Al
fin sábado, había amanecido una mañana espléndida y la señora Sinforosa iba y
venía en la cocina preparando un suculento desayuno. Los pájaros cantaban en
los árboles y las flores se dejaban conquistar por una brisa cálida propia del
mes de mayo.
-
A ver dónde tengo esas tazas tan bonitas...
Nuestra
amiga quería sorprender a Pepe y a Carmelo, así que había pensado sacar la
vajilla de verano. Estaba salpicada de flores, como a ella le gustaba. Las
tazas, de tamaño generoso, estaban pintadas con topos malvas en su interior.
-
Bizcocho, algo de trigo para Pepe, galletas, tortitas con nata y sirope de
fresa, leche, cacao..., creo que es suficiente.
La
mesa había quedado preciosa, en ese instante, Carmelo hizo acto de presencia en
la cocina, había entrado por la gatera que tenía practicada en la puerta.
-
¡Doña Sinforosa! ¡Doña Sinforosa vengo de la Cuesta la Vieja! - Gritó muy
alterado, elevándose sobre sus patitas traseras-
-
Buenos días pequeño, ¿y qué has visto que te trae tan nervioso?
-
Pues verá doñi, es que.... ¡No sé lo que es! Hay nuevos vecinos pero sólo he
visto a una señora delgada que parece volar en lugar de andar. Doña Sinforosa, ¡es
una bruja! – Exclamó abriendo mucho los
ojos-
-
Jajajajajaja ¡vamos Carmelo, las brujas no existen! Ven, ven aquí y cuéntame
con tranquilidad qué es lo que has visto.
La
señora tomó al minino por los bracitos y se sentó en un sillón balancín que
tenía justo a mano. Lo colocó en su regazo y éste al cobijo y la seguridad de
su ama, se hizo un rosco en sus piernas.
-
Vaaamos gato perezoso, no te duermas ahora. Venga, no tengas miedo y cuenta a
mamá qué has visto en la Cuesta la Vieja.
El
gato se incorporó y luego volvió a sentarse sobre sus patas traseras.
-
Verá doñi, había ido a saludar a mis amigos, los gatos de la cuesta que vienen
de cuando en cuando por casa, justo cuando apareció esa mujer. Pero en realidad
no es una mujer porque de sus faldas sobresalen ruedas como las de los carros
¡Y no van tiradas por ningún animal! Le digo que eso es brujería.
La
señora Sinforosa se quedó mirando al gato fijamente, esa descripción le
encajaba con una amiga muy querida a la que hacía años no veía, pero le
extrañaba que carteándose tan frecuentemente, no hubiese recibido noticias de
su llegada.
-
Está bien Carmelo, creo que lo mejor es que nos acerquemos hasta allí después
de desayunar ¿Qué te parece? Así podremos saber qué clase de bruja es esa mujer
de la que hablas.
-
¿Es necesario que yo vaya? Es que....
-
Es totalmente necesario, querido. No vencerás tus miedos si no te enfrentas a
ellos- Acompañó la frase con una larga caricia sobre la cabeza del gato-
-
Está bien... si usted lo dice...
En
ese instante, Pepe entró en la estancia, había escuchado todo lo que habían
hablado y vino a dar su opinión.
-
¡Buenos días! ¿De verdad vamos a conocer a una bruja? - Preguntó mientras se
posaba en la cabeza de Carmelo.
-
Bueeeno, vamos a visitar a los nuevos vecinos y a ofrecerles nuestra ayuda para
lo que necesiten - Contestó doña Sinforosa a medida que servía el cacao
calentito-
-
Es una bruja, te lo digo Pepe - Susurró el gato al jilguero-
-
Bueno, dejaos de tonterías y desayunad, voy a ver a Juanito para pedirle que
nos lleve, así que cuando vuelva no quiero ver ni una miga en el plato.
-
¿Y usted no desayuna? - Preguntó el jilguero-
-
Empezad sin mí, ahora vuelvo- Dijo mientras se quitaba el delantal y se perdía
en el patio.
