de la canícula que obstinada se pega a las mejillas.
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