“Aquí paz y después gloria”, dice la razón a los miedos, pero los miedos nacen en la sombra, cuando el alma aletargada deja pasar el milagro de la luz. El miedo vela lo que no pasa, es inútil en su esencia, pero venenoso para los sentidos porque vive en un futuro que no llega, oprimiendo la esperanza y la vida. Sensaciones indefinibles y rumores del corazón son envueltos por un miedo sofocado que se cuela por los resquicios del alma en ebullición. Es un saqueo de felicidad, torpe y doloroso para el que no hay alivio posible.
Permíteme, miedo, que no haga costumbre de ti, que el silencio seguro sea arrancado de mi boca, resucitando la palabra y la vida. No hagas daño, no eres figura de cuerpo y beso aferrándote a otro cuerpo que no te pertenece, solo eres un naufrago enganchado al aliento de los muertos. Eres el fruto del fracaso que se defiende con adioses.
Áspero miedo de memoria sucia, lo que perdí ya no volverá a mi mano, pero tranquilo…, solo es pasado y el pasado es olvido. Ahora, hay que poner la vida al fuego y avanzar con tu aliento en la nuca, como si a Dios le bastara el esfuerzo para deshacerse de ti.
Desnudos e inocentes, corazones caen en las garras del miedo, lívidos guardan besos tras los labios a la espera de ser devorados por la esperanza, esa revolución que llena de olas las calles, frágil pero caliente, capaz de provocar las repentinas ganas de llorar.
Vete, miedo, busca tu inmortalidad en las palabras ya muertas, aquellas que no harán mensaje ni huella en la carne. Vete y no vuelvas.
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