A
los diez minutos volvía y se sentaba junto a sus amigos, tomó su taza y se
sirvió el cacao.
-
Bien chicos, en media hora salimos hacia la Cuesta la Vieja para ver quién es
esa misteriosa bruja que tanto asusta a Carmelo. El jilguero no pudo reprimir
la risa y el gato lo miró molesto.
Tal
y como habían previsto, en media hora se hallaban a bordo del flamante dog-cart
tirado por Juanito que iba contándoles cosas de la ciudad, el lugar donde había
nacido.
Las
ruedas del coche dejaban una estrecha y larga huella sobre la manta de hierba
fresca aún perlada por el rocío de la mañana. Los viajeros charlaban
animadamente hasta que a lo lejos se divisó una casita preciosa de ventanas
blancas y techos ondulados. A la puerta, unas mesas flanqueadas por
bancos permanecían atentas a la llegada de algún inesperado visitante.
Hacía
sólo unas semanas, esa casa estaba descuidada y sucia. Las hierbas crecían sin
control y las ventanas eran dos oquedades en las paredes de la vieja morada.
Ahora, los nuevos inquilinos habían realizado unas labores de adecentamiento
realmente espectaculares, entre las que se incluía haber domesticado un jardín
que a todas luces parecía una selva.
Una
verja les cerraba el paso, ante su vista una tablilla de madera decorada con
flores les daba la bienvenida:
"El Alto de los Reyes"
- El
Alto de los Reyes...¡Pues esto seguirá siendo la Cuesta la Vieja o Cuesta de los
Gatos! - Exclamó Carmelo molesto-
-
¡Pero bueno minino enfadón! ¿Se puede saber qué te pasa a ti con los nuevos
vecinos? -Le preguntó la señora Sinforosa poniéndose en jarras-
-
¡Es que ella es bruja, doñi!
-
¡Y dale con que es bruja! Amiguito, este comportamiento no es normal en ti, ya
tendremos unas palabras cuando lleguemos a casa- Dijo la dama un tanto molesta
por la cabezonería del gato-
-
Yo no digo nada... Me vaya a quedar sin merienda - Habló el jilguero por lo
bajo-
Se
disponían a abandonar el coche para adentrarse en las inmediaciones de la casa,
cuando la puerta se abrió y por ella salió una pequeña damita de edad incierta,
delgadita, con cara de porcelana y mirada firme. Aquellos ojos transmitían
nobleza, vida y seguridad, honradez y pureza de sentimientos. Allí, de pie en
la entrada recordaba por su apostura a la diosa Vesta, envuelta en un suave
vestido crudo de corte imperio y falda plisada.
-
¡Pero bueno! ¿Es que no vas a dejar nunca que te sorprenda? - Preguntó la dama
dirigiéndose a doña Sinforosa-
-
¡Piedita! Pero... ¡Te hacía en París! ¿Cómo no me has avisado, alma loca?
Las
dos amigas se fundieron en un largo y cariñoso abrazo, hacía tanto tiempo que
no se veían que a cada poco dejaban de abrazarse para mirarse detenidamente una
a la otra y sonreír. Cuántos años habían pasado desde que iban juntas al
colegio... Allí trabaron buena amistad pero al cumplir los quince años Piedita
se fue a vivir a Francia. Su padre era ingeniero y había inventado una máquina
a la que llamaban ciclo o velocípedo y parecía que en el país vecino se habían
interesado en el invento. Ella había heredado de su progenitor la pasión por
los viajes y eso la había llevado a permanecer largas temporadas en los más
insospechados destinos. En todo este tiempo, las dos amigas jamás perdieron
contacto y cada cumpleaños un regalo viajaba desde cualquier lugar del mundo
hasta Villa Rosita y viceversa.
-
¡Ay Sinforosa querida, quería darte una sorpresa pero ya ves, te me has
adelantado! - Exclamó doña Piedita asiendo por los brazos a su amiga-.
-
No cambiarás jamás ¡Eres temible!
Las
dos amigas rieron de buena gana.
-
Pero bueno, no te quedes en la puerta, entra que quiero enseñarte mi casa- De
repente se percata de la presencia del minino y el jilguero.
-
¿Son tus amigos? - Preguntó doña Piedita señalándolos-
-
¡Oh Dios mío, casi me olvido de ellos! - Exclamó la dama llevándose las manos a
la cabeza- Disculpadme queridos... Ella es doña Piedita, mi querida amiga de la
infancia y ellos son Carmelo y Pepe - Dijo volviéndose hacia su amiga-
Los
animales se quedaron sorprendidos, en teoría nadie sabía que podían comunicarse
con la doñi.
- No temáis, amigos - Dijo la señora- Soy la única sabedora y guardiana del gran
secreto de doña Sinforosa, así que podéis estar tranquilos en mi compañía.
Los
animales bajaron del coche y fueron a saludar educadamente. Pepe se puso sobre
el hombro de doña Piedita y le cantó una melodía que andaba componiendo desde
hacía semanas. Carmelo, aún seguía reticente.
-
Piedita, querida, ¿sabías que Carmelo pensaba que eres una bruja? - Dijo doña
Sinforosa divertida mientras el gato se ruborizaba-
-
¡Oh, no me digas! ¡Qué divertido! Jajajjaja ¿Qué te hizo pensar eso?- Preguntó.
-
Pues...Es que esta mañana no tenía pies, sólo unas ruedas enormes que asomaban
bajo su vestido y yo...
-¡Válgame
el Señor! Jajajajaja, tu gato y yo nos vamos a llevar de maravilla, Sinforosa-
Dijo a su amiga mientras se agachaba para coger en brazos a Carmelo, cosa que
no acababa de gustar en demasía al felino-
-
Vamos, quiero que veáis todos ese extraño artilugio que me convierte en bruja.
Salieron
de nuevo al exterior y sobre una verja de madera se hallaba la culpable de las
pesadillas de Carmelo.
-
Ahí tenéis mi escoba. - Dijo doña Piedita riendo a carcajadas-
Un
hermoso velocípedo o bicicleta como ella la llamaba, descansaba sobre la
hierba. En el manillar, un canastillo lleno de flores recogidas esa misma
mañana en la que el gato Carmelo se había topado con ella.
La
curiosidad innata del felino lo llevó a reparar detenidamente en aquel invento.
-
Doña Piedita, ¿podría llevarme en esta cesta? - Preguntó-.
-¡Pues
claro que sí, querido! Vamos, subid los dos y daremos un paseo.
Doña
Sinforosa vio como su amiga se alejaba pedaleando con el gato y el jilguero en
la cesta. Se lo estaban pasando tan bien que agradecía al cielo que aquella
inesperada vecina, no fuese otra que su querida Piedita.
Casi
a la una y media de la tarde decidieron regresar a Villa Rosita, no sin la
promesa de volver al día siguiente a la fiesta que iban a organizar en El Alto de los Reyes para celebrar la
vuelta de la mejor amiga de la dama.
El
domingo llegó cargado de sorpresas y en torno a una mesa decorada con un lindo
mantel celeste se congregaron los más variados amigos. Doña Sinforosa, Carmelo
y Pepe se presentaron con una muñequita a la que la dama había puesto el nombre
de doña Aurora. Doña Lola, la oveja de los Silva, acudió muy guapa con sus
bucles recién peinados y oliendo a espliego, trajo como presente un bonito
bolso de lana tejido durante los días de invierno. Regalo que a nuestra nueva
amiga llamó especialmente la atención. Así hasta doce entrañables criaturas que
compartieron la alegría de una merienda al calor de la primavera y la amistad.
Bien
entrada la tarde, doña Piedita se adentró en la casa del brazo de su amiga.
-
Ayer no tuvimos oportunidad, así que quiero que conozcas mi nuevo hogar con
detenimiento y me des tu opinión.
-
Veamos querida, tú siempre tuviste un gusto exquisito para la decoración. –Dijo
doña Sinforosa a medida que las dos amigas se perdían en las estancias de la
casa-
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